"La audacia tiene genio, poder y magia. Comienza ahora, ponte en marcha”. Johann W. Von Goethe
La cosa es como sigue: compites a las 9 en punto de la mañana. Da igual que sean tus primeros Juegos Olímpicos o los cuartos. El día antes confeccionas tu “hoja de ruta”. Para competir a las nueve hay que empezar el calentamiento a las siete y media. Noventa minutos de calentamiento es mucho, pero tengamos en cuenta que a esa hora la temperatura es fresquita. Y no son noventa minutos netos: descontemos lo que se pierde yendo del escenario de calentamiento al de competición, más la confirmación de la participación ante los jueces, que se toman su tiempo en revisarte la indumentaria, los dorsales, la publicidad, las zapatillas…
O sea que a las 7,30 estás calentando. Por lo tanto, hay que llegar a la instalación olímpica como mínimo quince minutos antes si quieres evitarte un infarto por un atasco, un accidente o un pinchazo. Les pasó en Munich’72 a dos grandes velocistas norteamericanos (Eddie Hart y Rey Robinson). Yo era un chaval, pero estaba entre los atletas gracias a una beca federativa y pude vivir la angustia de sus entrenadores cuando comprobaron que empezaban los 100 metros y no aparecían sus representantes porque perdieron el autobús al estadio y llegaron fuera de plazo.
Te dices a ti mismo que nunca te sucederá nada parecido, que no dedicas media vida a ser olímpico para perder el autobús. O sea que mejor a las 7 en punto en la instalación, lavado y peinado. Desde la Villa Olímpica se tardan 45 minutos en el autobús oficial, luego hay que tomar el de las 6,15, pero como a esas horas de la mañana sólo pasan cada media hora decides que tomarás el autobús de las 6,00.
Para llegar hasta ahí hay que tomar el tren eléctrico que circula dentro de la Villa. Tu delegación vive en el barrio más alejado de la entrada, por lo que debes pillar el tren de las seis menos cuarto. Y para eso hay que desayunar a las cinco en punto: café, cereales, yogur, algo de fruta y de nuevo café, pero todo sin hambre porque a esa hora empiezas a comprender que se acerca tu debut olímpico, que cumples tu sueño, que estás ahí junto a los grandes monstruos de tu especialidad, en el auténtico Olimpo, y se te hace un nudo en el estómago y no puedes tragar ni el café que tanto necesitas.
Lo necesitas porque te has levantado de la cama a las cuatro y media, pero no has dormido apenas. Ni despertador has necesitado. Te acostaste a las nueve y media, pero como si nada. EL cerebro ha recreado mil veces tu debut y te ha mantenido en duermevela toda la madrugada. Has visto pasar la una, las dos y las tres y sólo has dormido hasta las cuatro, cuando te has dicho a ti mismo que ya estaba bien, que los cuatro años ya habían transcurrido. En pie, pues. Sin dormir, desayunando a medias, cogiendo el autobús en punto. Nervioso.
En las competiciones matinales de los Juegos, se lo digo por experiencia, compites raro, como flotando. Y nunca te acostumbras a ello…
– Foto: London2012
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