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MAGAZINE / Tenis

Federer no es lo que parece

por el 19 julio, 2017 • 12:58

 

El pasado domingo, en el día del Señor, el tipo de los 18 Grand Slams pasó a ser el tipo de los 19 Grand Slams. Sucedió en Wimbledon, el jardín privado que había tenido en alquiler durante las últimas cinco temporadas. Roger Federer, ese ser imperturbable, volvió a detener el reloj y y a descolocar el universo a su antojo. Porque verle jugar cada vez se parece más a ojear un libro de astrofísica: uno no entiende nada. Aun no había cesado el martirio de Marin Cilic y un par de WhatsApps sonaron en mi móvil, dos frases simples y directas: “¿En serio? ¿Lo va a hacer?“. Era un buen amigo, un apasionado de Nadal, preguntando con la inocencia más pura si el genio de Basilea iba a imponer todavía más distancia entre su leyenda y la del balear. La pregunta se eleva desde lo más profundo del alma, a mucho kilómetros del intelecto, surgiendo para atacar esa duda que a todos nos nace cuando vemos jugar al suizo: ¿Será capaz? ¿Volverá a reescribir la historia? Mientras leía los mensajes yo mismo me hacía estas preguntas. Miré la pantalla, vi el marcador (6-4, 6-1) y me fijé en la expresión de Roger. Ese hombre parecía Micky Mouse con su varita, lanzando hechizos al más puro estilo ‘Fantasía’. Ya podía durar el partido siete horas que ni toda las inspiración de Cilic al otro lado de la red podría cambiar un destino ya escrito. Entonces le respondí a mi amigo: “Eso parece“. Carácter reservado, lo sé, tampoco quería hacerle spoiler. Además, en tenis nunca se sabe, aunque con Federer se despeja antes la duda. He de reconocer que el tercer set perdió mi interés, mi cabeza ya solo jugaba con datos, con los números y todo lo que en unos minutos empezaría a inundar la red. “La excelencia hecha tenista“, “Dios sobre la hierba“, “Federer engaña al tiempo“, “La octava maravilla” y varios titulares de esta índole ocuparían mi pantalla en favor del helvético. Todo el mundo hablaría de lo bueno, lo alto y lo guapo que es. ¿Acaso estamos ante un ser perfecto? Lo sé, no me conviene meterme, pero vamos a buscar la aguja en el pajar. Señores, Federer no es lo que parece.

Por ejemplo, empezamos con su juego. Esa manera de caminar, de correr hacia la bola como si la teledirigiera hacia donde está él, la brujería que utiliza para tocar todas las pelotas bien, siempre por la parte dulce (¡qué fue de las míticas cañas!), el ace que encuentra siempre en las situaciones límites o la volea que todo el mundo dejaría en la red… pero que él pasa y deja muerta a medio metro de la cinta. La capacidad para contrarrestar cada bola que llega, siempre bien colocado, siempre bien apoyado, bloqueando la ofensiva y enviando una respuesta con billete solo de ida. El revés cortado buscando desarbolar y el plano buscando finalizar. ¿Pero no era su peor golpe? ¿Cómo es que ahora no hay manera de forzarle el fallo? Su ejercicio es tan idílico que no puede ser bueno, de hecho, es gravemente perjudicial para el resto de los mortales. En serio, cuando juega Federer, la televisión debería abrir su espacio con la misma advertencia que en el Pressing Catch: “No intenten hacer esto en sus casa“. El problema viene cuando un niño de 14 años busca esos ángulos, esos efectos o esa fluidez en su actividad y se estampa contra la realidad. Si jugar así es el camino más rápido para llegar al éxito, ¿por qué nadie lo intenta? ¿Es imposible imitarle? El tío podría decir al menos cómo se hace, o a lo mejor hay que empadronarse en Basilea. O beber Môet & Chandon. En fin, queda demostrado que esas prácticas no son para nada aconsejables. De hecho, deberían estar prohibidas y ocultas al dominio público.

Pero esto no solo afecta a la gente ajena al tenis, también a los que viven de ello. ¿Con qué cuerpo entrar tenistas como Jan-Struff, Joao Sousa o Paolo Lorenzi a una pista de tenis sabiendo que enfrente habrá un mago con todos los trucos registrados? Que Roger tenga un permiso para disputar el circuito profesional es lo más cercano que hemos visto a adulterar la competición. Alguien que se ríe del calendario, que arranca el año ganando todo, luego se va de vacaciones dos meses y regresa para volver a ganarlo todo. Hablamos de alguien que se permite el lujo de hacer que las temporadas de  Evgeny Donskoy y Tommy Haas cobren sentido, de regalarles el día más feliz de sus año natural. Pero, ¿y el resto? ¿Dónde está el ansiado segundo Open de Australia que lleva Nadal buscando durante un lustro? ¿Y el Grand Slam que merece Berdych desde que era un adolescente? ¿Acaso no merecía Marin Cilic un premio mayor después del torneazo que se ha marcado en Londres? Lo siento pero este Federer no es trigo limpio. Ante nosotros se destapa un personaje cruel, egoísta, acaparador, ambicioso hasta el extremo, deseoso de engordar sus estadísticas y congelas las de los demás. ¿Dónde reside la generosidad de este avaro? Ese modelo utópico que fomenta el compartir, el sembrar cierta equidad. Nada de esto atañe a Roger, no va con él. Aun así luego habrá gente que afirme que es una persona encantadora.

Aunque lo cierto es que el tipo se empeña en demostrarlo. No le vale con practicar el mejor tenis de todos, casi el mejor tenis de siempre. No le sirve con tener la vitrina a reventar, con dinamitar varios récords a cada torneo que pasa, con hacernos pensar que el deporte que él practica es una historia distinta. Además de todo esto, también es el primero en tener una palabra de agradecimiento, acercarse a saludar a un niño, preocuparse por el estado de un rival, dedicarle una sonrisa a un periodista o en mostrarse siempre cercano y natural a través de las redes sociales. Venga hombre, ¿ahora encima de leyenda del deporte también va a ser un ciudadano ejemplar? Alguien que llega a Wimbledon como principal favorito y quince días después se acaba llevando el título sin ceder un solo set. ¿Pero qué le han hecho las casas de apuestas a Roger para que intente hundirlas de esta forma? ¿Dónde quedo el encanto de la sorpresa? Es que no hay manera, esta temporada por ejemplo: 31 victorias en 33 partidos, cinco trofeos en siete torneos disputados y ascenso del número 15 al número 3 del mundo. Sin duda es el plan ideal para el chico que se está abriendo un hueco con los 24 recién cumplidos. Pero no, es el de un veterano de casi 36 años, casado y con cuatro hijos. Lo que faltaba, ahora Míster Federer también nos va a enseñar a gestionar una familia. Con dos pares de gemelos, una mujer hasta arriba de trabajo y mientras, él viajando por todo el mundo. ¡Alguna vez incluso se los lleva! Encima de ganar nos restriega la satisfacción de ser un padre ejemplar y el yerno que toda suegra querría. ¡Menudo engreído!

Bueno, ahí lo tienen, el lado más perverso de Roger Federer […] ¿Nada, no? Imposible engañaros a estas alturas. Supongo que solamente quería escribir un artículo distinto, o quizá solo buscaba sacarle punta a las virtudes de su persona para ver cómo cada títere conservaba su cabeza. A día de hoy, confieso que yo también caí en la trampa del suizo. ¿Cómo eludirla? Él ha sido de las persona que más han influido en mi vida entre aquellas que nunca llegué a conocer, tanto en lo personal como en lo profesional. Hasta en lo espiritual. Quién soy y dónde estoy, en parte, se lo debo a él. Sin embargo, lo que sí mantengo es el titular: Federer no es lo que parece. El hombre que vieron levantar hace unos días su octavo Wimbledon no era Roger Federer, ese desapareció hace ya unos cuantos meses, allá por mediados de 2016, cansado de tropezar, herido por la impotencia, aunque con una carrera igualmente brillante, ya sin nada que demostrar. El que ven ahora aplastando rivales y jugando con la gracilidad de un jilguero es otro individuo, una versión adicional tomada por una naturaleza inabordable, un modelo con distinto enfoque, regido por patrones que poco tienen que ver con el anterior. Un prototipo mejorado que juega únicamente por su propia diversión, por el placer de hacer historia.

“El secreto de todo está en la fe y yo siempre he creído mucho en mí. Es muy importante también tener el apoyo de tu equipo, lo necesito para llevarme a mi mejor versión el máximo tiempo posible. Soñé muy alto desde mis inicios, entrené muy duro, muy bien y de manera muy inteligente durante todos estos años. Cada paso que he dado me he encargado de que fuera rodeado de las personas correctas, siempre resguardado por el calor de mi mujer y de mis padres. Me encanta jugar, tengo un equipo maravilloso, mi mujer es mi apoyo número 1 y me vuelven loco las grandes citas. Ahora mismo no me importan el número de entrenamientos o las horas de viaje”

Son las palabras de alguien que lleva dos décadas en la alta competición y que no solo lo ha ganado todo, sino que lo ha ganado en múltiples ocasiones. El Federer del pasado o el del presente, no importa, ya no corre tras los números. Son los números los que huyen de él, aterrados por ser devorados ante semejante marciano. Pero incluso este nuevo Roger, el que acumula dos Grand Slams en dos únicos disparos, algún día se irá, lo sabemos, o eso es lo que repite el suizo en cada rueda de prensa. En cambio, el tenis seguirá siendo infinito, incorpóreo e independiente, aunque terriblemente influenciado por la herencia del suizo. Llegará un lunes en el que Federer desaparezca, cuelgue la raqueta, se marche por donde vino y deje el ranking huérfano de esas dos iniciales que inducen siempre a la peRFección. Pero quedarán sus golpes, los vídeos, sus títulos, cada palabra que articuló, cada victoria que sumó y cada uno de los autógrafos que firmó. Su legado será eterno y, con él, nuestra esperanza de que, algún día, el ser humano vuelva a crear un universo de la nada, a implantar armonía con una herramienta tan básica como una raqueta. Es el ciclo sin fin, la era del monarca vitalicio, casi inmortal. Por esta razón Federer no es lo que parece. Es muchísimo mejor.

* Fernando Murciego es periodista.

Twitter: @fermurciego




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