Faltaban solamente unas horas para el comienzo del partido y la pregunta en los aledaños del estadio se repetía de manera insistente. ‘¿Conoce usted a Marcus Willis?‘. La respuesta, siempre negativa. ¿Quién es este chico? ¿Por qué todo el mundo habla de él? ¿Por qué dos horas después de acabar el encuentro, y haber perdido, se sigue hablando de su historia? Estamos, seguramente, ante la mejor novela que el tenis nos ha regalado en los últimos años. Un hombre de 25 años que quiso dejar su sueño por falta de resultados y que seis meses después se encuentra en la Pista Central de Wimbledon para medirse a Roger Federer. Una fantasía que, de la noche a la mañana, se convierte en realidad, pasando de ser un completo desconocido a estar en boca de todos. Y además, con buena crítica. Desde el primer momento la pluma me pedía relatar este cuento de hadas, mucho más al ver cómo mis compañeros de gremio empezaban a dedicarle crónicas. Pero claro, me hacía falta el momento cumbre de la obra para poder construir este relato. Ahora ya lo tengo y no podía ser más perfecto.
Marcus Willis pisa la hierba de Wimbledon por quinta vez esta semana un miércoles 29 de junio cuando el reloj se acerca a las 17:00 hora local. Atrás quedan las tres victorias de la fase previa y el triunfo ante Ricardas Berankis (6-3, 6-3, 6-4) en su debut oficial en un cuadro profesional ATP. Sin embargo, nada es igual para el tenista nacido en Inglaterra hace 25 años. Para empezar, el camino hacia la pista lo comparte con el mejor jugador de todos los tiempos, Roger Federer. Incrédulo, levanta la vista y se encuentra el escenario más emblemático de la historia del tenis, la Centre Court. Está abarrotada por 15.000 personas que, aunque parezca una broma, están ahí para verle a él. A él y no al campeón de 17 Grand Slams al que tiene que enfrentar. Porque es a Willis al que corean y al que animan continuamente desde el minuto uno. Es al inglés al que aplauden cada vez que lo intenta, que conecta un winner o que captura su primer juego después de recibir un 6-0 de entrada. Es al tenista de Slough, -y esto sí que no se había visto nunca- al que ovacionan tras el acceso del suizo a tercera ronda. Como lo oyen. Ya con la victoria consumada, Federer “se olvida” del centro de la cancha en ese gesto tan clásico como es el de recibir los últimos vítores tras el trabajo bien hecho. Ha ganado, pero no es el protagonista. Hoy es Willis el que acude al interior de la escena para despedirse como un grande, entre clamores, dibujando una sonrisa más pronunciada si cabe en el día más feliz de su inexistente carrera.
“Increíble. No es un miércoles habitual, seguro que el siguiente será muy diferente. Obviamente estaba muy nervioso porque es un ambiente impresionante, pero creo que he jugado bien porque me he mantenido dentro del partido, de la pista, pero él ha sacado su clase. Pero sí, creo que he jugado bien en el primer set, no creo que mereciera ese 6-0, pero al final cayó”, definió el británico en una sala de prensa en la que un espacio cotizaba al alza. “El apoyo que he recibido del público ha sido abrumador. He disfrutado mucho ahí fuera, he sido capaz de competirle a Roger Federer durante dos sets. Ahora lo que necesito es descansar, estoy exhausto. Lo que tengo que hacer es seguir trabajando y seguir aprendiendo“.
Es enero del vigente calendario y Marcus Willis todavía no sabe lo que es disputar un torneo profesional. Tiene 25 años, es el 772 del mundo y el tenis es su pasión, pero su sueño se apaga cada día que pasa por la falta de resultados. La decisión está tomada: abandonar. Es el camino que cualquiera de nosotros hubiera escogido, pero claro, no todos hemos tenido la suerte de coincidir con Jennifer Bate en un taxi. Ella es el motor de toda esta historia, una chica estadounidense con la que Willis había entablado una relación hace unos años y que fue la causante de que su vida diera un giro radical. Fue justo el día de conocerse cuando el británico le reveló su profesión (tenista) y sus intenciones (dejarlo todo para irse a EE.UU. a trabajar como entrenador). Pero Jennifer, hasta esa noche desconocida, le recordó aquello de que nunca hay que dejar de luchar por un sueño. Y no solo eso, le motivó para machacarse en el gimnasio y perder hasta 25kg en dos años, exceso de peso que le hizo apoderarse del sobrenombre de ‘Cartman‘, aquel niño rechoncho y desvergonzado de la serie South Park. La oportunidad solamente aparece si uno lo sigue intentando, si uno nunca se rinde. ¡Y vaya si ha llegado!
El guión es de película. De un día para otro te conviertes en otra persona, te instalas en otra vida. Pasas de jugar en pistas enfrentamiento a hacerlo en el All England Club. Pasas de enfrentarte a tus compañeros de academia a hacerlo con Roger Federer. Tu nombre está en todos los canales, tu historia ocupa todas las portadas, hasta la página web de la ATP se digna a rellenar tu ficha, foto incluida. Ruedas de prensa, autógrafos, momentos en vestuario con los mejores del mundo, reconocimiento mundial y una experiencia para ilustrar a todos los que algún día quisieron tirar la toalla. Y todo por amor. Por amor a una mujer que, sin apenas conocerle, se negó a ver cómo abandonaba su proyecto. Por amor a un deporte que tanto le había negado y que ahora le ha convertido en el personaje del momento. Por supuesto, también acompañado de la parte económica. Solamente por acceder a segunda ronda, Marcus Willis se embolsó 65.000 dólares. Durante toda su carrera, el jugador inglés había acumulado 95.000.
Cualquier jugador en esas circunstancias hubiera dicho ‘basta’ al ver cómo la vida se empeña en colocarte obstáculos. Lo asombroso está en aquel que persevera, promovido por la causa que sea, hasta cambiar lo común por lo extraordinario. Roger Federer solo hay uno en el mundo, aunque todos al empezar sueñen con ser como él. ¿Pero qué pasa con el resto? Nuestro protagonista no nació con el talento para poner cada servicio en la ‘T’ ni para vestirse 237 semanas consecutivas de número uno, pero su victoria estuvo en que nunca dejó de intentarlo, aunque fuera por vivir un 1% de lo que el suizo ha experimentado en toda su trayectoria. Ayer incluso salió a pista ataviado con una prenda del auténtico ‘RF’, adornado con un par de sponsors que vieron en su figura una gran oportunidad. Hoy en día Novak Djokovic sueña con alcanzar su 13º Grand Slam; Dominic Thiem, con abrazar el primero; y Roberto Carballés, con acceder al top100. Cada jugador se marca sus propias metas. Marcus Willis, un amateur en el sentido más preciso de la palabra, se conformaba con sentirse tenista por un día y acabó saliendo entre aplausos de la Pista Central de Wimbledon. Pese a perder el partido. Dos mensajes claros. El primero: el deporte es maravilloso por historias como ésta. El segundo (y más importante): la grandeza de cada hombre siempre estará ligada a sus sueños y aspiraciones. Si llega el día en que piensan que todo está perdido, recuerden a Marcus Willis.
* Fernando Murciego es periodista.
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