El otoño ciclista tiene aroma de clásica, color de hoja recién caída y sabor netamente lombardo. El Giro de Lombardía, el último Monumento en disputarse cada año, supone el punto y final de la temporada de la bicicleta (al menos tradicionalmente era así), y un escenario diferente, novedoso, para los campeones que quieran seducir a esta bella dama.
Una dama diferente, con una personalidad totalmente distinta de los otros cuatro monumentos. Lo que en los demás es primavera, frío, barro, las primeras flores asomando en las cunetas, es aquí puro otoño, la paleta multicolor en los bosques lombardos, el horizonte furioso de los Alpes esperando las nieves que tardarán poco en llegar. Lo que en San Remo o en Roubaix son carreras aptas para hombres pesados, para forzudos capaces de devorar kilómetros y kilómetros a altas velocidades, torna aquí en un recorrido erizado de puertos de montaña, un juego al que solo pueden jugar quienes amen la escalada, quienes se sientan a gusto en las rampas ásperas del Sormano, el muro otoñal, o el Ghisallo, el puerto en cuya cima se encuentra la Patrona de los ciclistas.
Lombardía, con su imponente estampa del Bérgamo medieval, sus revueltas alrededor del elitista Lago Como. Lombardía, donde el campeón del mundo suele estrenar su prenda arcoirisada. El Giro de Lombardía, el Monumento diferente, el que busca dejar buen sabor de boca al aficionado, el que mira sin complejos a sus hermanos primaverales. La Lombardía, bella dama, elegante y vanguardista, con ese toque chic del norte italiano, con los colores cambiantes en cada ladera que se ve a lo lejos, con el reflejo de las montañas sobre las aguas plácidas. Lombardía, una de las carreras de Coppi, de Gimondi, de Binda, de Girardengo. Lombardía, su Giro, su historia.
* Marcos Pereda es profesor universitario.
– Foto: Giro de Lombardía
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