“Dime qué mediocentros pones y te diré a qué juegas”. Esta frase, popular entre los técnicos, sin un padre que se lleve la autoría, define bien algunos de los mecanismos que utilizamos los entrenadores para organizar nuestro equipo, aunque de puertas para fuera sea bastante complicado. Hay que decirlo bien alto: nuestro equipo de fútbol es como un reloj al que le abres la cubierta y ves todos los engranajes. Y los mediocentros son las manecillas.
Jugar con un pivote o con dos es una declaración de intenciones: define tu manera de atacar y de defender. Hagamos un poco de memoria y pensemos en los tipos de sistemas que suelen emplearse y su capacidad defensiva.
Pensemos en el 1-4-4-2 (sí, el portero también juega). Dos líneas claras de cuatro jugadores y otra de dos. Tres líneas. Cambiemos de sistema y pensemos en un 1-4-3-3: línea de cuatro defensas, un mediocentro, dos interiores, tres delanteros. En total: cuatro líneas. Observemos ahora un 1-4-4-2 en rombo. La línea defensiva de cuatro sigue, pero luego hay un pivote, dos interiores, un mediapunta y otra de delantero: cinco líneas.
Las líneas y el tan famoso y manido orden de los equipos. Ese dibujo maravilloso de un equipo donde se ven líneas perfectas; un equipo trabajado, dicen. Pues bien, no hay nada más fácil de superar en el fútbol que una línea. A continuación pasaremos a hablar de la importancia de la ruptura de líneas.
Entendiendo que la mejor forma de usar la línea defensiva es colocar a cuatro jugadores (habría que hablar mucho de eso, pues según los jugadores que tengas puedes usar tres o cinco, pero eso daría para otro artículo), puesto que es la que usan la mayoría de equipos y es la comúnmente aceptada como normal, saltemos a la línea donde se cuece todo: la de los medios.
El fútbol se gana en las áreas, pero se juega en el medio del campo. Ganar es una variable que a veces pasa por tu camino, igual que perder, pero jugar y generar juego depende de ti y es labor de todos entender lo que sucede en el campo. Y para generar juego necesitas líneas, sí, pero líneas de pase.
El fútbol es un deporte no lineal (no va de A a B) y hay que entenderlo como un todo donde los cuatro momentos del juego (defensa organizada, ataque organizado y las dos transiciones ataque-defensa y defensa-ataque) son las grandes estructuras del juego y son inseparables en la continuidad del mismo. Esta teoría holística que acepta que cada momento del juego tiene otro posterior de manera encadenada obliga a pensar en el fútbol como algo inseparable y que se debe trabajar de manera unificada. Así pues, según cómo ataque, defenderé y viceversa.
Pensemos en un sistema con doble pivote. ¿Qué es lo primero que nos viene a la cabeza? Seguramente, equipo fuerte en el centro del campo, fiable y ordenado. Pensemos en uno con interiores, seguramente sería mucho volumen de juego y endeble en las transiciones. Pero el fútbol, por suerte para muchos y para desgracia de algunos, se juega en un campo de fútbol con un balón y no en una pizarra donde los entrenadores ganamos todos los partidos. Ese maldito balón que nos deja sin neuronas intentando domarlo.
Piensen en esos dos equipos, el del doble pivote y el de interiores, imagínenlos en su mente. ¿Cuál de los dos tiene el balón y cuál es el que defiende? Seguramente la mayoría piense que los interiores tendrán más el balón mientras que el doble pivote defenderá.
Y ahí es donde radica la mayor diferencia: El doble pivote es, por definición, una defensa pasiva, reactiva (mientras que los interiores son proactivos, saltan a poseedor de balón) que depende del fallo del rival para poder desplegarse en ataque. Es una muralla y las murallas no se mueven, si acaso se agrietan. Dicho de otro modo, cede la iniciativa del balón al rival. Jugar con un único pivote genera varias cosas:
Pero además hay otro condicionante importantísimo para renegar del doble pivote respecto a la salida de balón: la lateralidad.
Un mediocentro acostumbrado a jugar en un doble pivote irá el 90 % de las veces a recibir el balón de manera frontal, pues así es su manera de ver el fútbol (ir de portería a portería o ir a la banda a cortar un contragolpe, siempre el mismo plano), mientras que un interior siempre tendrá mayor capacidad de girar sobre sus ejes (anteroposterior, longitudinal y transversal) porque está acostumbrado a recibir siempre lateralizado. En mi equipo hago mucho hincapié en que los jugadores no reciban nunca con los dos pies en paralelo, y si lo hacen, que toquen de cara, pues de lo contrario perderán el balón.
No hay que demonizar el doble pivote, pero sí hacer ver cuál es su uso. Dependiendo de si priorizas el control del balón o priorizas el espacio, colocarás de una determinada manera tu centro del campo, y eso definirá no solo el comportamiento de tu equipo, sino todos los entrenamientos. Ceder el balón para robar y correr o construir con él. Temporizar para que el rival falle o presionar tras pérdida saltando al poseedor del balón. Defender juntos en campo propio o partirte la cara a campo abierto. Propuestas diferentes, ni mejores ni peores, que definen a conjuntos y entrenadores.
Mi experiencia me dice que los interiores son el bien más preciado para un entrenador que quiera tener el balón y que es más fácil, entendiendo el despliegue de tu equipo (la posición de los jugadores cuando tenemos el balón), saber cuáles son tus puntos débiles. Para mí, el doble pivote es un dique que si se rompe es muy vulnerable, puesto que al ser una defensa pasiva lleva en el pecado la penitencia: no se puede defender siempre. Si un equipo atacara perfectamente y otro defendiera perfectamente, ¿cuál tendría más posibilidades de ganar? Y siempre hay una constante que lo define todo: el balón.
“Dime qué mediocentros pones y te diré a qué juegas”.
* Ricardo Zazo es entrenador de fútbol.
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