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Historias de la Liga: el día en que Guruceta salió ovacionado de Barcelona

por el 25 noviembre, 2015 • 2:52

guruceta

El último viaje comenzó con un aviso del conductor anunciando la suerte de sus acompañantes de contar con un piloto como él, acostumbrado a la lluvia por su procedencia vasca. Aquel 25 de febrero de 1987, la habilidad al volante de Emilio Guruceta no fue suficiente y el BMW que lo llevaba junto a los línieres Eduardo Vidal Torres y Antonio Coves Antón patinó en medio de la lluvia y acabó empotrado contra un camión de mantenimiento de la autopista. Únicamente el segundo de los jueces de línea citados pudo salvarse. Ahí acabó la vida del árbitro más famoso del fútbol español.

El Osasuna-Real Madrid de Copa del Rey que iba a arbitrar ese mismo día se disputó para vergüenza del fútbol de un país que lloraba la muerte de quien había cambiado la figura del árbitro en España. El aragonés José Pes Pérez, colegiado recusado por Di Stéfano años antes para el Real Madrid, fue el encargado de dirigir un encuentro que no tuvo mayor historia que un sentido minuto de silencio y una dureza ambiental extrema debido a un partido que nadie quería disputar.

La figura de Emilio Guruceta siempre estuvo relacionada con la noche de las almohadillas. En una vuelta de la Copa del Generalísimo en 1970 entre Barcelona y Real Madrid, los azulgranas luchaban por remontar un 2-0 de la ida en el Santiago Bernabéu. Con el 1-0 al descanso, el Barça apretó en el segundo tiempo. No obstante, una decisión de Guruceta iba a cambiar la historia de su vida. El defensa azulgrana Quim Rifet lo explicaba así: “Fue un balón largo hacia Velázquez y los dos chocamos fuera del área. Guruceta, tan enérgico como siempre, señaló el punto de penalti. Fue una grave equivocación”. La afición azulgrana hizo primero volar las almohadillas al césped y posteriormente invadiría el verde obligando a Guruceta a suspender el encuentro. Posteriormente, en una decisión sin precedentes, él fue el suspendido con seis meses de inhabilitación por “alteración del orden público” por esos hechos.

 

Desde aquel día su vida como árbitro estuvo marcada. Las aficiones cantaban su nombre cuando se sentían robados por los arbitrajes y entró en las listas negras. Por aquel entonces, hasta agosto de 1985, en la liga española se permitía a los clubes recusar hasta cuatro colegiados por temporada para que no les pitara ningún partido. Desde ese 1970, hasta que se anularon las recusaciones quince años después, Guruceta fue árbitro non grato para el Barça. Posteriormente lo fue para el Athletic a partir del 1977, del Atlético a partir de 1981 e incluso del Sporting de Gijón poco más tarde. Curiosamente el conjunto asturiano fue el más pitado por Guruceta en su carrera, y no le fue del todo mal: un 38% de derrotas en 29 partidos.

Las recusaciones dejaron a Guruceta con olor a árbitro madridista. El propio colegiado consideraba que se había mitificado su acción y en parte algo de eso hubo. Cualquier arbitraje favorecedor al Real Madrid desde entonces nos trae a la mente su nombre todavía en nuestros días, pese a que la acción de Rifet sobre Velázquez ya sea pieza de museo con una edad considerable para poder haberla disfrutado. No obstante, Guruceta fue mucho más que el árbitro de aquel partido.

Con 27 años, tras una sola temporada en segunda división, llegó al máximo nivel del fútbol español. Lo hizo convirtiéndose en el árbitro más joven de la categoría, un soplo de aire fresco para una de las profesiones menos valoradas de este deporte. Guruceta era un colegiado moderno, un galán con una forma física envidiable a la altura de los futbolistas, que brillaba en las pruebas físicas por su habilidad y velocidad. Siempre altivo, destacaba en su confianza. Una contraposición a la figura del árbitro de la época. Con él llegó una generación de colegiados más preparados técnica y físicamente, más decididos y que no dudaban en señalar el amor por su profesión.

El propio Guruceta reconocía que lo de las dirección de partidos era un arte. Sin miedo a hablar con la prensa, el colegiado vasco no recusaba el protagonismo en los medios de comunicación para hablar de su profesión y de su pasión por la misma: “Hay que decidir en décimas, tener carácter, inteligencia. Un partido es algo vivo con lo que, de alguna forma, luchas para que no se te escape. Y sin un buen arbitraje no puede haber un buen partido. A mí me entusiasma arbitrar”. Como si de un Beatle se tratara, Guruceta fue una figura mediática, la primera en España con un silbato en la boca.

Más allá del cambio que propició junto a los Pes Pérez, De Sosa o Sánchez Arminio, el colegiado vasco era reconocido por la mayoría de futbolistas como un buen árbitro, quizás el mejor de su época pese al ostracismo azulgrana. De hecho, antes de aquel famoso penalti fuera del área ya pitó al Barça en liga y el resultado fue un empate a cero contra el Deportivo sin ningún tipo de polémica. El propio Rifet lo reconocía como un árbitro honrado. Incluso en ocasiones dejaba verse por el palco del Camp Nou, donde Nicolau Casaus, que estuvo en su entierro, lo reconocía como un amigo.

Casaus, vicepresidente azulgrana en aquel momento, explicó mejor que nadie la relación del aficionado culé con Guruceta cuando este falleció: “Pasó a ser el líder del anti barcelonismo, desgraciadamente para él. Aunque hubiese vivido dos cientos años, no se habría quitado de encima el estigma de nuestros socios”. Aun así tuvo la ocasión de arbitrar al Barça en una última ocasión, ya tras la anulación de las recusaciones, en el Trofeo Ciutat de Palma en un partido ante el Gremio. El Barça perdió y Guruceta se equivocó al no señalar un penalti sobre Schuster. No era buen balance para que el Cómite de Árbitros lo volviera a elegir para un partido de liga del equipo azulgrana.

En 1987, Guruceta ya estaba cerrando su etapa como colegiado, sus negocios de zapatillas iban viento en popa y contaba con una empresa con más de ochenta trabajadores. De hecho, aprovechaba cuando le tocaba arbitrar fuera de Elche, donde residía, para cerrar negocios en los viajes. Los tres días antes de su accidente los había pasado en Barcelona tras pitar en un Espanyol-Mallorca muy peculiar.

Aquel Espanyol gustaba, ni el frío de febrero echó para atrás a la gente y Sarrià presentó una entrada notable, el conjunto barcelonés estaba siendo el equipo revelación de aquella extraña liga del playoff. Javier Clemente, uno de los mejores entrenadores del mundo en aquel momento tras conseguir dos Ligas, una Copa del Rey y una Supercopa con el Athletic, gozaba con apenas 36 años de todo el crédito del mundo y al Espanyol aquella temporada los llevó a un sobresaliente tercer puesto liguero. Sin embargo, lenguaraz como siempre, el técnico vasco ya había calentado previamente el partido contra Guruceta, con quien había tenido algún roce en un choque previo.

Enfrente estaba el Mallorca de Lorenzo Serra Ferrer en el banquillo y el guardameta Zaki como máxima estrella, un equipo que durante aquel año también sorprendió a más de uno (acabó sexto). No obstante, aquel partido fue espanyolista desde el primer momento. El francés Michel Pineda marcaría al minuto de juego un gol que las crónicas de la época darían en claro fuera de juego, la afición del Espanyol obviamente no tuvo nada que reprochar a Guruceta. Pineda días después reconocería que le sorprendió el detalle del árbitro dirigiéndose a él durante el partido en francés. Ese era Guruceta.

El partido finalizó con un 3-1 para los españolistas y Guruceta tuvo un partido tranquilo, un penalti claro que marcó un Pichi Alonso que pugnaba por ser el máximo goleador de la temporada por aquel entonces, y por lo demás un concierto de silbato para amansar las fieras en un partido duro. “He podido controlar el partido sin problemas aunque en algunos momentos pensaba que se me escapaba por los brotes de violencia que he visto. Pero nada, algunas amonestaciones y solucionado“, reconocía el trencilla. Clemente lo alabó.

Se mostró satisfecho tras su partido como reconocería a la prensa. Sin embargo, más satisfecha se sintió la afición del Espanyol que a la finalización del encuentro le dedicó una cerrada ovación, algo no muy común en el fútbol y que extrañó hasta al propio Guruceta, que aunque protagonista habitual no esperaba salir así de un partido y menos en Barcelona, una ciudad proscrita para él. El árbitro no pensaba que aquel iba a ser su último encuentro, pero aquel fatídico accidente camino de Pamplona cerró una particular historia que irónicamente tenía que acabar con una ovación en Barcelona. Desde entonces, el diario Marca concede el premio al mejor árbitro con su nombre. El fútbol español, quizás por superstición, no es muy dado a ovacionar a colegiados, a no ser que ese vaya a ser su último partido.

* Iñaki García.





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