"El modelo de juego es tan fuerte como el más débil de sus eslabones". Fran Cervera
Fútbol 2011-2012 / Eurocopa 2012
Wroclaw (Polonia) / Krocscienko nad Dunajcem es un apacible pueblecito al sureste de Polonia con vistas a los Cárpatos y a tiro de piedra de Eslovaquia. Podríamos decir que se ubica en las antípodas de la bulliciosa Gdansk, de cara al mar, cosmopolita y durante casi dos semanas alojamiento y barra libre de miles de españoles. Frente a la Iglesia de Todos los Santos de Kroscienko hay un bar de pueblo en cuya pizarra blanca, repleta de tanteos y países, se puede leer una última anotación caligráfica: Wlochy-Hiszpania. Ignoro si dos semanas después de la final, la inscripción perdura en el tablero, como aquellos carteles electorales que sólo se esfuman cuando un candidato sonriente solapa a su predecesor cada cuatro años. Todo sucede de cuatro en cuatro en esta vida.
Esta cantina dista unos metros de un antiguo pozo, de donde se extraía décadas atrás su afamada agua termal. Bajo su porche, unos jóvenes comentan las incidencias de las semifinales. Su conversación sosegada aunque para nada unívoca, llama la atención del oyente. Perezoso para intentar seguirla, se va quedando apenas con los nombres propios de la misma: Casillas, Xabi Alonso, Ramos por un lado y Ronaldo por el otro lado (el femenino preferentemente). Acto seguido se pronuncian otros ilustres del balón parado como Pirlo o el más nombrado del campeonato, Mario Balotelli, sin olvidar al mago Özil o los polacos Podolski y Klose.
Apenas una decena de jóvenes componen la Strefa Kibica (fan zone) de esta pedanía a orillas del Dunajec. Los temas de conversación de sus paisanos giran en torno a las obras de su coqueto Rynek, la siega o la del fin de semana. Entre medias se cuela quizás algún inciso futbolístico sin continuidad, un guante que nadie recoge. Dentro de unas horas, el tiempo se detendrá, como tantas veces sucede en estos lares, para ceder el protagonismo a las ondas o al plasma del bar. Kiev será noticia por unos minutos, horas. Incluso entre muchos de aquellos que nunca han oído hablar de Casillas o Buffon y, por lo general, aborrecen el fútbol y su locura de ceros y más ceros. Tras un junio lluvioso, el primer día de julio sabe por primera vez a verano. Cualquiera diría que hoy empieza la Eurocopa.
Nada tiene que ver el sosegado ambiente de Kroscienko con la que se ha montado estos días, estas semanas, en las principales Strefa Kibica de Polonia. Aunque probablemente sea este uno de los países menos abocados a la fiebre del balón, las cinco grandes fan zone del país, Varsovia, Poznan, Gdansk, Wroclaw y Cracovia (esta última sin ser sede oficial de la Euro 2012), no han dejado de recibir aficionados a lo largo de las últimas cuatro semanas. Un total de 2.883.000 visitantes, según PL.2012, sin contar la final.
Aunque ya hemos criticado debidamente las excesivas concesiones de la UEFA a los esponsors y la dictadura que en algunos aspectos ejerce sobre las sedes y los aficionados, sería injusto no reconocer algunos logros. En las horas previas a los partidos, en este caso la final, los aficionados han podido visionar en formato cine resúmenes de los encuentros anteriores repletos de bellas imágenes, estéticas ralentizaciones, montajes ocurrentes y atinadas bandas sonoras. La UEFA sonorizó el testarazo de Xabi Alonso y la impotencia de Ribéry con el Bolero de Ravel. Para el cruce con Portugal se elegió El Gato Montés. Y en Kiev, una vez más, Paquito el Chocolatero se dejó querer durante largas horas por los confines de la capital ucraniana. En Kroscienko, a medianoche, quizás la mayoría había olvidado ya al vencedor de la Eurocopa 2012.
Probablemente el Chequia-Polonia del pasado 16 de junio sea uno de los eventos deportivos que más haya agitado el ánimo nacional en las últimas décadas de la renovada Polonia. Desde el mediodía, la ciudad de Wroclaw asistió a un goteo constante de trenes por su renovada estación, desde cuyas ventanillas asomaban numerosas enseñas rojiblancas y alguna que otra checa (no en vano Wroclaw está más cerca de Praga que de Varsovia). A las seis de la tarde el sol inundaba de luz la Baja Silesia intentando resarcirse de su tímida presencia hasta la fecha. El calor seco y generoso parecía ser el prescriptivo presagio a una faena para el recuerdo. Descamisados con bufandas (contradicción donde las haya) y aficionados de muchos puntos del país entonaban a cientos, a miles, a decenas de miles (ya en el Rynek de Wroclaw) aquello de “Polskaaaa bialo czerwoni” (“Poloniaaa rojiblaanca”), tararéenlo con el estribillo del Go West de Pet Shop Boys y tendrán el efecto resultante. El verano reinaba por las calles del casco antiguo y el entusiasmo se reforzaba de cuadrilla en cuadrilla. El equipo que había logrado empatar a la todopoderosa Rusia se enfrentaba a una languideciente Chequia, todas las esperanzas volcadas en el equipo anfitrión, en los Blaszczykowski, Lewandowski, Tyton… Los kibice (aficionado en polaco) cantaban al unísono: “Nikt nam nie powie, ze nie zagramy w Kijowie” (“Nadie tiene que decirnos que no jugaremos en Kiev”).
Y de repente, de improviso, sin previo aviso, se hizo de noche. El cielo ennegreció y cuando la fan zone de Wroclaw, llena hasta los topes, conectó por primera vez con el Stadion Miejski de Wroclaw, los casi 50.000 aficionados apretujados en la Strefa Kibica comprobaron como descargaba una intensa tormenta en el campo de batalla. Desde entonces, desde antes incluso del pitido inicial, se empezaron a diluir quizás los sueños de los polacos, como las pinturas pastel del pavés en Mary Poppins.
Al principio del partido el speaker se dejaba la voz al preguntar “Kto wygra mecz?” (¿Quién ganará el partido?). Entonces la respuesta mayoritaria y sin titubeos era la de: Polska! Cuando al descanso se atrevió a formular de nuevo la pregunta, el efecto fue muy distinto y los decibelios del Polska mucho menores. El ansiado Jeden jeszcze (otro, gol, más) apenas se dejó escuchar si no fue en boca de los optimistas o de los que derrochan moral. Al final del partido, muchos polacos se retiraron a sus hogares apenados. La Euro 2012, años esperada, dejaba súbitamente de tener apenas sentido. Un absurdo que continuara la competición. Otros, por contra, siguieron la fiesta con los checos o por su cuenta. La mayoría terminó entonando un cántico demasiado repetido, al que algún día deberán dejar de acostumbrarse para mayor satisfacción del nuevo kibice: “Niz nic sie stalo” (“No pasa nada, Polonia no pasa nada” con la melodía del estribillo de Guantanamera).
A falta de éxitos deportivos, Polonia y Ucrania se consuelan con un más que notable éxito organizativo. Según datos proporcionados por PL.2012, alrededor de 652.000 espectadores han llenado los cuatro estadios polacos y por sus respectivas fan zones han pasado la friolera de 2,8 millones de aficionados. Unos datos que nada tienen que desmerecer con otras ediciones anteriores, especialmente si tenemos en cuenta que antes de la Euro 2012 el deporte del balón no era el más popular del país. Habrá que ver si en el futuro inmediato algo ha cambiado en la mentalidad polaca, siempre tan pusilánime respecto al fútbol nacional.
Otro dato que invita a los polacos a creer en sus posibilidades más allá del fútbol es el excelente resultado que revelan las encuestas sobre el grado de satisfacción del turismo futbolero. Un 92% recomendará el país a sus amigos y un 80% asegura que volverá a visitarlo, según el diario Rzczespospolita. Motivos nunca faltarán. Si se buscan los deportivos, en el próximo lustro Polonia acogerá un Europeo de balonmano y los World Games (la cita mundial que engloba a todas las disciplinas deportivas no consideradas olímpicas). El pasado domingo Polonia se convirtió en la campeona mundial de la Liga Mundial de Voleibol. Los éxitos deportivos también tienen cabida.
* Joan Estrany es periodista, desplazado a Polonia.
– Fotos: AFP
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