"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
Es domingo y juega el Murcia. Es el único motivo que realmente me motiva para levantarme de la cama o sofá donde dormía plácidamente una intensa siesta. Con los párpados entreabiertos, aún bajo el efecto del sueño vespertino, me dirijo hasta el armario donde almaceno toda mi ropa. Pero en ese momento, unos tres cuartos de hora antes de que comience el partido, la única prenda que me importa es la zamarra grana que lleva cosido al pecho un escudo muy antiguo, de casi cien años de historia.
Salgo de casa junto a mi hermano y camino del estadio nos paramos en el quiosco de siempre para comprar lo de siempre: una bolsa de pipas y una Coca Cola. En Murcia rara vez hace frío y lo más normal es que se pueda freír un huevo en el ardiente asfalto, pero aun así, la bufanda al cuello es una obligación (también se acepta atarla a la cintura para sobrevivir en verano). Andando por la Plaza de Santo Domingo vemos a otros paisanos que también se han vestido el rojo y se dirigen hacia La Condomina, la vieja Condomina. Para amenizar el camino analizo con mi hermano las posibilidades de victoria esa tarde, el once que elegirá el entrenador y las opciones reales que tenemos de ascender. De por medio se cuelan anhelos de gloria: “Ojalá suene en este estadio el himno de la Champions”, decía yo. Inocente niño.
Los sonidos de bocinas y bombos nos avisan: estamos cerca del estadio. Miles de murcianistas se arremolinan bajo el cartel que da entrada al estadio; varios de ellos se dirigen hacia las taquillas para sacar las entradas a última hora. Otros, como mi hermano y yo, socios de toda la vida, enfilamos directamente el camino hacia los tornos de acceso al estadio y subimos las escaleras de la tribuna lateral hasta lo más alto de la más alta grada (tampoco es mucho, el estadio da para lo que da). Una vez sentados en nuestros asientos, contemplamos cómo la grada lateral va llenándose cada vez más. Los asientos en aquella zona del estadio son cosa de la imaginación de cada uno, por lo que hay que sentarse sobre el ardiente suelo, en el que ya se empiezan a acumular las cáscaras de pipas.
Saltan los jugadores del equipo rival y los pitos y abucheos son el único sonido en todo el estadio. Sí, antes saltaban los dos equipos por separado, algo que se echa de menos. Unos instantes después, los pitos se tornan en aplausos y vítores cuando asoma por la boca del túnel de vestuarios Juanma Valero, portador del brazalete de capitán. Detrás de él otros diez hombres que tratarán de hacernos felices la siguiente hora y media.
Desde ese momento, un señor ya entrado en años, raquítico, engominado y con un pequeño bigote sobre el labio superior empieza a gritar “¡Murcia! ¡Murcia!”. O al menos eso es lo que interpretamos, porque lo único inteligible en realidad es “¡Uha! ¡Uha!”. Ataviado con una camiseta de la temporada 96-97, esa Kelme con demasiados ribetes blancos, José Rico alienta a su Real Murcia. Nadie lo conoce, pero todo el mundo sabe que ese hombre es panadero en Archena. Lo sabemos porque lleva toda la vida en su asiento de tribuna preferente, sin faltar un solo día a un partido de su Real Murcia. Hoy en día, aunque falleciera hace diez años, el Panadero de Archena sigue yendo cada domingo a La Nueva Condomina para animar a su equipo en el corazón de todos los aficionados granas.
Las pipas, acabadas casi antes del descanso, han dado paso a las uñas. David Vidal se desgañita desde el banquillo para que Mikel Lasa recupere la posición en el lateral izquierdo. Hay que defender el resultado para seguir líderes de Segunda División. Acciari, con sus agudos gritos y sus andares de pato, corta una jugada del contrario con una entrada al borde de la amarilla. Nos ha costado, pero hemos conseguido ganar al Numancia, aunque ha tenido que venir de la portería Andreas Reinke para marcar un penalti. Da igual, aquí todos cuentan, no hay titulares o suplentes, todos son uno y ese uno es el Real Murcia.
El camino de vuelta a casa esta vez es alegre y no hay inconveniente en responder a todos aquellos que te preguntan por la calle “¿Cuánto ha quedado el Murcia?”, porque la respuesta te recuerda que los tres puntos se han quedado en La Condomina. Otros días más oscuros, los quince minutos que tardo del campo a casa se hacen eternos y tratas de hacerlo lo más rápido y callado posible porque cualquier cosa dicha traerá a la memoria ese gol encajado, ese penalti no pitado.
Desde la distancia echo de menos esa tradición dominical de asistir al antiguo feudo murcianista. El nuevo estadio, moderno y elegante, está fuera de la ciudad, hay que desplazarse en moto, coche o, peor aún, transporte público y las retenciones a la entrada y la salida, que se unen con el centro comercial adyacente, hacen que temas perderte los primeros minutos del encuentro y, lo que más duele, que regresar a casa tras una derrota sea odioso hasta extremos nocivos. Aunque quiera y ame con fervor la vieja Condomina, la Nueva Condomina es y será la casa del murcianismo y no veo la hora de volver a pisarla. Allí donde esté el Real Murcia, querré estar yo.
* Jesús Garrido es periodista.
– Fotos: La Verdad
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