Desconozco si Tito Vilanova dirá algo parecido, pero estoy convencido de que Pep Guardiola habría inaugurado la Liga otorgando el dorsal número uno de favorito al campeón vigente, el Real Madrid. Nunca fue un asunto de «feeling» ni de quitarse responsabilidades, sino que Pep siempre otorgó valor al título más reciente. En 2008, apenas asumido el banquillo blaugrana, es cierto que en pleno cataclismo del equipo de Rijkaard, Guardiola enfrió más los ánimos (una de sus especialidades favoritas) recordando que el Madrid había ganado la Liga anterior con manifiesta superioridad. Aunque de forma más matizada, en los años siguientes también le dio importancia a que su Barça fuese el campeón vigente, aunque corrió a explicar que esa importancia no podía confundirse con la complacencia.
Siguiendo la misma doctrina, imagino a Tito presentando sus respetos al campeón del pasado curso y glosando su jerarquía para, inmediatamente, presentar batalla desde el primer día. Para el Barça esta Liga contiene el detalle irónico de iniciarse ante el mismo rival contra quien se empezó a perder la anterior: la Real Sociedad, segundo rival de la pasada temporada, conjunto al que se superó de forma aplastante en el primer tiempo de Anoeta, pero ante el que se aflojó de manera estrepitosa para cosechar un empate que podría ser símbolo de todo el curso: demasiados pequeños errores, casi ninguno grave, pero demasiados si enfrente tienes un rival tan poderoso como el merengue.
Esa es una lección que Tito y sus jugadores imagino habrán repasado cien veces: conceder diez puntos de ventaja a mitad de campeonato es lastrarse demasiado si se pretende llegar al sprint final ligero de equipaje. Esos puntos se pierden en los pequeños detalles de los partidos pequeños: un par en ese despeje despistado, otro par en aquel último minuto desconcentrado, otro más en la relajación de la tarde que pinta cómoda y ya está, se fueron los puntos, se empinó la montaña. No parece que esta nueva Liga vaya a ser distinta a la pasada, con lo que cabe prever intensidad máxima en todos los rivales para derribar a los dos grandes gigantes. Aunque siempre terminamos fijándonos en los duelos Barça-Madrid, el campeonato se decide realmente en la lucha cara a cara contra los restantes equipos. Aflojar ante ellos creyéndose superior equivale a dispararse en un pie. Insisto en este aspecto porque el curso pasado uno tuvo la sensación de ver dos rostros muy diferentes en los jugadores del Barça: bastante relajado al principio; con los dientes apretados cuando ya el Madrid volaba con una ventaja sideral. Es cierto que el primer rostro coincidió con un enfoque mental dirigido al Mundial de clubes de diciembre, pero quedó la impresión del estudiante que había dejado el esfuerzo para el tramo final y por ahí se le escaparon los exámenes. Incluso en algunos encuentros nos quedamos con esa misma sensación: enorme tranquilidad al inicio y desespero final, cuando el tiempo apremiaba, corriendo contrarreloj en busca de un gol salvador que atemperase el resultado. Fueron varios los partidos que tuvieron ese desarrollo e intuyo que este hecho no le pasó por alto a Tito Vilanova, por lo que le imagino mentalizado para mentalizar; mentalizado para orientar a sus jugadores hacia una actitud concentrada, intensa, energética y proactiva, concienciados de que la Liga no se gana en el primer minuto pero sí se puede empezar a perderla. Son diez meses de una intensidad frenética, pero es lo que tiene cuando se juntan dos gigantes sin miedo ni límites.
– Foto: Miguel Ruiz (F. C. Barcelona)
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