"Hay que recordar que quienes escriben para los imbéciles siempre tienen un numeroso público de lectores". Arthur Schopenhauer
Ya que al fútbol se está jugando más con las palabras que con el balón no debería extrañarnos que pronto tenga más importancia un premio que un resultado. Así que enhorabuena a los premiados aunque cueste comprender qué se premia. Alrededor del deporte se ha construido tal acueducto de galardones sin excesiva relación con los méritos y de complicada explicación que no puede sorprendernos que no se llegue a ninguna parte. Es lo que ocurre cuando no sabes adónde vas: no llegas a ningún lado. Los Premios Príncipes de Asturias del Deporte sí parecen conocer su destino: hace varios años emprendieron una degradante trayectoria al mezclar en su cóctel el chauvinismo más burdo, las necesidades del márketing principesco y una indefinición galopante que ha concluido con la entrega a dos amigos que un día se telefonearon para evitar que sus dos cuadrillas siguieran dándose guantazos. Ese es todo: dos buenos tipos, extraordinarios futbolistas, amigos desde hace quince años, se llamaron por teléfono para intentar calmar los ánimos. Bien hecho.
La reflexión que me provoca este premio otorgado a dos jugadores admirables como son Xavi y Casillas, merecedores de innumerables elogios deportivos, no reside precisamente en el valor de los premios principescos: al fin y al cabo, si el señor Príncipe quiere aportar su granito de arena a la espiral autodestructiva de toda la Casa Real, allá él. Otro premio más o menos desacertado no hará tambalear la titubeante Monarquía. Pero ¿para qué tantos premios banales? Premios individuales en deportes colectivos; búsqueda desesperada del mejor a base de comparaciones imposibles; premios, premios, premios. Intento desafortunado de estirar el deporte fuera de los estadios, como si el resultado no bastara para comprender la magnitud de una actuación, el valor de un deportista, su auténtica categoría. Premiar para aprovechar todo del deportista, como el carnicero con las vísceras. ¿No basta con su actuación deportiva y su resultado? ¿Tanta necesidad hay de estirar la goma de mascar más allá de todo sabor? ¿Mediremos pronto al deportista por los premios en vez de por los resultados?
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