El Barça de Pep, el Milan de Sacchi, el United de Ferguson… equipos que han hecho historia y que son reconocidos con el nombre de su entrenador. Pero esos entrenadores no han llegado allí solos; en ese viaje les ha acompañado un grupo humano que ha llevado la mochila junto a ellos.
Ser entrenador significa ser un sherpa. Aquel que conoce los misterios de la montaña y guía con su conocimiento a sus montañeros, los jugadores, para hollar cumbre. Pero para llegar hasta allí se necesitan muchas más personas.
El cuerpo técnico es el soporte vital de todo entrenador, la red de seguridad siempre fiable donde poder consultar dudas, reafirmar verdades o establecer vínculos. Ellos son los grandes olvidados en las conquistas triunfales de los equipos, pues su trabajo siempre está a la sombra del meritorio que se sienta en el banquillo.
El deporte, por si alguien no se ha dado cuenta todavía, es muy complejo. Ya no es solo el talento y la suerte, es el recorrido que debes hacer con más gente. Sinergias, empatías, delegaciones… demasiado que arriesgar si no se tiene el timing adecuado. Un poco rápido y te pasas, un segundo más lento y no llegas. Y quien te acompañe en ese viaje tendrá que estar seguro de ello.
Ser entrenador es ser un sherpa, pero también es portar el anillo como si fueras Frodo Bolsón. La soledad del entrenador es terriblemente amarga. La cabeza bulle al terminar los partidos, intentando buscar una explicación a lo que ha sucedido en el terreno de juego, qué se hizo bien, qué mal, dónde perdimos el partido. ¿Se enfocó bien? ¿Los jugadores lo entendieron? ¿Qué podemos hacer para mejorar? Y llega un momento en el que tu cabeza te pide un respiro.
Es verdad que los equipos profesionales cuentan con un buen staff técnico capaz de cubrir, aparentemente, todo el espectro necesario para el control de la situación, como si el barco -ingenuos- se pudiera llevar desde los remos ignorando el timón. Ojeadores, readaptadores físicos, jefes de prensa y tantas personas más al servicio de que los jugadores golpeen con una parte de su cuerpo, excepto la mano, una pelota que introducir en la red. Todo un trabajo que será valorado por ganar o perder.
Cuando uno decide emprender el camino de ser entrenador sabe que cada temporada es un Everest, no por los retos estadísticos que se va a encontrar en forma de clasificación o eliminatorias, sino porque va a necesitar muchas cosas y a mucha gente en su travesía. Y en eso el cuerpo técnico es esencial, pues son los porteadores quienes aportan el sustento al entrenador con sus pesquisas, sus datos, su reconocimiento del terreno en forma de seguimiento al rival o del propio equipo.
Pero el cuerpo técnico tiene una pieza indispensable: el segundo entrenador. Dicen que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. Parafraseando, detrás de un gran entrenador siempre hay un gran segundo, y no es necesario que este tenga un papel relevante. En mi opinión, el segundo entrenador tiene un papel principal en su rol: aguantar al primer entrenador.
El segundo entrenador es el paño de lágrimas, el amigo confidente, el Pepito Grillo del entrenador, el siervo que grita: “Memento mori!” cuando se consiguen victorias, esa persona que hace de enlace en lo no cuantificable con el grupo, el que sabe qué decir y cómo, el que calla cuando debe, y sobre todo el que soporta todos los soliloquios del primer entrenador.
Ser segundo entrenador no es nada fácil, pues todo entrenador que se precie piensa que él está capacitado para ser primer entrenador. Aceptar un rol secundario no es algo que nuestro ego acepte a la primera, por lo tanto es importante que entienda su papel y, en especial, que entienda al primer entrenador… y que el primer entrenador le entienda a él. Dirección de equipos, liderazgo, motivación… todas esas cosas tienen que ir de la mano con el segundo entrenador; de lo contrario, su función será meramente testimonial.
Un consejo para los entrenadores que están empezando: deleguen en su cuerpo técnico, solo implicándoles de verdad conseguirán hollar la cumbre. Guíenles sin ordenar, permitan que se equivoquen, acepten que el grupo no les verá igual que a ustedes (ser primer entrenador es jugarte tu prestigio, mientras que el segundo entrenador puede tener una posición más cómoda) y verán que la calidad del entrenamiento irá en aumento una vez se establezcan los lazos definitivos.
Les contaré mi experiencia por si puede valer de ejemplo. Cuando empecé a entrenar, mi segundo entrenador no hablaba nada, recolectaba datos que yo no le pedía y así pensaba que ayudaba el equipo. Eso, sumado a que mi ego no me permitía pensar que alguien podía diferir en mi manera de ver el partido, terminaba con la sensación de que yo tenía un chofer que me llevaba al campo y poco más. Con el tiempo comenzó a hacer apreciaciones, pero yo seguía en mis trece, no quería que me hablara mientras se jugaba porque me desconcentraba. Al terminar esa temporada pensé en su evolución, desde un estadístico en el banquillo a alguien que quería ser proactivo. Y reflexioné en mi papel como primer entrenador: había hecho una lectura pésima de sus posibilidades y lo había infrautilizado asignando petos a los jugadores. Decidí que eso no me pasaría en años venideros.
Así, cuando tuve la oportunidad de tener un segundo entrenador de nuevo, no dudé. Identifiqué qué problemas tenía en mi vestuario y busqué una persona adecuada para ello, que me conociera, que supiera de mi modo de ver el fútbol, pero sobre todo, que me dejara desahogarme con él. Así que se lo propuse a un excompañero de equipo, reacio en un primer momento, pero que aceptó (y sigue aceptando a día de hoy) emprender este viaje. Nuestra manera de ver el fútbol es muy distinta, pero nos conocemos bien, sabemos cómo complementarnos y en especial supeditamos todo a un bien mayor: nuestros jugadores. Nunca faltan nuestras discusiones sobre si hay que trabajar más el balón parado o no, si con este jugador hay que hacer una cosa u otra. Él aceptó el trato que le propuse. Varios partidos los hemos ganado gracias a él, que vio algo que yo no vi.
Hay una imagen que procuro no olvidar nunca y es a Pep Guardiola en Mallorca, de espaldas al campo, con las manos suplicantes hacia Tito Vilanova diciendo “¿qué hago?”. Intento recordar la importancia de todos los que deciden seguir a un entrenador.
Pero no solo el segundo entrenador es importante, también lo son los médicos, los fisioterapeutas, y muy especialmente en fútbol formativo, los delegados. En todos los equipos de fútbol formativo hay un padre que quiere ayudar y no sabe cómo, lo cual provoca tres cosas: quiere saber más de lo que necesita saber; simplemente lleva el agua y su aporte es testimonial: o encuentra el equilibrio perfecto entre entender al entrenador, a los jugadores y a los padres. Rara vez se da este último caso (por si alguien se lo pregunta, soy muy afortunado también con mi delegado) y siempre hay que tener cuidado con quien se postula para ayudar. No siempre los que hacen más ruido son la mejor elección.
Llegar hasta la falda del Everest es cosa de todos los porteadores de tu cuerpo técnico; establecer el campo base y dotar al equipo de todo lo necesario tiene como representante a tu delegado; pero cuando intentes superar el Escalón Hillary para encontrarte con la cima, solo tu segundo entrenador podrá seguirte. Cuando todo eso pase, la cima estará allí arriba esperando. Y tú, entrenador, no olvides nunca que eres el sherpa Tenzing Norgay y que los jugadores son Edmund Hillary.
* Ricardo Zazo es entrenador de fútbol.
©2024 Blog fútbol. Blog deporte | Análisis deportivo. Análisis fútbol
Aviso legal