"Lo que equilibra a un equipo es la pelota. Pierde muchas y serás un equipo desequilibrado". Johan Cruyff
Llevo dentro de mi sangre
un potro de rabia y miel,
se desboca como un loco,
no puedo hacerme con él”.
Camarón
En el verano de 2008, de la mano de Guardiola, llegó al Barça el brasileño Dani Alves. En su primer partido de Liga, contra el Numancia en Los Pajaritos, quedó demostrado cuál era su punto débil: hasta en tres ocasiones le ganaron la espalda durante el primer cuarto de hora. Fue por su banda por donde Bellvis entró como un cuchillo para centrar un balón que Mario remató a gol. El Barça acabó perdiendo ese partido. Todos conocían la pulsión ofensiva del lateral antes de ficharle y, sin embargo, decidieron correr el riesgo. Por algo sería.
El tiempo y 13 títulos en cuatro años (a falta de que se dispute la final de Copa) han terminado por darle la razón. Alves ha ligado su mejor etapa como futbolista a la mejor etapa del club en toda su historia. Esto dice mucho a su favor, teniendo en cuenta que ha sido uno de los jugadores más utilizados por Guardiola.
Alves ha sido una de las piezas clave de este proyecto. Al principio, fue el socio inquebrantable de Messi, cuando el argentino despegaba desde la banda derecha. Su ímpetu y capacidad para devorar toda la línea de estribor permitieron, precisamente, que Guardiola se arrancase a desplazar a Messi al centro. Este ajuste fue el arreglo definitivo que sublimó el juego del equipo, cuyo estreno no pudo ser más letal: 2-6 en el Bernabéu.
A medida que transcurrían los partidos, el equipo encontró en Alves un filón con el que multiplicar sus opciones en ataque. Una de las señas del Pep Team y uno de los movimientos que mejor definen al lateral, repetido constantemente hasta que los rivales dieron con el antídoto, era la maniobra que se gestaba en la zona de ¾, cuando el juego se volcaba hacia el costado izquierdo. Desde allí, Xavi, Iniesta o Busquets templaban el balón al corazón de área, entonces Alves salía al galope, en una diagonal inesperada, y atravesaba la defensa rival para embocar a gol. Esa necesidad imperiosa de cabalgar provocó, en muchas ocasiones y según le hiciera falta al equipo, que Guardiola dispusiera un once en el que Alves actuaba como interior. Sin embargo, pocas veces cuajó grandes partidos jugando tan adelantado, porque lo que le va al defensa no es otra cosa que cancha suficiente para desatarse, para jugar con esa urgencia y explosividad que le caracteriza, para derramarse por todo el carril diestro.
Hiperactivo, infatigable y algo anárquico, el lateral ha metabolizado como pocos el fútbol ofensivo de este Barça. Sin embargo, el ADN brasileño que trota por sus venas le impide, en muchas ocasiones, guardar la posición. Ese ha sido siempre su talón de Aquiles, agudizado todavía más en una disciplina tan férrea como la que diseñó Guardiola.
A eso hay que unirle el desesperante histrionismo con el que, algunas veces, recibe las faltas y la ligereza con la que despacha algún asunto o responde a los rivales ante los micros. Además, los hábitos extradeportivos del brasileño durante la temporada y el comportamiento infantil en acciones como la celebración del gol ante el Rayo, o la expulsión en el Villamarín, que de haber sido roja directa le hubiese dejado sin final de Copa (aunque finalmente se la perderá por lesión), han molestado bastante al cuerpo técnico y provocado que afloren los rumores de traspaso.
En el caso de que finalmente se marche, no será fácil encontrar un sustituto a su altura y voracidad, pese a la tara defensiva que incorpora y esa manía tan suya de despistarse. Se irá uno de los pilares de este Barça, una tuerca imprescindible del exquisito mecano de Guardiola. El potro de rabia y miel, el vendaval incorregible.
* Jorge Martínez es periodista. En Twitter: @JorgeMartnez12
– Fotos: EFE – AP
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