Donde antes corría el balón, ahora corren los futbolistas. He ahí el cambio del Barça. Quizás solo se trata de un cambio provisional, forzado por lesiones y circunstancias, pero que han modificado el reconocible rostro de un equipo que se distinguía por una identidad futbolística irrenunciable. Mutado el rostro, persisten los buenos resultados, con lo que el balance provisional, muy provisional, de Tito Vilanova se presume altamente positivo aunque el termómetro del conjunto, Sergio Busquets, esté siendo exigido más que nunca. El hombre que equilibraba el buque se encarga ahora de tapar agujeros por doquier.
Busquets siempre fue el bombero voluntario que sacaba la manguera al menor atisbo de fuego, pero hoy no da abasto. Aunque su presencia fue relevante desde el día del debut, siempre tuvo cierto aire “pasivo”: era el “amigo invisible” del equipo, el hombre que jugaba de perfil para no interrumpir el fluido del líquido blaugrana. Busquets era (y es) como la pared del patio del colegio donde todos jugamos alguna vez. Esa pared que siempre te devolvía el balón en las condiciones que tu querías, con la intensidad que necesitabas para darle vuelo a los sueños infantiles. Busquets es esa pared que permite mover todo el engranaje barcelonista, pero hoy está sometido a todos los vendavales. Es el equilibrista en apuros.
La primera tarea de su manual es trasladar el balón con limpieza hasta Xavi, en una función de “aguador” que el de Terrassa agradece infinito. Esa tarea ha sido, ahora mismo, una misión casi imposible a causa de los problemas en la línea de atrás. Aquellos tiempos en que Valdés, Piqué, Alves y Abidal se pasaban el balón dentro del área pequeña como si el riesgo no existiera (aunque Zubizarreta sufría palpitaciones) parecen prehistóricos. Hoy, Valdés recurre al balón en largo en la mayoría de acciones, acciones que concluyen a menudo con el cuero en poder del rival.
Hasta hace unos meses, los centrales se abrían, los laterales subían y Busquets se acercaba a su guardameta. Valdés disponía de tres colegas cercanos a quienes pasar en corto y otros dos no muy alejados con los que combinar sin dificultad. Hoy, el recurso es el balón en largo. Busquets ya solo ve pasar el cuero por encima de su cabeza.
Probablemente, el retorno de Piqué y la consolidación de un cuarteto defensivo estable permitan regresar a las antiguas combinaciones con el pie, garantía de que los primeros pasos del equipo serán firmes y seguros, buscando desde el principio las superioridades por detrás de cada línea rival y asegurarse el control del juego. Busquets agradecerá ese regreso a unos primeros pasos medidos y limpios.
Pero si atrás se acabó el orden, delante hay un nuevo orden que tampoco facilita los siguientes avances del mediocentro. La posición cercana y en paralelo de Xavi, el cuadrado que componen junto a Messi y Cesc por delante de ambos, la desaparición de los triángulos sencillos, la dificultad que todo ello comporta para generar hombres libres y la incertidumbre que provocan los laterales, por baja forma o por falta de continuidad; todo ello combinado ha reducido las líneas de pase que poseía Busquets. Si antes tenía siempre cinco opciones limpias para elegir, hoy se han reducido a dos o tres y menos claras.
El número de imprecisiones en la zona central se han multiplicado esta temporada y cabe descartar que sea por torpeza en el gesto técnico de Busquets, Xavi o Messi. Si ocurren esos errores forzados debe atribuirse a que las líneas de pase se han “ensuciado”, son menos claras y nítidas, porque las posiciones dificultan encontrarse con el compañero. El cuadrado central, con las dobles parejas Busquets-Xavi y Messi-Cesc, aporta verticalidad e influencia de Fàbregas, pero le complica la vida a Busquets hasta niveles inimaginables. Debe recurrir a todo su catálogo técnico para superar obstáculos y hacer avanzar el balón, en tanto con la disposición anterior (interiores escalonados) todo resultaba más fluido y había menos errores.
En momentos de apuro, cuando ha tocado remontar, Tito Vilanova ha retirado un defensa e introducido un delantero, pero sobre todo los interiores se han alejado de Busquets, buscando colocarse a distintas alturas. Y, como por ensalmo, el juego ha ganado fluidez, velocidad y se ha reducido el número de errores en el pase.
El gran Barça de los últimos años se defendió bien a base de atacar bien. Durante los cuatro años de Guardiola encajó un promedio de 0,74 goles por partido (tras 247 encuentros). Hoy, Valdés ha encajado ya 13 tantos en 11 partidos y la mayor parte de ellos han brotado en transiciones defensivas desesperadas. La causa de la dificultad defensiva, además de la ausencia de Piqué y Puyol, reside en el modo de atacar del Barça, que ha dejado de masticar las jugadas para convertirlas en acciones veloces, directas y verticales.
Si el equipo no se traslada junto, no puede recuperar los balones que pierde. Aunque se quiso extender la tesis de que las recuperaciones del Barça eran fruto del físico, eso nunca fue cierto. Sí lo fue por parte de Samuel Eto’o, un delantero punzante y agresivo que mordía al rival, pero los grandes éxitos surgieron fruto de la posición. Cuando se perdía un balón, los jugadores del Barça estaban allí mismo, junto a él, y les resultaba sencillo recuperarlo de inmediato.
Ahora están alejados entre sí, con líneas muy separadas, y cualquier pérdida equivale a tranquilidad para el jugador rival. Ya no tiene a varios lobos próximos, con lo que puede armar la jugada de contragolpe sin dificultades. Busquets es quien más padece esta situación, pues ni puede activarse en la recuperación ni puede abarcar todo el territorio cuando toca correr hacia la meta de Valdés.
Podríamos decir que se está dando una mutación (no sabemos si provisional o definitiva) desde el “Barça de los controladores” hacia el “Barça de los velocistas”. El equipo parece haber perdido la paciencia, sometido a dos fuerzas opuestas: unos que siguen echando mano de la ortodoxia, como diciendo “pasadme el balón y demos cien pases para marear al contrario, que yo os lo devolveré en perfectas condiciones”; frente a quienes optan por tirar de velocidad, como diciendo “pasadme el balón que correré hasta el fin del mundo para marcar el gol”. Busquets se encuentra en mitad de las dos fuerzas que tiran en sentido contrario y aunque alarga brazos y piernas para compensar las energías, vive permanentemente en el alambre.
El balance provisional de los primeros once partidos oficiales de Tito Vilanova como entrenador arroja cosas buenas y cosas menos buenas (al margen de excelentes resultados). Amplitud, velocidad, romper defensas menos organizadas, ambición y coraje, hambre a raudales… pero también equipo disperso y separado, tendencia a la prisa, transiciones defensivas caóticas, inseguridad mayúscula atrás y Busquets precisando grandes dosis de omnipresencia.
La gran incógnita reside en el siguiente paso. Ahora que el equipo ha logrado un buen caudal de puntos en Liga y un arranque positivo en Champions, ¿virará Tito hacia propuestas tácticas de mayor calado? ¿O mantendrá la misma tendencia de buscar el resultado sin ocuparse en exceso del camino a seguir para encontrarlo? Puede parecer un dilema poco relevante, pero no deberíamos olvidar que la grandeza de este equipo no solo nació de los éxitos, imprescindibles (sin ellos no hay nada), sino también de la forma de obtenerlos y del camino emprendido para conseguirlos. Busquets será el termómetro del siguiente paso. Veremos si continúa siendo un apagafuegos o vuelve a ser el “amigo invisible”, la pared del patio de la escuela que lo devuelve todo con facilidad porque todo vuelve a estar en su sitio.
– Fotos: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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