Voeckler, el artista

por CARLOS ZUMER el 11 julio, 2012 • 14:43

Thomas Voeckler es un adicto a la maña, un soñador del truco y del escenario. Cómo será el fulano que cuando el pelotón lo saca de punto subiendo un puerto él mete el plato grande y empieza a cabecear como loco encima de la bicicleta. ¿Por qué? Porque la moto lo está asaeteando con su cámara recolgada del asiento trasero. Cuando Thomas Voeckler siente la mirada de la televisión francesa, los ojos le chispean como al chiquillo al que le mientan la madre. El tipo es bueno, pero cómo será la cosa para los vecinos galos que Voeckler es, con diferencia, lo mejor que les ha pasado en los últimos diez años. El curso último volvió a ser líder del Tour. Acabó cediendo, claro, pero exprimió el momento como quien destiñe el maillot del amarillo al blanco con pacientes lavadoras. Perdió el Tour despacito, disfrutando en Alpe D’Huez de tener todo el día una moto para él solo.

En pormenor también se le describe fácil. Sube apañadito y demarra a cuchillo. 65 kilos de potrero pequeño y efervescente. Las cronos no existen para él porque allí no hay dónde echar currículos. Enloquecido por el olor del amarillo, Thomas Voeckler y la medida de sus cosas empiezan y acaban en el 2004. Vestirse con la túnica de los campeones volvería majareta a cualquiera con un mínimo sentido del espectáculo. Él, embriagado desde pequeño por los alisios de Martinica, no conoce sino el lance, la estocada, el duende de la bicicleta. Sin saberlo, Voeckler es currista, de Curro Romero, porque tiene tardes de genio grandioso y otras en las que ni lo intenta ni se le puede mirar. Pero no se le puede negar la valentía ni el arrojo. Si se tira al albero sabes que te va a regalar el repertorio completo, sirva o no sirva y salga el sol por donde salga. Si Voeckler está, no pasa inadvertido; si no está, ni comparece, porque gestiona sus apariciones como una estrella que cuida la calidad de su género. Voeckler existe, sobre todo, en julio. Antes y después el curso es lo que pasa mientras tanto.

Podría parecer el esbozo de un ciclista que pasa hambre, pero nada más lejos. Tiene un palmarés trufado de victorias periféricas, pero plagado de triunfos al fin al cabo. Coronan su historial dos campeonatos de Francia, 20 días de amarillo y 3 etapas del Tour de Francia, amén del estupendo 4º puesto del año pasado en la ronda francesa. Porque Ti-Blanc, además de un artista, es un esforzado ganador, aunque sea un ganador modestillo, de entreguerras. Patrimonio del público, de haber taquillas y gradas acotadas sería uno de esos ciclistas por los que pagar la entrada. Con el tiempo además ha añadido experiencia. Huele las victorias porque sabe reconocer su sabor de asfalto y metal. Ganó en Bellegarde-sur-Valserine porque era el que se sabía mejor la lección, y de camino nos dejó otra vez sus maneras soldadescas. Extrañó, sin embargo, que no levantara ni una pestaña cuando cruzó la raya en primera posición. Quizá es que llegaba muy fundido, pero tuve la tentación de pensar que se estaba haciendo mayor. Nada de eso, Voeckler es un autor, me reprendí, aunque haya refinado un poco las formas con la edad. Si tiene que correr contra un caballo, él corre contra un caballo. Aunque pierda. Para algo es un artista.

* Carlos Zúmer es periodista. En Twitter: @CarlosZumer

– Foto: AFP