Tras los largos adioses llega el fin de un mundo. Ha sido un viaje largo, cuatro años precedidos por un previo en el filial igualmente competido. Viaje largo de Pep en busca del éxito a partir de un modo específico de jugar. Viaje triunfal, iniciado en su refundación como aprendiz, buscando ideas donde Lillo, más tarde espigando de Menotti y Bielsa, siempre utilizando los conceptos defensivos que aprendió en Italia, no lo olvidemos: su Barça ha sido, por encima de todo, un equipo extraordinariamente fiable en defensa aunque esa fuera virtud silenciosa, casi secreta.
Un viaje estrenado bajo el escepticismo más profundo (yo el primero). Simplemente, no creíamos que él pudiera recomponer aquel equipo convertido en cenizas por la toxicidad de sus líderes. Luego llegaron las dudas por los traspiés en el debut, la reconversión de sus jugadores en futbolistas y la recuperación de la cultura del esfuerzo. Hoy lo recordamos fácil y llano, pero fue difícil y esdrújulo. Hubo que cortar cabezas, limpiar establos y espíritus acomodados, insuflar energía, crear asociaciones internas, estimular la competitividad, exigir hasta la agonía, competir como nadie, siendo a la vez contraculturales en la forma, remar contra corriente, vencer contra gigantes y demoler tópicos, supersticiones, estadísticas, manías, ojerizas, adversidades y conspiranoicos.
El viaje lo fue todo, salvo cómodo. Miramos hacia atrás y contemplamos catorce títulos en 48 meses. Pero ¿y las dudas? ¿Y los desengaños? ¿Y las decepciones? Por no hablar de lo grave: los problemas de salud que minaron fuerzas y moral. Sí, hubo catorce bailes, catorces sardanas, catorce celebraciones, pero decenas de mañanas serias y duras, ligamentos cruzados rotos, tibias astilladas, depresiones, tumores, agotamiento emocional, niños que sostuvieron el andamiaje en ausencia de los mayores, mayores que decidieron no envejecer, un grupo compacto de marineros, dispuestos casi todos a no escuchar a las sirenas con tal de seguir a bordo. En el camino, los buenos se hicieron mejores y los mejores se hicieron divinos para que el grupo deviniera eterno.
En las noches de luna llena, como dos viejos marineros a bordo de la nave, Guardiola y Vilanova recitaban un poema sin rima que dice así: “Valdés, Alves, Piqué / Puyol, Mascherano, Abidal / Busquets, Xavi, Iniesta / Pedro, Messi, Villa”. Y Pep siempre apostillaba: “Falta uno: Keita”. Así transcurrió un viaje casi olímpico, de Pekín a Londres, del Messi frágil al Messi sobrehumano, de sus 20 goles por curso a sus 73 goles por temporada, símbolo de una transformación homérica de autor conocido. Ya no son horas para seguir glosando a quien encabezó esta aventura. Solo para anotar que la felicidad está en el viaje.
– Foto: Barça in the Hearth of the Legend)
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