Atletismo / Leyendas Olímpicas / Historias
El primer hombre que rompió la barrera de los 44 segundos en la vuelta a la pista, Lee Evans, vive una angustiosa situación al habérsele detectado un tumor cerebral durante una visita a su familia en San Francisco y no tener seguro médico dada su residencia en Nigeria. En 1968, Evans se proclamó doble campeón olímpicos en los Juegos de México: en 400 lisos y el relevo 4×400 metros, ambos con récords mundiales. Al recoger la medalla junto a sus compañeros lució una boina negra, símbolo de las Panteras Negras, y levantó el puño como símbolo de protesta contra la discriminación racial en Estados Unidos. Aquel movimiento del Black Power fue una clamorosa llamada de atención mundial sobre la discriminación que sufría su raza en Estados Unidos.
Evans, que tiene ahora 64 años (25-febrero-1947), ha sido uno de los grandes velocistas de la historia en la especialidad de los 400 lisos. A las órdenes de Bud Winter (*), prodigioso técnico del atletismo americano, Evans escaló el camino a la gloria olímpica. Durante su carrera universitaria en la San José State College, el atleta se mantuvo imbatido, progresando desde unos iniciales 48” a los 17 años hasta su plusmarca lograda en los JJOO’68 con 43”86, un crono estratosférico que resistió 20 años como récord mundial y que aún hoy le sitúa como séptimo corredor de la historia (el quinto sin dopaje). Lee Evans fue el primer hombre en romper la barrera de los 44 segundos, en la final olímpica.
Dicha final fue un prodigio de emociones. El entorno de aquellos Juegos resultó tremendamente inestable. Mientras la organización olímpica invitaba a poetas, artistas e intelectuales de la talla de Pablo Neruda, Evgueni Evtouchenko, Alexander Calder o Robert Graves para leer textos de altos vuelos en el Palacio de las Bellas Artes de México DF, en la plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco se producía una matanza de estudiantes a manos de un grupo paramilitar (Batallón Olimpia) y del propio ejército nacional. Diez días más tarde empezaron los Juegos en mitad de semejante turbulencia y con los atletas negros de Estados Unidos indignados por el desprecio racial en su país (pocos meses antes había muerto asesinado Martin Luther King).
PUÑOS ENGUANTADOS
En aquél ambiente, el campeón de los 200 metros lisos, Tommie Smith, y el tercer clasificado, John Carlos, recogieron sus medallas con una mano enguantada, descalzos y la cabeza gacha durante el himno USA, bajo la mirada extraviada del presidente del COI, su compatriota Avery Brundage. Fue la primera manifestación del Black Power en el ámbito deportivo, extraordinariamente secundada por Peter Norman, el australiano subcampeón, que se adhirió una pegatina del Proyecto Olímpico para los Derechos Humanos en el pecho del chándal. El 16 de octubre de 1968, Smith protagonizó una carrera memorable, pulverizando el récord mundial con 19”83, plusmarca que resistió once años hasta que Pietro Mennea consiguió superarla en 1979 (19”72) en la misma pista mexicana. Al bajarse del podio, Tommie Smith dijo: “Si gano, soy americano. Si hago algo mal, entonces dicen que soy un negro. Somos negros. Estamos orgullosos de serlo. La América negra entenderá lo que hicimos esta noche”.
La América negra, sí. El resto, no. Los aficionados del Estadio Olímpico les abuchearon y el mismo Comité Olímpico Internacional, que en 1936 había aceptado el saludo nazi sin rechistar en Berlín’36, expulsó a ambos atletas de la Villa y de los Juegos. Su vida posterior fue un calvario: sin trabajo, amenazados de muerte de forma constante… La esposa de John Carlos se suicidó; las de Tommie Smith y Peter Norman se divorciaron para huir de la presión. La revista Time les dedicó su portada con un lema insufrible sobre los cinco anillos olímpicos: “Angrier, Nastier, Uglier” (Más furioso, más sucio, más feo) remedo del Citius, Altius, Fortius primigenio. Sólo sus compañeros de raza les apoyaron siempre.
CORRER O NO CORRER
En el insoportable ambiente de la Villa olímpica mexicana, el 18 de octubre se alinean los finalistas del 400 lisos. Lee Evans y Ron Freeman, militantes activos del movimiento Black Power, han querido boicotear la carrera. También Bob Beamon ha planteado no competir en la final de salto de longitud, que se disputa el mismo día. El ambiente en el seno del equipo estadounidense es de ruptura total entre negros y blancos. Lee Evans está al borde la depresión; el tercer clasificado en los 100 lisos, Charlie Greene, se arranca del chándal las letras USA. En una habitación de la ciudad olímpica cuelga una pancarta: “Down with Brundage”. Desde fuera de la Villa, John Carlos convence a Evans de que la mejor venganza es correr más que nunca, pulverizar el récord, ganar medallas e incrementar las protestas en el podio: “Corre Lee –le dice Carlos- corre y demuéstrales lo que somos”.
Beamon vuela hasta los legendarios 8,90 m. y entra en estado de shock por la que, probablemente, sea la mayor proeza jamás realizada por un deportista. Una hora más tarde, Evans, Freeman y el jovencito Larry James ocupan sus calles en la final de la vuelta a la pista. Freeman por la 1, James por la 2, Evans por la 6. El récord del mundo en vigor está en poder de James, que el 14 de septiembre de 1968 había corrido en 44”19, superando los 44”5 de Tommie Smith. Sólo ocho años antes, nadie había bajado siquiera de los 45 segundos eléctricos. Hoy, están atentando contra los 44. La carrera es un prodigio. Leemos la crónica de Robert Parienté en “La fabulosa historia de los Juegos Olímpicos”:
SANTO FUROR, INMENSA CÓLERA
“Este 400, que debemos considerar histórico, no podía ser ganado más que por uno de los tres americanos: Lee Evans, Ron Freeman, ambos militantes del Black Power, y Larry James, otro negro pero no militante. James, el más joven, también es el más dotado. A los 350 metros protagoniza una remontada excepcional, pero no posee la resistencia suficiente. Moviendo los hombros, tirando de sus brazos, animado por un santo furor y una inmensa cólera, Evans resiste hasta las últimas zancadas. Ambos pulverizan el récord del mundo y el tercer puesto de Freeman permite a Estados Unidos conquistar su primer grand slam en atletismo desde Roma 1960”.
En el podio, los tres corredores se presentan tocados con la boina negra del Black Power y levantan sus puños, sin guantes. Al terminar el himno agitan las boinas ante el pasmo de Avery Brundage. El COI no se atreve, en esta ocasión, a expulsarlos y los tres se alinean el domingo 20 de octubre en la prueba final de pista: el relevo 4×400. La revista “Miroir de l’Athlétisme” lo narra de este modo: “Estados Unidos domina de principio a fin, incrementado su ventaja en cada relevo, sobre todo gracias a un Lee Evans desencadenado. Los cuatro americanos pulverizan el récord mundial, lo que no sorprende a nadie, y ganan con treinta metros de ventaja sobre los kenianos”. En 43”2 obtenido en la segunda posta, Ron Freeman cubre la vuelta a la pista más rápida de la historia hasta aquél día. En 2’56”16 (Matthews, Freeman, James, Evans) quiebran todas las plusmarcas imaginadas: su récord permanecerá imbatido hasta los JJOO de Seúl’88, donde sólo será igualado. No caerá hasta los Juegos de Barcelona, 24 años más tarde, cuando Valmon, Watts, Michael Johnson y Steve Lewis lo superaron con 2’55”74. Los cuatro de México subieron al podio con las boinas negras y desfilaron puño en alto por el estadio azteca.
La carrera atlética de Lee Evans vivió su cenit aquella semana. Después, el atleta sufrió todo tipo de agravios. Continuó ganando los títulos nacionales de la vuelta a la pista e incluso se clasificó para los JJOO de Munich’72, pero no pudo disputar el relevo porque el COI descalificó a los dos primeros clasificados de la prueba individual, sus compatriotas Vicen Matthews y Wayne Collett, autores de una incalificable payasada en el podio, en las antípodas del gesto reivindicativo de México’68. Ahí terminó, abruptamente, la vida olímpica de Evans, que se retiró poco después.
COMO UN PARIA
Lee Evans vive actualmente en Nigeria y se encontraba en San Francisco para encontrar financiación para construir una escuela pública en Monrovia. La esposa de Evans, Princess, es una refugiada liberiana; se conocieron en un campo de refugiados en la República de Guinea. En 1975, una vez retirado, Evans se estableció en África para ayudar a los atletas nigerianos a desarrollar programas de velocidad y, de hecho, tres de sus alumnos alcanzaron medallas en diversos Mundiales.
Hace unos días se le detectó un tumor cerebral y fue ingresado en un hospital de San José, donde fue tratado como un paria. Al no estar empadronado en Estados Unidos, no poseer seguro médico y tener ya 64 años, los médicos que le atendieron quisieron expulsarle del hospital. Por todo ello, amigos como John Carlos abrieron una colecta entre los aficionados para recaudar fondos con los que ayudarle. Las últimas noticias sobre su estado hablan de mejoría. Aficionados al atletismo han abierto una cuenta en paypal para ayudar a sufragar sus gastos médicos:
FINAL OLÍMPICA 400 METROS – MÉXICO’68
http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=obzNbXD4u5w
FINAL OLÍMPICA RELEVO 4×400 METROS – MÉXICO’68
http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=obzNbXD4u5w
(*) Bud Winter (1909-1985) > Durante 39 años fue entrenador de atletismo de la San José State Collage. Contabilizó 27 atletas olímpicos, entre ellos Evans, John Smith, John Carlos, Ronnie Ray Smith o el pertiguista griego Christos Papanikolau.
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