"Todo lo que no está creciendo está muriendo. Crecer significa aprender y transformarte cada vez en una mejor versión de ti mismo". Imanol Ibarrondo
La base sobre la que se fundamenta el fútbol es el juego. Por eso, en un equipo técnico cada vez hay menos entrenadores, preparadores físicos, psicólogos o especialistas específicos, cada vez surgen más diagnosticadores en torno al juego. El juego engloba todo, a pesar del reduccionismo imperante aún hoy en día. El juego abarca todo, dando rango de importancia a cada faceta según vaya surgiendo la necesidad. El juego implica jugadores, cada uno exclusivo y único, porque al fútbol juegan personas y estas son distintas unas de otras; por lo tanto lo que generan combinando sus intenciones y destrezas personales es único de cada vez.
El juego del fútbol se ve sujeto a múltiples variables que inciden en su funcionamiento y en el comportamiento de quienes lo juegan. Pero hay dos que multiplican o dividen los efectos de todo lo que puede ocurrir en torno a un juego con una pelota y un grupo de exclusivos y únicos jugadores dispuestos a involucrarse en su mundo: el tiempo y el espacio (con su inseparable prima, la velocidad, inherente a ambos).
Desde que el fútbol lo entendemos como lo que es, el tiempo y el espacio de juego determinaron muchos de los avances, de los atrancos y de las variaciones de tendencias que ha ido sufriendo este juego, este deporte y la competición que lo engloba a lo largo del tiempo. La unión de personas que por su carácter único inducen a crear interacciones exclusivas cada vez que se relacionan en un equipo, utilizando como hilo conductor la pelota, bien porque se dispone de su posición, bien porque en su ausencia se mantiene como referencia, ha sido siempre un campo abonado para la generación de lo que se dio por llamar propiedades emergentes, es decir, situaciones nuevas surgidas del propio juego, debido al juego y por el juego. Situaciones nuevas que rompen con el estigma centenario de que en el fútbol está ya todo inventado. Las propiedades emergentes son el sello identificativo de que el fútbol tiende y vive en un entorno complejo. El fútbol es amigo íntimo de la complejidad. En él, el tiempo y el espacio son factores determinantes para que el fútbol en su todo complejo genere constantemente propiedades que emergen, que nacen y se manifiestan por y a través del propio juego. Ello, en parte, viene producido por la exclusividad de los complejos sistemas unívocos de quienes lo juegan, es decir, seres humanos dotados de ciertas destrezas, estructuras y dominios que ponen de manifiesto (en términos relativos) cuando juegan al fútbol. El jugador de fútbol es un productor continuo y constante de propiedades emergentes, un equipo de fútbol es un racimo de jugadores que generan propiedades emergentes y que todos juntos producen una obra compleja que manifiesta un resultado mucho más complejo y dinámico, mucho más diverso de lo que uno solo podría generar por sí mismo. La complejidad del fútbol es el elemento que lo hace interesante, es justo lo que mantiene vivo el aspecto artístico que durante décadas se trató de reducir a pura física clásica.
El tiempo y el espacio son variables físicas que generan dos situaciones especiales, incertidumbre y duda. La duda viene definida por las múltiples opciones que un jugador tiene para ejecutar su acción y la decisión inmediata de accionar una para resolver una cuestión puntual. La incertidumbre viene definida porque no sabremos qué ocurrirá hasta que ocurra. Viviendo en un estado analítico de compartimentos estancos, se nos escapan muchos detalles de un juego que precisamente vive de eso, de los detalles. El determinismo, unido al reduccionismo y al interés por disgregar, en vez de cohesionar y otorgar valor al todo, sin necesidad de pensar, pesar, medir o evaluar cada parte, ha generado un conflicto de observación que hace que hoy día existan problemas de base para poder explicar el fútbol al gran público.
El día en que los medios de comunicación de masas se bajen del carro del reduccionismo y se suban a la nave de la complejidad, la relación entre especialistas del fútbol y periodistas dejará de ser pobre y sin fundamento para convertirse en una fuente de valor continuo.
El tiempo de ejecución, el tiempo de evolución sobre el terreno de juego, la tardanza o rapidez en terminar un ataque o realizar un repliegue en los espacios disponibles o en los espacios aprovechables son elementos determinantes para estructurar la naturaleza de un equipo.
Entrenar hace que definamos patrones comunes a través de los cuales manifestemos el uso del tiempo y del espacio de una manera generalmente aceptada. El entrenamiento nos permite articular las fuerzas exclusivas de nuestros jugadores para dar forma a un desarrollo de por sí complicado, a través del fino hilo elástico que une a cada jugador en el campo y da flexibilidad o rigidez a las interacciones en función de cada situación concreta. Hay más respuestas de las necesarias para cada pregunta, por lo tanto, el juego, no lineal debido a que la diversidad de posibilidades, desborda cada incógnita a despejar, obliga a acotar en rangos menores las acciones a desarrollar, por lo que el entrenamiento, de partida, cohesiona a un grupo de individuos para formar y delinear una manifestación colectiva en el terreno de juego que no se rompa, en la medida de lo posible. Pero sabemos que ello es imposible. El juego nos rompe por sistema. La obligación de todo jugador es desestructurar la maraña de interrelaciones que tendrá enfrente, la obligación de todo equipo es conquistar los espacios determinantes en el tiempo adecuado para incrementar la probabilidad de marcar gol y reducir las probabilidades de éxito del rival.
Como decía la ranchera, no hay que llegar primero, pero hay que saber llegar. Hay muchas piedras en el camino de un partido, todas ellas destinadas a complicar nuestras evoluciones en el terreno de juego, debemos comprender que el juego del fútbol es percepción, coordinación y acción en un tiempo de reacción mínimo si queremos seguir estando vivos en nuestros ataques o ser eficientes en nuestras defensas. Espacio y tiempo, totalmente vinculados e interrelacionados para dar pautas de cambio en cada generación que pasa. Se comenzó jugando de una manera hasta que alguien decidió ir más rápido y generar mayores ratios de desarreglo en los oponentes; se decidió posteriormente avanzar hacia adelante para reducir espacios de juego; se decidió igualmente ajustar los movimientos a lo ancho del campo, las defensas individuales dejaron paso a las zonales y hoy día pasamos a ver un compendio de combinaciones que hacen del fútbol defensivo una riqueza patrimonial excelente. Cuando los analistas de los medios dejen el reduccionismo y se pasen definitivamente al mundo complejo podrán regalar con certeza dicha riqueza al gran público; si no, tendremos que esperar otra década para que nos muestren cómo ha ido evolucionando el fútbol, a toro pasado.
Ritmos e intensidades ofensivas y defensivas enmarcadas en planes de acción organizados para dotar al juego de respuestas adecuadas a nivel colectivo. Y sabemos que hay más respuestas que incógnitas y para identificar cada respuesta debemos experimentar desde la consciencia lo que el comportamiento inconsciente de los jugadores regala en cada partido. No tenemos tiempo para tanto, a pesar de los medios escandalosamente precisos de los que disponemos hoy día. Medios que nos cuantifican todo lo necesario y suficiente, pero que nos obligan a cualificar a nosotros desde la complejidad, la no linealidad y la dinámica evolutiva de un juego acíclico.
El fútbol no es un campo abonado para lo previsible, y a pesar de ello muchos cargan contra los desobedientes que rompen los patrones establecidos, como si en algún momento de la historia el fútbol hubiese permitido establecer patrones duraderos. Los desobedientes que tantas veces alabó Eduardo Galeano y que tanto nos complican la vida a los entrenadores. Ellos, con su acción inconsciente, pero perfectamente trazada en su cerebro, solo tienen un problema: primero actúan y después, si se tercia, razonan la respuesta. Nosotros queremos ajustarlos a nuestro mapa, a nuestros sectores conocidos, a esos espacios de confort que nos creemos capaces de explicar y van ellos y nos mejoran la acción, rompen con lo establecido y nos levantan para dejarnos pasmados por lo que han conseguido. Ellos justamente visionan, gestionan y articulan la variable espacio/tiempo mejor que los demás y no lo explican: lo hacen. Por ello, nosotros acumulamos dichas experiencias y las incorporamos a nuestro pequeño bolsito en el que guardamos la estrategia, ese espacio infinito que creemos dominar y que nos desborda a cada pregunta, porque reitero, hay múltiples, excesivas respuestas. Ellos, los desobedientes, nos dan bagaje y nosotros, directores egoístas, los guardamos para razonarlos como propios, como si supiéramos de dónde surgieron y por qué. Ni el desobediente lo sabe.
No nos queda tiempo, este vuela, el fútbol no puede esperar. Necesitamos ajustar nuestro cerebro para incrementar nuestra velocidad de crucero y razonar el juego, la base de sustento del fútbol para permitirnos entender qué camino se tomará a continuación. Esa es nuestra razón de ser.
La de todos en conjunto es tratar de no mancillar un juego que es rico en todo y que está ausente de fronteras. Reduccionistas del mundo, acérquense, no pasa nada. Razonemos juntos y evitemos que en las ruedas de prensa se hable de twitter, de zarandajas, de sensacionalismo y abramos la caja de pandora de un fútbol que es multiplicador desde su origen. El fútbol en su aspecto fundamental junta a la gente, la invita a pedir café, bizcochos, a hablar de todo y de nada, justo lo más complejo de los entornos complejos.
* Álex Couto Lago es entrenador nacional de fútbol y Máster Profesional en Fútbol. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Santiago de Compostela. Autor del libro “Las grandes escuelas de fútbol moderno” (Ed. Fútbol del Libro).
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