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"Lo que no se entrena se olvida". Pep Guardiola


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¿Una Revolución a la italiana?

por el 9 mayo, 2016 • 19:44

Antonio Conte

En verano del 2014 comentaba con Álex Couto las disposiciones de los jugadores en el mundial y estábamos de acuerdo en que muchos equipos empezaban a plantear el juego con tres defensas y carrileros, generalmente contra equipos que acumulaban un gran volumen de juego, por ejemplo la Holanda de Van Gaal frente a España. Parecía que algo se movía, aunque no cristalizase en nada concreto.

Tres años antes, un jugador bregador convertido ahora en entrenador llamado Antonio Conte se hacía cargo de la Juventus de Turín. Bajo su mando, la Vecchia Signora ganó tres Scudetto seguidos barriendo a la mayoría de rivales, logrando en su último año la friolera de 102 puntos. Mientras, en Florencia, un delantero habilidoso convertido en entrenador llamado Vincenzo Montella cogía las riendas de la Fiorentina, terminando en sus tres años en cuarta posición. Ambos compartían tendencia: utilizaban un sistema 1-3-5-2 que además, daba resultado.

Antes de que nos entre un ataque de “numeritis” y digamos que los sistemas son solo “números de teléfono” (sí, yo también me he leído Herr Pep) hay que pararse a constatar un hecho: jugar con tres defensas no es lo mismo que cerrar con cuatro atrás. Esto, que resulta una obviedad, es la base sobre la que construyen Conte y Montella su equipo. Es decir, una declaración de intenciones, no una locura pasajera. Y las intenciones lo son todo en el deporte.

Pensemos en los distintos sistemas de juego, sus pros y sus contras, más allá de contextos e interacciones, que no olvidamos nunca. Pensemos en conceptos como profundidad, amplitud o equilibrio (el manido equilibrio). ¿Qué aporta el 1-3-5-2 a todo esto? 1) Para empezar, cerrar con tres permite sumar un efectivo al centro del campo; 2) es importantísimo resaltar que los tres jugadores de la zona central del campo forman un triángulo, no un doble pivote y jugar con interiores te aporta una ventaja sustancial; 3) los carrileros aportan la amplitud necesaria para poder desplegarse en ataque; y 4) tener dos puntas da la profundidad que abre líneas de pase a la espalda de los medios rivales. Y una cosa más: se necesita un gran volumen de juego (10-15 pases) para poder poner a todos los efectivos en su lugar, pues los carrileros aportan el equilibrio necesario cerrando por dentro o sumándose como otro defensa más en repliegue. Amplitud, profundidad y equilibrio sumados a volumen de juego.

Montella y, en especial, Antonio Conte me despertaban algunas dudas, y de ahí emerge mi teoría: Italia puede estar a punto de una revolución. Una revolución a la italiana, con lo que eso conlleva de orden, dosis de fortuna y tragicomedia. A continuación paso a exponerla. Es muy posible, como la mayoría de las teorías, que me equivoque.

Cesare Prandelli, entrenador de unos valores espectaculares (solo tienen que leer lo sucedido con su mujer o el pasillo respetuoso al rival, algo que todos los entrenadores deberíamos copiar), cambió la cara de su selección proponiendo algo más que el orden del calcio, llevando a su selección a la final de la Eurocopa 2012, dejando atrás por momentos esos años en los que perros de presa dominaban con mano de hierro el centro del campo y siempre había un jugador diferente, llámese Mancini, Totti, Del Piero, Baggio o Signori. Una racanería muy italiana que te atrae y te repele a la vez, que logró su apogeo en 2006 con la consecución de la Copa del Mundo que, como bien dice Juan Mascuñano, buen amigo y uno de los mejores entrenadores que conozco, ganó porque Lippi fue capaz de convencer a Del Piero para que marcara diferencias desde el banquillo.

Esa Italia de toda la vida, la que tiene arraigada el catenaccio de Helenio Herrera (recomiendo fervientemente el libro Las grandes escuelas de Fútbol Moderno, de Álex Couto), criada y formada en sólidos cimientos de la preparación física (lean al profesor Gilles Cometti), con un estricto orden defensivo fortalecido por el Milán de Sacchi, aquella que siempre anda en neblinas antes de una competición oficial, la que nunca pasa primera de grupo, juega feo y acaba plantándose en semifinales, parecía de otra época (salvo por lo de pasar rondas pues eso, como en Alemania, va en el ADN).

Hablábamos de Prandelli y su lavado (relativo, como todo lo italiano) de cara a la selección, cuando en la Copa Confederaciones contra España propone jugar 1-3-5-2, con De Sciglio y Maggio como carrileros, haciendo un daño tremendo a nuestra selección. Paré a reflexionar un momento: Prandelli estaba llamando a varios jugadores de una Juventus que se paseaba por el Calcio y de manera puntual hacían suya la idea de Conte. Me pareció una decisión inteligente y que, con calma, podía dar sus frutos. Que varios entrenadores eligieran esta disposición en el Mundial 2014 confirmó mis sospechas sobre que algo latente estaba emergiendo. Incluso Roberto Di Matteo eligió esta disposición cuando se enfrentó al Real Madrid en la Copa de Europa en el Bernabéu, generando más de un dolor de cabeza.

La pregunta es si la idea romperá, y pocos escenarios mejores como la Eurocopa más abierta que se recuerde en tiempo, con Francia como anfitriona y principal favorita, pero con Alemania, vigente campeona del mundo; España, todavía dominadora en Europa gracias a su doblete 2008-2012; Inglaterra, con su histórica vitola de equipo grande y con el dúo moda Kane-Vardy; o una incipiente Bélgica con Hazard a la cabeza, más una pléyade de nombres y selecciones como Polonia que pueden dar algún susto. Y por supuesto, Italia. La siempre infravalorada Italia.

Fantaseemos un poco. Conte implanta su sistema 1-3-5-2. Buffon y la defensa de la Juventus cubren la espalda, Motta y Montolivo trabajan incansablemente para recuperar balones mientras que Darmian y Florenzi amenazan por las bandas y tanto Insigne como Zaza dan profundidad al ataque. Quizá jugador por jugador no haya ninguna estrella, pero hay una idea global muy clara que produce desequilibrios en el equipo rival. Un equipo que al final levanta la copa… Solo es una teoría y, desde luego, la ausencia de Verratti la complica hasta límites desdichados.

Porque revoluciones en el fútbol ha habido algunas, la última la de Pep Guardiola, aunque antes de él los Michels, Lobanovsky, Herrera y demás hicieron camino. Y tal y como está ahora mismo el calcio, una liga que siempre tuvo más empaque con equipos temibles que asolaban Europa y hoy venida a menos, necesita un electroshock. ¿Por qué no una pequeña revolución llevada a cabo desde la táctica? Italia demanda entrenadores que actualicen su modelo de juego. Desde los Trappatoni, Capello, Sacchi o Lippi, solo Mancini ha sido capaz de hacer algo con un grande. Prandelli es otra historia, claro. ¿Puede ser la Italia de Antonio Conte la precursora de una idea que arraigue en el país transalpino? El mejor ejemplo es Alemania, donde se inició hace unos años un reajuste en sus planificaciones, formando entrenadores y cuidando al aficionado y como resultado Klopp, Löw o Tuchel están demostrando que el entrenador alemán se reinventa. ¿Por qué no creer que, de la mano de Conte y su propuesta, salgan entrenadores italianos con una idea sencilla, muy italiana, de gobernar el partido desde la inteligencia del espacio y el estricto sentido del orden, donde un 1-3-5-2 genera ventajas?

Seguramente esta teoría, como muchas otras, no tenga recorrido. Es muy probable que Italia no gane la Eurocopa y que aún ganándola no haya efecto llamada. Pero Italia necesita algo que la saque de su letargo. Sacchi espera sucesor.

* Ricardo Zazo es entrenador de fútbol.





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