"Volved a emprender veinte veces vuestra obra, pulidla sin cesar y volvedla a pulir". Nicolás Boileau
En la última década, cuatro entrenadores han llevado ocho veces al Barça hasta las semifinales de Champions: Frank Rijkaard (2), Pep Guardiola (4), Tito Vilanova (1) y Luis Enrique (1). De los jugadores que acabaron ganando en 2006 a los actuales solo quedan tres: Iniesta, Xavi y Messi. El mérito de estas ocho semifinales en diez años es de los jugadores. Con sucesivas incorporaciones y bajas, la plantilla ha ido cambiando de piel sin parar, pero manteniendo el mismo esqueleto: el cuerpo de jugadores formados en la casa se ha complementado siempre con jugadores de gran talento o especial competitividad que se han adaptado.
El mérito de semejante balance es de los jugadores, repitámoslo, como el de las orquestas sinfónicas le pertenece a los músicos, pero la importancia de los entrenadores resulta capital, como lo es el de todo director de orquesta. Es posible que con otros técnicos se hubiera alcanzado un rendimiento global parecido, pero me permito ponerlo en duda. Desde caracteres diferentes, y a veces opuestos, y con concepciones distintas del juego, los cuatro han tenido puntos troncales en común, logrando que los jugadores se sintieran a gusto con el balón, el pase y la vocación ofensiva. De todos ellos, Luis Enrique es el más heterodoxo, un punto casi anárquico, posiblemente porque como técnico no hace más que reflejar el modo en que le gustaba jugar cuando se vestía de corto.
Ahora que el Barça entra en la recta final por los tres títulos, y lo hace con la realidad de ser el máximo favorito a todos ellos por méritos indiscutibles, quizás no sea malo escribir que los triunfos son lo más importante, pero lo que garantiza que los éxitos puedan sucederse año tras año, y no digamos a lo largo de una década, es asegurar que el rumbo se mantiene. Por rumbo me refiero a la tipología de jugadores, su procedencia y características técnicas y competitivas; al modelo de juego, esencia de todo equipo; y al perfil e idiosincrasia del entrenador.
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