Táctica / Jugadores / Conceptos tácticos
“El aprendizaje es cualquier cambio que haga un sistema para adaptarse a su medio ambiente”.
Herbert Simon
El fútbol, como actividad colectiva y de relación que es, precisa de ritmo y armonía para la consecución de sus objetivos. La colaboración que se plantea entre los miembros de un equipo ha de desarrollarse y ejecutarse de forma que sea eficaz para la consecución del logro a alcanzar e implique la coordinación adecuada de las partes que participan en el proceso colectivo, sea ofensivo o defensivo. Para ello ha de realizarse a la velocidad debida y con los encadenamientos de acciones adecuados para estructurar un juego que se basa en la precisión de la acción previa percepción.
Desde el punto de vista ofensivo, cada vez se le da más importancia al ritmo y a la velocidad de ejecución técnica de las acciones. La clave de todo ataque es eliminar líneas de oposición del equipo rival para llegar a la portería contraria con efectivos más que suficientes para garantizar la suerte suprema, el gol. A este proceso de incorporar efectivos más que suficientes en cada fase del proceso ofensivo lo relacionamos con el concepto denominado equilibrio ofensivo, conscientes como somos de que el concepto de equilibrio en el fútbol es un elemento extraño y atípico, toda vez que el juego se basa principalmente en romper armonías ajenas a través de la deconstrucción de las habilidades propias.
De la misma manera, desde una perspectiva defensiva, la clave es presentar el mayor número de barreras para ralentizar el avance del equipo rival hacia nuestra propia portería o que dichas barreras defensivas permitan el robo de la pelota para posteriormente iniciar el proceso ofensivo. Disponer de efectivos más que suficientes para lograr el objetivo defensivo, tanto en el despliegue como en la intervención, con el doble ánimo de que no nos marquen gol y la propia recuperación de la pelota si el criterio del equipo que defiende es precisamente defender para atacar. Nuevamente entramos en relación directa con la denominación del principio táctico equilibrio defensivo, concepto antagónico, conceptualmente hablando, con nuestro objetivo de destruir la creatividad ajena a través de una ordenación de nuestra propia capacidad destructiva.
Para que el juego ofensivo sea armonioso se precisa de la ocupación racional del terreno de juego, otro concepto etimológicamente cuestionable, dado que el espacio se ocupa desde la posibilidad real de aparecer desde la sorpresa, no desde la racionalidad de elegir el lugar, generalmente condicionada por la presencia de un equipo defensor dispuesto a rompernos nuestra iniciativa. A pesar de ello procuraremos disponer de efectivos del propio equipo en disposición de recibir la pelota en los lugares que nos interesan, bien por ocupación directa de dichas zonas de influencia o bien por aprovechamiento del espacio que se ha de ocupar. En una palabra, para atacar necesitamos de la colaboración de los compañeros que se han de encontrar en los lugares que sean útiles para el tránsito de la pelota por el terreno de juego. Para ello se ha de hacer uso de la movilidad en todas sus vertientes conocidas. La armonía del juego vendrá dada por la fluidez que seamos capaces de darle a la circulación de la pelota a la hora de llevarla a la portería rival, acompasando nuestros movimientos en función de la oposición recibida.
Como sabemos de sobra, la pelota será llevada colectivamente o de manera individual, y aquí entramos en el tema que nos ocupa. El ritmo, el cambio de ritmo, la capacidad colectiva del equipo para transitar la pelota en sus múltiples formas, directo, combinado, con alternancias de juego corto y largo, con efectivos que aprovechan el espacio a lo ancho del campo en amplitud, con efectivos que progresan, con el juego más o menos profundo, juego al pie, juego aéreo para ocupar posteriormente espacios cercanos y recoger los envíos que el jugador que interviene nos permita recibir en condiciones de ventaja, etc. El juego es rico en matices, formas y maneras, todas útiles y válidas dependiendo de los jugadores y el proceso de entrenamiento realizado.
Lo determinante, como vemos, son las características de los jugadores. Pero si miramos los equipos relevantes a lo largo de la historia del fútbol, nos encontraremos que en dichos colectivos, ganadores o impulsores de dinámicas reveladoras que han incidido positivamente en la evolución del juego, siempre ha habido dos tipos de jugadores característicos que han sido fundamentales en la consecución de la argumentación del estilo de juego. Por un lado el jugador creativo que da ritmo o altera el ritmo del juego; y por otro el jugador o jugadores que por su capacidad creativa, por su dominio técnico o por su habilidad para percibir realidades de manera diferente hacían del juego en conducción, del juego individual un arte generador de eficacia.
La combinación de esos factores –ritmo, ralentización y desborde– es lo que permite la correcta aplicación de la clave del proceso ofensivo, superar líneas y barreras defensivas para llegar a la fase de finalización en condiciones de ventaja o al menos en situación de marcar gol.
La pausa para dar velocidad (como le gustaba decir a Dante Panzeri), la ralentización para definir posteriormente un ritmo, en pocas palabras, la capacidad de gestionar la pelota para frenar la dinámica del juego en el momento oportuno y dar tiempo a que los partícipes del proceso ofensivo ocupen espacios relevantes que le den continuidad al mismo o incluso ocupen el espacio más determinante para finalizar en condiciones de ventaja es el elemento diferenciador que acerca o aleja a un equipo de un rango de juego superior. Ralentización del ritmo para incitar a la entrada y provocar el desequilibrio, pausar la cadencia para cambiar el ritmo del juego y sorprender con la ejecución veloz posterior, decrecer en la dinámica de la acción para atraer y generar espacios allí donde previamente habíamos previsto. Hacer uso del correcto dominio del ritmo es hacer uso de la astucia y además es generar los mecanismos para que el juego se desarrolle armoniosamente, con la cadencia debida, con la estética adecuada, siempre en aras de alcanzar el objetivo final, que es marcar gol.
El acompañamiento de esa acción pausada, que es consecuencia del desarrollo del juego colectivo, es la acción posterior a la ralentización; después de ese pase derivado de esa bajada de ritmo, ¿qué ocurre, qué viene? Pues puede venir un mundo de acciones posteriores, dependiendo del contexto de juego que se dé en cada momento. Pero, generalmente, después de la disminución interesada del ritmo pasan cosas porque lo que se provoca es un desequilibrio puntual, y ahí es en donde intervienen habitualmente los otros protagonistas de nuestra disertación, los jugadores que tienen capacidad para desbordar por ellos mismos, de forma individual, bien por una velocidad de traslación superior al rival o bien por la habilidad para gestionar el cuerpo y la pelota, desde la finta, el amago para el engaño, en una palabra, el regate compuesto o desde el toque de desborde y cambio de ritmo posterior, es decir, desde el regate simple. En ambas facetas, el objetivo es eliminar barreras defensivas individuales o colectivas, con el objeto de alcanzar objetivos superiores.
Reitero, en todos los grandes equipos hubo pasadores con capacidad para gestionar el ritmo de circulación de la pelota y por extensión el ritmo del juego colectivo del equipo, ralentizando su evolución o dinamizándola a través de la ejecución veloz del pase y dribladores o desequilibradores de carácter individual, capaces por sí mismos de generar los desarreglos parciales necesarios para la culminación posterior del proceso ofensivo, bien por su propia evolución o por la de otros compañeros.
A día de hoy podríamos dar multitud de ejemplos de equipos dotados de ambos perfiles. Uno inevitablemente es el F. C. Barcelona, con futbolistas como Sergio Busquets, Andrés Iniesta o Ivan Rakitic en el papel de pasadores con dominio del tempo, acompañados de gestores individuales del balón capaces de generar quebrantos parciales o totales en las líneas adversarias, dígase Neymar, Leo Messi, Jordi Alba o Dani Alves.
En líneas generales, pero no por norma y menos por dogma, los jugadores que realizan la tarea de gestionar los ritmos se mueven por zonas centrales, mientras que los desequilibradores surgen desde afuera hacia adentro o viceversa en la mayoría de los casos, sacando partido no solo de su velocidad en todas sus facetas, sino de la capacidad para construirse entornos adecuados para ejecutar desde la ventaja. Finalmente pueden ser estos desequilibradores puntuales quienes finalicen las acciones o ser otros compañeros específicos para la ejecución quienes se beneficien del trabajo previo del colectivo y atribuirse la finalización de la jugada.
Históricamente podríamos valorar la composición del potencial de los grandes equipos para posteriormente evaluar las características de sus principales actores en una y otra faceta objeto de estudio.
Por contraste con el párrafo anterior, en el Real Madrid podríamos encontrarnos con jugadores como Luka Modric, Isco, Toni Kroos como gestores del ritmo colectivo y a Cristiano Ronaldo o Gareth Bale como especialistas en el juego de desequilibrio individual, siendo en este caso Benzema un jugador de marcado acento finalizador que aprovecha el desarrollo previo de las acciones de sus compañeros para ejecutar su suerte.
Tanto Ronaldo como Messi reflejan además ejemplos manifiestos de finalizadores letales que dominan el arte de eliminar líneas y adversarios a su paso, además de ser excelentes asistentes que facilitan la finalización de otros como consecuencia de la eficiencia en el desarrollo de su trabajo previo.
En la selección brasileña del Mundial de 1970 en México encontramos a jugadores como Gerson, el dueño del tiempo, o Rivelinho acompañados de perfiles como el de Jairzinho y Pelé. Eduardo Gonçalves de Andrade, Tostao, es el ejemplo de un finalizador que se beneficia de las acciones previas de sus compañeros y O Rei es ese jugador integral capaz de gestionar el juego individual y colectivo con una maestría única e intransferible.
En 1982, Brasil regaló un equipo con Sócrates, Zico y Toninho Cerezo junto a desequilibradores individuales como Junior, Eder o Falcao. En ese mismo Mundial de España, el equipo campeón gozaba de la presencia de gestores del juego colectivo como Antognoni o Tardelli, acompañados por jugadores del perfil individual manifiesto como el inolvidable Bruno Conti, Graciani o Cabrini, quienes generaron los contextos en donde finalmente triunfaría el gran Paolo Rossi.
Si hablamos del AC Milan de Arrigo Sacchi y Fabio Capello de los 80 y 90, Rijkaard y el metrónomo Albertini representaron como nadie a jugadores con capacidad para incidir en las pautas generales del proceso ofensivo. Roberto Donadoni, Ruud Gullit e incluso Marco van Basten eran jugadores con enorme capacidad para resolver en solitario acciones individuales de desequilibrio.
Combinaciones de estos perfiles podríamos hacer miles, cada uno con las de sus iconos particulares en el gusto futbolístico.
Me gustaría destacar que hay jugadores que por su posición es complicado que puedan ejercer influencia directa en el desarrollo y contexto colectivo del juego, pero que por su enorme incidencia, personalidad y calidad sí lo han conseguido, al implementar acciones que generaban sinergias particulares derivadas del enorme potencial futbolístico que ellos mismos ponían de manifiesto y el de los jugadores con los que se relacionaban de manera tradicional. Ejemplo de ello podría ser Manfred Kaltz, lateral derecho del Hamburgo y de la selección alemana de los años 80, y sus vínculos con otro gestor de ritmos genial como fue Felix Magath. O su interacción con el no menos particular desequilibrador Pierre Litbarski.
Igualmente destacable sería el papel de un jugador como Philipp Lahm en el actual Bayern de Múnich. Es un lateral derecho de proyección y finalización contundente que además alterna en posiciones centradas con dominio para la gestión del ritmo, de la organización ofensiva y defensiva de su equipo, con un protagonismo estratégico manifiesto y que se ha convertido por méritos propios en un referente del estilo de juego que Pep Guardiola desea desarrollar en el equipo bávaro.
Jugadores integrales que por sus características, particularidades y genio personal han pasado a la historia como directores de orquesta únicos, por dominar la parcela técnica del juego aplicada a la evolución táctica del mismo, así como por liderar procesos complejos desde situaciones particulares específicas han sido Franz Beckenbauer, Enzo Francescoli, Juan Román Riquelme, Juan Carlos Valerón, Sir Bobby Charlton, Johan Cruyff, Bernd Schuster, Luis Suárez Miramontes o Michel Platini. Tantos y tantos genios del fútbol que han usado el tiempo y el espacio para que otros hiciesen de la variable velocidad un arte en sí mismo.
El fútbol es hoy lo que es gracias a la gestión de esta faceta: ritmo y vértigo, espacio y tiempo. El dominio de la técnica para ejecutar y desarrollar la táctica, la capacidad interpretativa de un juego complejo armonizado por decisiones específicas aderezadas de una acción artística realizada en un espacio único para garantizar una continuidad sujeta a la ruptura por la presencia de elementos que buscan erosionar la realidad estratégica que se quiere implantar. Decisiones pautadas o decisiones improvisadas producto del genio, la percepción privilegiada, la capacidad de inventiva o incluso la asimilación de conceptos de forma inconsciente en el desarrollo previo de la semana que hacen de este deporte una diversidad en sí mismo. Todo cabe y todo influye para dar fondo y forma a un deporte asociativo que da valor y contenido a todas las propuestas siempre y cuando se presenten con el ritmo y la armonía requerida en el momento oportuno para levantarnos del asiento. El aplauso requiere de un proceso previo, la activación del placer por percibir algo único y digno de ser destacado, la sensación de que nos están regalando algo exclusivo.
“Seré lo que he de ser. Pero ahora soy lo que soy. Hoy trabajaré escuchando el ritmo de mí ser. Desoyendo las voces del ‘deberías’. Trabajaré en armonía con mi ritmo. Permaneceré fiel a mí mismo”.
Hugh Prather
* Álex Couto Lago es entrenador nacional de fútbol y Máster Profesional en Fútbol. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Santiago de Compostela. Autor del libro “Las grandes escuelas de fútbol moderno” (Ed. Fútbol del Libro).
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