"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Mi querido Martí:
Disculpa, en primer lugar, que esta reflexión privada vaya a disponer de escaparate en tu Magazine. Ando en ascuas. Y no por los mil manifiestos que me asaltan sin poner siquiera el pie en la calle, no. Más bien, admirado colega, por el recuerdo de algo que compartiremos como vivencia a partir de la tarde del jueves. Recuerdo la presentación de tu Senda de los campeones en la Casa del Llibre, de la que saliste absolutamente airoso, e imagino las vísperas, tan desasosegadas como las mías de hoy. Ni a ti ni a mí nos agrada ser “el niño en el bautizo, el muerto en el entierro”, como cantaba la cantautora, y ahora resultará que compartiremos salón de estreno en nuestras biografías. El próximo jueves presento Kubala! en el Passeig de Gràcia y el trance me mantendrá el estómago revuelto hasta que concluya. Aun así, quizá a modo de terapia, déjame plantear una pregunta retórica de imposible solución: ¿Por qué el futbol español carece de memoria histórica? A la Hernández y Fernández, yo aún diría más: ¿Por qué ese desapego absoluto a mezclar pelota y libro, cultura popular con conocimiento encuadernado? No ando fino para meterme de nuevo con los revisionistas, esos que reescriben el pasado del balompié según interese a sus amos y/o sentimientos, dejémoslo ahí. Sólo me sigue sorprendiendo la falta de referentes, de los imprescindibles volúmenes de consulta sobre el pretérito común, nada de perfecto ni pluscuamperfecto.
Allá donde miremos, abruman los referentes con los que despertar nuestra insana envidia. Estados Unidos, empecemos por ahí: ya habrás disfrutado de Retratos y encuentros, del deslumbrante maestro Gay Talese, con sus fantásticos relatos sobre deportistas tan dispares como Joe DiMaggio, Joe Louis o Floyd Patterson. Al margen de lagunas y otros prejuicios sobre la superpotencia, la figura de los sportswritters resulta allí tan añeja como la práctica profesional de ese simpar fenómeno de masas y enormes escritores (Mailer, Hemingway) nos legaron territorio de placer a partir de observar ese enorme pedazo de cultura popular. Ni hablemos tampoco del Reino Unido, donde “incluso el tercer portero del Chelsea”, en feliz definición de un colega de oficio, cuenta con libro dedicado a su salud, vida y prodigios sobre tapiz verde. Me he cansado, Martí, y mira que resulta difícil, de recomendar Fiebre en las gradas, de Nick Hornby, la mejor novela europea sobre la materia, publicada por estos pagos de casualidad y hoy, incunable tan difícil de hallar como cien justos en la política española. Si salto el charco y me remito a la Argentina, me saltan las lágrimas, me asalta una feroz admiración entre El Negro Fontanarrosa, Eduardo Sacheri y Martín Caparrós. O el uruguayo Eduardo Galeano, con su Fútbol a sol y sombra, clásico entre los clásicos. O, pongámonos de pie, Juan Villoro, el mexicano. Y paremos aquí de nombrar, que siempre nos dejaremos algún referente y quedará feo ante nuestra propia conciencia.
Da la impresión, ojalá me corrigieras en caso de error, de que aquí vivimos entregados a la pasión pero con explícita acotación temporal: no nos importa nada más allá del último marcador y su catarata de lecturas y del próximo encuentro, con su alud de especulaciones previas. El resto, yermo, nada, nothing. Será que, pongámonos optimistas, disfrutamos ya demasiado con los excelentes cronistas de nuestro presente –en especial, los adscritos a cabeceras de información general– y con eso consideramos saciada nuestra voluntad de literatura futbolística. Con tu permiso, ya que has reunido aquí un hermoso plantel, invitaría a los compañeros de blog a que articularan su reflexión y expusieran sus argumentos en contestación a las cuestiones aquí planteadas. Ratifico que no quiero dar nombres de los sospechosos habituales por no cometer el desdoro de olvidar a algún predilecto, que en estas Murphy actúa a saco.
El caso es que no pasamos de las hagiografías, esas vidas de santos oportunas y oportunistas que acostumbran a ser promoción de periódicos para redondear la cuenta de ingresos, escrito quede sin ánimo de fastidiar. Al menos, podemos leer algún opúsculo, aún cuando se imprima con habitual urgencia periodística y quede reñido con el peso de la Historia, así, con solemnes mayúsculas añadidas. El fútbol siempre fue aquí territorio de transmisión oral, con los riesgos e inexactitudes que conlleva el fenómeno, y al paso que vamos, de aquí a cuatro días de nada, fenecerán quienes puedan hablarnos de los Cinco Magníficos, los Cinco Delfines, los Stuka, los once aldeanos, el hai que roelo, la Orquesta Canaro… De momento, ya se fueron del barrio sin dejarnos referencia donde aprender aquellos que gozaron de Zamora y Samitier, de Ciriaco y Quincoces, de Herrerita y Emilín, de Gaspar Rubio como rey del astrágalo y los notarios contemporáneos a los tiempos de antes de la guerra, consideración de calendario que tres cuartos de la actual población ha dejado de oír, si es que alguna vez alcanzaron a escuchar tan redonda etiqueta en denominación de origen. Cuesta creer, y no quiero desbordarme, que no existan biografías del Divino, de Sami, el hombre saltamontes o de Paulino Romperredes Alcántara. O de Bahamontes, Poblet, Genovés, Uzcudun, Blume y tantos otros, si me da por extender territorios deportivos y ponerme solemne.
Nada, Martí, ya he hecho terapia vaciándote la pechera, aunque me quede igual de intranquilo que antes. Sospecho que esa comezón causada por la evidente ausencia de memoria histórica en el futbol español, esa falta de literatura y escribidores, me acompañará el resto del camino vital. Sólo espero no darte más la brasa con ello. Apenas tres o cuatro artículos a la que vuelva a hinchárseme el nervio a propósito de lo planteado, ten paciencia conmigo.
Bueno, volvamos la cabeza al presente, que es lo único cierto, nuestro exclusivo patrimonio nacional. Por cierto, hablando de historia y sus mayúsculas, ¿a qué orate se le ocurre rodar un remake de Casablanca a estas alturas del milenio? Cuídate, y a ver si contestas, que cuando no hay e-pístolas de réplica, señal que te ataca el habitual exceso de currele. Un abrazo y ni se te ocurra escribir nada sobre la cantera del Madrid o te atacarán a son de fado.
Poblenou, noviembre del 2012
* Frederic Porta es periodista y escritor.
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