Las dudas sobre si Roger Federer pertenecía a este planeta fueron despejadas la pasada madrugada con 15.000 personas presentes. Suficientes testigos para dar buena cuenta de la eliminación más temprana del suizo en el Open de Australia en 14 años. Desorientado, derrotado y todavía confundido, el número 2 del mundo abandonó la central de Melbourne entre aplausos que dolían más que alentaban. Inesperadamente, su camino en el Grand Slam que abre la temporada se cerraba con dos discretas victorias y un desastre en la tercera cita, rondas en las que antaño solía resolver con aparente facilidad. Ya nadie recordaba su título en Brisbane o el récord de las 1000 victorias. Una vez más, el deporte se quedó sin memoria para ver al maestro helvético recibir la primera estocada del 2015. Tras la tormenta en la pista llegó la frialdad de la sala de prensa, donde definió su caída ante Abdreas Seppi con una normalidad impropia de la situación: “Solo ha sido un mal día”.
La primera campanada del torneo pareció pillar a todos por sorpresa, menos a su protagonista. “Desde por la mañana he sentido que iba a ser un día difícil”, afirmó el campeón de 17 grandes ante la inquietud de los periodistas. Andreas Seppi, un jugador correcto en todo y sobresaliente en nada, le había cortado las alas sin ni siquiera dejarle emprender el vuelo. Dos días antes, Simone Bolelli ya le puso en apuros obligándole a remontar un set. Curiosamente, Fabio Fognini, tercer italiano en discordia, comentaba horas antes del partido que el número 46 de la ATP debía visitar a la Virgen de Lourdes para rezarle una manera de vencer a Federer. El de San Remo, acostumbrado a meter la pata, no pudo estar más desafortunado. Sin demasiada brillantez, pero con decisiones contundentes y sin fisuras, el alumno de Massimo Sartori logró lo que nadie desde el año 2004: inclinar a Federer antes de semifinales en el major oceánico.
El partido se desarrolló en todo momento con el drama acechando bajo un sol abrasador, dibujando una atractiva combinación de luces y sombras sobre la pista. Es lógico que alguien acostumbrado a la perfección no pueda ocultar las circunstancias de debilidad, se le notan, aunque sí pueda afrontarlas e incluso superarlas. Sobre ese tapete jugó Federer sus cartas durante casi tres horas, luchando contra sí mismo por no quedarse sin vidas. Nula profundidad con la derecha, indefenso con el revés, neutralizado en los intercambios y aturdido sobre la red. El suizo no aprobó en ninguna faceta sobre el cemento y eso lo vio Seppi, que sabedor de que la paciencia podía llevarle a la gloria, se atrevía con un latigazo de derechas para saltarse el guión. Solamente el saque indultó de algún aprieto al helvético, contrastado con nueve dobles faltas a lo largo del encuentro. Ese era el nivel. Como siempre en este deporte, la batalla se decidiría en los momentos clave, es decir, en los momentos de tensión. Con 4-1 en el tie-break del segundo set, Federer perdió el rumbo hasta que el 0-2 terminó por instalarse en el marcador. Tocaba tirar de archivo y pronosticar la épica. ¿Cómo iba Roger a perder el partido? Ni aún ganando el tercer set, de nuevo un tie-break dio la oportunidad al suizo de forzar el parcial definitivo (5-4 y dos saques), pero aquella derrota ya estaba escrita. Una ráfaga de magia salió de la raqueta de Seppi para escribir la crónica de una muerte anunciada.
“Por momentos jugué más pasivamente, y ese no es mi estilo. ¿Qué me falló? Un poco de todo. Siento como si hubiera ganado los puntos equivocados”. Como llegar con vida a la última jornada de liga y perder el campeonato. Imposible con un Seppi que dio muestras de una madurez inaudita. Un día después de la exhibición hercúlea de Nadal ante Smyczek, la comparación fue inevitable en las redes. El español consiguió escapar del infierno descompuesto por una gastroenteritis y un rival entonado. Por su parte, Federer se vio envuelto en las llamas de la apatía y un oponente que no regaló ni una bola. ¿Pudo haber perdido Nadal? Sin duda. ¿Estuvo Federer cerca de la remontada? Por supuesto. Sin embargo, estas situaciones vienen marcadas por el espíritu de cada jugador y, sobre todo, la determinación. Esa que dio la espalda al de Basilea y acabó abrazando al de Manacor.
Cada desastre en el camino del suizo viene precedido de montañas de reproches y dudas. Los fantasmas de 2013 fueron enterrados el curso pasado con una de las mejores temporadas en el circuito: fue el hombre con más partidos disputados, con más victorias, con más finales, más de quince triunfos ante el top-10, al borde de su octavo Wimbledon y la Copa Davis como broche final. De nada sirve si en la primera prueba seria de 2015 Andreas Seppi te elimina en tercera ronda. Alguien que en diez partidos solo le había arrancado un set, alguien que no ganaba a un top-10 desde Roma 2010, alguien acostumbrado a salir por la puerta de atrás en este tipo de plazas. “No podía hacer mi juego y Seppi lo ha hecho muy bien”. Otra bombona de normalidad. Quizás imprescindible para reflejar y explicar la extrema dificultad de este deporte. Un día malo lo puede tener cualquiera, lo insólito es registrar 15 calendarios consecutivos dándole sentido a la palabra genio.
Un palmarés como el del suizo tiene crédito ante una catástrofe así, pese a que algunos sacaran ayer de nuevo la pala para enterrarle. La crítica es bienvenida y hasta merecida en este caso, primer paso para asimilar lo sucedido y volver a la cumbre. Los más sensacionalistas e incansables ya dan por sentenciado al helvético, pese a sus números, su ranking y su leyenda. No ven más allá de un resultado. Federer dejó a un lado la capa y la chistera para descubrirse como un humano más, con sus flaquezas y pesares, como cualquier ser de carne y hueso. Y pese a que dos años y medio sin levantar un Grand Slam son una losa muy difícil de rebatir, el exnúmero uno del mundo no pierde la confianza en sí mismo: “Siento que si aún estuviera en el torneo, tendría oportunidades de llegar lejos. Lo dije antes y lo sigo creyendo, realmente. Pero los márgenes son muy pequeños y a veces estas cosas ocurren”. Un hombre que acepta el fracaso, pero que no pierde la fe. ¿Justificación del accidente? Un mal día en la oficina.
* Fernando Murciego es periodista.
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