"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Benvolgut Martí,
Vaya con la rentrée, qué manera de encender la traca por el petardo final. Como argumento para recuperar el E-pistolario postvacacional, eso sobre lo que todo el mundo habla y divaga, la tristeza líquida del portugués. De entrada, querido, me genera pudor y algo de vergüenza ajena lanzarme a esa piscina japonesa en la que ya sobran tantas cabezas como opiniones. Molesta danzar al son de ese desafinado y estrafalario fado, fuera al menos de Amalia Rodrigues. Al fin y al cabo, por obra y desgracia del principal interesado, de certezas pocas, de argumentos ninguno y desbordados andamos de simples especulaciones a la salud de ese desmedido ego que no merece, jamás de los jamases, tamaña atención. Máxime, con la que está cayendo por otros derroteros de nuestra frágil coexistencia colectiva. Peor cuando ya lo tenemos harto calado. Y pésimo al comprobar que esto de las redes sociales sólo sirve para generar constantes aludes de vacua información disfrazada de ingenio pedestre bajo los que podemos morir sepultados. Por hartazgo, más que por envidia, el combustible que mueve al desmedido protagonista a la hora de cometer torpezas.
No tiene nombre ni sentido lo que CR7 ha montado en su Madrid, vaya por delante. Pero conste que veníamos avisados desde el arranque de tamaña ópera bufa, situado cuando Ferguson y la plana mayor del Manchester United deciden su traspaso por 94 millones. ¿Era cuestión de dinero, necesario para paliar el déficit de los red devils? No, sin duda. Era certeza íntima de saber que sobre Cristiano resulta imposible edificar algo, un bien colectivo, una tarea común. Por extraordinario futbolista que sea, que lo es, a base de prueba y error cualquiera en cualquier cultura tiene por empíricamente comprobado desde un siglo atrás que el equipo debe imponer objetivo sobre las ambiciones individuales. A él le dejaron partir de Inglaterra con viento fresco, sin abrir la boca -no fuera que se les viera el plumero de las auténticas intenciones- y con cierto alivio al verse con tan millonario talón en la mano. No habrá conseguido mucho el United sin él, pero seguro que le hubiera ido igual o peor pechando con la carga de tan descomunal ego. Los narcisos no tienen más patria que el propio ombligo, ni mayor causa de la que les edifiquen palmeros, pelotas y personal subido a la chepa para gozar de irreales mundos. Hete aquí el pecado original del asunto. A partir de aquí, deslices y errores de cálculo hasta llegar a la declaración de esa tristeza líquida, ya veremos si punta del iceberg donde estrellar el transatlántico blanco o tempestad en vaso de agua, dependerá de la destreza del capitán.
Pero ese capitán, ese presidente, ha vendido su alma a ciertos diablos también carentes de empatía y misión al servicio del madridismo. Por denominador común, sólo sirven a su mayor gloria y lucro personal. Dejar el club, su caja, las llaves y hasta la cámara de fotografiar ambiciones en manos exclusivas de José Mourinho y Jorge Mendes entraña formidable riesgo, sólo comprensible por el deseo de convertir esta segunda época de égida en paseo triunfal, digno de todo un ser superior. Florentino también anhela que le quieran, le embriaga el irrefrenable deseo de reconocimiento popular a su triunfal obra. El éxito by any means, cueste lo que cueste, implique los sacrificios de imagen y prestigio que hagan falta, facturas intangibles de traición a la historia y a las señas de identidad cuyo calado resulta imposible de calcular. Les ampara el empecinamiento de cierta masa seguidora, en abstracto, esa que sólo entiende de logros y títulos, de último marcador y hegemonía al precio que sea sobre cualquier adversario henchido. Y en éstas, entregas vida y hacienda a uno que te llena el vestuario de compatriotas, ya es casualidad, y a otro que gusta de llamarse The Special One, rotunda personalidad que siempre antepone lo propio a lo común en el club, sea Porto, Chelsea, Inter o, incluso, en la cima de lo incomprensible, el mismísimo Real Madrid.
¿Y ahora, qué? Una hermosa colección de hipotéticos, predecibles, daños colaterales. De entrada, éste es el fruto de una política errónea. Segundo, la confirmación de bandos en un vestuario rutilante, trincheras comprensibles por humanas y falibles, sobre todo cuando son tensadas para ganar hasta cierto paroxismo ininteligible. Tercera, la necesidad de parar los pies a este desmán, por mucho que caigan 60 goles anuales. De paso, sentido común, mucho sentido común y paralelismo de corte social para desmontar como niñerías indignas, inmaduras, casi estúpidas, las reivindicaciones del protagonista de tan inesperado sainete. En esta bomba de relojería, en este ensalzar la sinrazón, peligra incluso el sentido de justicia colectiva cuando se reivindica para el astro doliente trofeos personalizados, distinciones individuales que, mal que le pese a su espejo mentiroso, no merece conseguir. Hay uno mejor, simplemente.
Porque estos son los tiempos de Messi, aunque el cielo nos libre de caer en comparaciones de carácter y manera de comprender el fútbol, por mucho que se presione, por muchas campañas de asalto a la gran figura del siglo que aspira, cargado de simples razones futbolísticas, a convertirse en el mejor de todos los tiempos. No conviene ceder al capricho, a la desmesurada ambición del que patalea constante en demanda de una inmerecida satisfacción, de un cariño que no sabe ganarse. Hay uno mejor y tantas opiniones como aficionados que no hacen más que enrarecer el panorama, local o planetario. El portugués no ha calculado el efecto de sus palabras y comportamiento, algo también coherente a su cosmovisión. En el paquete de su desafío público, querido Martí, radican demasiados aspectos innegociables que ahora, traspasada la raya por unos cuantos ambiciosos, convertirán la fiesta en un melodramático y dadaísta serial por entregas. El Madrid tendrá que decidir y si sabe capear el temporal artificialmente organizado, chapeau para ellos, pero difícil se lo ponen si aquí sacan el gallito que llevan dentro los Florentino, Mourinho, Mendes e incluso esos líderes de vestuario colocados entre la espada y la pared sin venir a cuento. Al margen de especulaciones y disputas en la arena, mejor quedarse a observar desde el tendido siete, a ver por dónde arremete ahora o se la envaina el morlaco triste de audaz narcisismo. Lo de faltar al homenaje de su primer mentor lisboeta, detalle nada nimio, también le retrata por el perfil malo, ya puestos.
Por cierto, una imagen que me viene constantemente a la mente: por bien que cayera Raymond Poulidor, por arrogante que fuera el alsaciano Anquetil, a nadie se le ocurrió robarle un Tour al gran campeón para entregárselo al perseverante y contumaz segundón. Si seguimos subvirtiendo valores y realidades a este nivel, vamos a conseguir que gane quien más proteste o mejor marketing maneje, ya me dirás qué tropelía…
Un abrazo y a seguir con la rentrée.
Poblenou, 4 de septiembre
* Frederic Porta es escritor y periodista. En Twitter: @fredericporta
– Foto: EFE
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