"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
Manolo Preciado Rebolledo es un gran entrenador pero sobre todo es una gran persona, un torrente de ilusión tan ausente de rencor como lleno de bondad. Es auténtico y sencillo, sin importarle quien tenga enfrente; un optimista exagerado, que no permite que ningún obstáculo de la vida se convierta en un muro demasiado alto de escalar; un ser humano cercano, amable y que siempre tiene una sonrisa por delante para directivos, jugadores, prensa o aficionados. Es paradójico que alguien con un corazón tan grande precisamente nos deje porque el mismo haya dejado de latir. Desde que me sobrecogió la noticia, ni quiero ni puedo creerme su muerte, de ahí que en mi recuerdo y en el inicio de este texto, posiblemente el más difícil que he tenido que escribir hasta ahora, todo lo que concierne a su figura se conjugue en presente.
No concibo que mi último mensaje no vaya a tener su respuesta, que yo no vaya a despejar jamás la duda que tenía anteayer (si el Villarreal se adaptaría más a su estilo o si sería él quien se amoldaría más a las características del Submarino Amarillo), o que el sportinguismo no vaya a experimentar jamás lo que supone verlo sentado en el banquillo visitante de El Molinón. Pero, sobre todo, lo que no entiendo es que la vida pueda ser tan cruelmente injusta con uno de los más justos. Pienso en su familia, sobre todo en Manu, a quien su padre arropó tras perder a su hermano, a su madre y a su abuelo; y me imagino a Manolo diciéndole desde el cielo a su hijo que tiene que contar hasta diez y luchar por los que siguen a su lado… porque mañana saldrá el sol, su frase por excelencia.
Mi admiración profesional y ante todo personal por Preciado arrancó en diciembre de 2005. Creo recordar que era lunes y que su Racing iba a visitar al Real Madrid. Siendo yo aún más principiante que ahora en el periodismo, me atendió apenas 48 horas antes de jugar en el estadio merengue con la misma amabilidad que lo hizo siempre, exactamente con el mismo privilegio que concedía a los gurús de este mundillo. Yo le dije que estaba convencido de que ganarían a los Galácticos como contraprestación a haberme tratado tan bien. Y así fue.
Meses después, llegó al Sporting y cumplió tres promesas que parecían imposibles: devolver la ilusión futbolística a la ciudad, llenar las gradas de El Molinón y ascender al equipo a Primera. Aún así, se sintió tan en deuda con el cariño recibido que todavía quiso ofrecer algo más al sportinguismo. Me refiero a tres permanencias consecutivas de valor incalculable, con momentos inolvidables entre los que destaca finalizar una Liga en mitad de la tabla convirtiendo una defensa que sufría goleadas en la tercera mejor del campeonato o su nueva gesta en casa del club más rico del mundo. Ese y otros éxitos llegaron después de levantarse unas cuantas veces. Nunca olvidaré nuestra conversación en las entrañas del Bernabéu después de un 7-1 en contra mientras las cámaras y grabadoras se centraban en los artistas locales. Esa semana las críticas fueron tan feroces que le llamé para hacerle una entrevista en la que le dije que, pese al sonrojante inicio de temporada, yo estaba convencido de que el Sporting se salvaba. Ese día el titular de sus declaraciones fue :“Algunos se la comerán doblada”. Y así fue. No lo dijo desde el odio o la venganza sino como mensaje motivador hacia su grupo, el mejor del mundo para él. A los suyos los defendía como nadie, de su entorno tiraba con la fuerza de un gigante, en ellos creía incondicionalmente.
En una vida ideal, Manolo hubiese podido entrenar al Athletic de Bilbao, uno de sus deseos profesionales. En ese universo paralelo perfecto, hubiera tenido la oportunidad de dirigir a un equipo inglés o de retirarse feliz para viajar por medio mundo, una de sus pasiones. Y en el mundo utópico de muchos sportinguistas la etapa de Preciado en el banquillo gijonés jamás hubiera tenido fin. Ahora aún será mejor: se ha convertido en su entrenador eterno. Manolo Preciado, uno de los nuestros.
* Pablo Gómez es periodista. En Twitter: @pablog_ En la web: lacoladevaca.blogspot.com.es
– Fotos: El Comercio
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