"El éxito se mide por el número de ojos que brillan a tu alrededor". Benjamin Zander
Querido amigo:
Disculpa de nuevo, pero en mentes de discurrir lento, las reflexiones tardan a veces semanas en surgir, peor aún que el eureka en los laboratorios. Andábamos, Martí, a vuelta con los peces de colores, delicados seres condicionados por su memoria de dos segundos exactos. Dábamos vueltas al prodigio mientras sonaba de fondo banda sonora con Franco Battiato, que nuestras lucubraciones arrastran por sistema música de fondo o alguna escena de film clásico. Cantaba el imprescindible trovador italiano aquello del “centro de gravedad permanente” tan deseable en cualquiera que no desee cambiar de parecer existencial al ritmo de los susodichos pececillos. Un ancla que no varíe lo que pensamos de las cosas, de la gente, over and over again, por recordarte la tonadilla. Ese anclaje imposible para el barcelonista en micro y el barcelonismo en macro, que, desde tiempos inmemoriales, ha carecido de criterio capaz de fijar rumbo o posición sin importar por dónde soplan los vientos o asoman temporales. A partir de la foto, aquella reunión para portada de los tres cromos de ataque, se desvaneció el pasado reciente como un sueño, cambió el panorama de manera radical y solo permaneció constante el voluntarismo del presidente accidental en campaña electoral, dando mítines por redacciones y platós sin soltar nada más que obviedades, versiones interesadas reñidas con la evidencia conocida o innecesarios compromisos. Como ese de anoche al afirmar que Luis Enrique es entrenador del club para años. O que no hay prisa para seleccionar director técnico, y no es un chiste. Qué ganas. La llamada crisis de Anoeta, similar al panorama de ver llegar en lontananza a los cuatro jinetes del Apocalipsis al galope, ha quedado aparcada hasta nueva orden. Toca mar plana (hasta mañana, ida copera). Cielo sereno, aunque de frío invernal. Pasemos página de nuevo, no sin antes realizar un brindis a la saludable cita del caballero Andreu Mercé Varela, creador de una de las frases preferidas por algún admirado amigo del gremio y acertada definición del paisanaje en el que nos movemos embarrados.
Decía el cosmopolita Mercé Varela que el periodismo deportivo es aquel capaz de reinventarse a diario para crear una nueva realidad. En efecto, en el peor de los sentidos. Era así y hoy va a peor, chicle sin vitaminas para consumo y satisfacción instantánea de rumiantes sin mayor capacidad de reflexión. Distrae y aprovecha a cuatro listos practicantes capaces incluso de invocar al más allá para seguir llenando sus bolsillos. La llamada sabiduría popular supo, in illo tempore, separar conceptos al denominar eminencias, doctores o médicos a los profesionales de la salud que interpretaban vocación en sentido positivo, en imprescindible servicio social. Para el resto, valía tanto matasanos como curandero, charlatán de feria, medicucho, sacamuelas u otras acepciones que, con su solo nombre, ya avisaban a navegantes para evitar su execrable y peligroso uso. Pues bueno, esto del periodismo deportivo y el fútbol (perdón por la nueva cita: “La más importante de las cosas intrascendentes”, según el gran Eduardo Galeano), se está poniendo imposible para la razón a causa de tanto memo desatado, sin bozal. Tras años de abandono del corporativismo, recurso defensivo deleznable, optamos hoy por creer convencidos que, cuando se trata del Barça, tamaño fenómeno social es evidentemente demasiado serio como para dejarlo en las inconvenientes manos del periodismo deportivo, dominado por toda suerte y espectro de oportunistas, amnésicos, caraduras y cantamañanas, cuando no convergen todos los epítetos en la misma persona o empresa, fenómeno contrastado a menudo.
Pues eso, querido amigo, introducción para situarte en el paisaje de hoy. La batalla del antaño reciente ha desaparecido por completo de escena. Y si no fuera por la rasca propia del calendario, diríase que el jilguerillo silba su melodía primaveral. Ya pasó, ya no pasa nada. Salvo que el presidente es Messi y quien no quiera verlo carece de ojos en la cara. En fin, iremos dando tumbos según el último resultado hasta que, dentro de mes y algo, podamos realmente saber dónde demonios se halla club de seguidores con tan voluble y cambiante opinión. Celebrada la eliminatoria europea ante el City, será momento de comprobar si existe aún Copa o pasaron los colchoneros, sacar de paseo el ábaco para calcular la distancia liguera exacta con el Madrid y reparar como conclusión si se perdió la temporada por completo, detalle que comportará que el cielo caiga sobre las cabezas del barcelonismo a la manera temida por Astérix y la aldea quede hecha unos lamentables zorros en apenas nada. Hasta entonces, Martí, este cambiante negocio seguirá la definición de Mercé Varela al pie de la letra sin más. Un fluctuante arriba si ganan. Hoy, abajo si pierden. La foto de los tres delanteros jubilosos tras doblegar al temible Atleti resultó como una zambullida en la marmita de poción mágica (me ha dado por el clásico de Goscinny y Uderzo, ya ves), sobredosis industrial de Prozac y de postre, aquel que hacía temer con dar un portazo o ser traspasado para cuadras cuentas, de repente ha metido cinco en tres lances, toma dulce. Bartomeu ha sucedido a Zubizarreta en el anuncio que el Plus permite al oficialismo culé durante el descanso de los partidos y hasta diríamos que Luis Enrique sonríe con naturalidad, espejismo utópico.
Pese a todo lo expuesto, no nos engañemos: el club entero y todas sus plazas directivas o técnicas han quedado en manos del mesías, eterno prócer, nuevo césar que podría enviarlos a freír espárragos o al cielo de las huríes vírgenes con una simple variación de pulgar. Cuidado, no decimos que el petiso aproveche tal privilegio de situación, en absoluto. Personaje demasiado noble, nunca será de los que dejarán en huelga sus botas para cargarse al técnico, al presidente o a quien sea. Jamás. Juega bien por motivación y estado de forma. Baja de rendimiento –no confundir con jugar mal; él nunca juega mal–, cuando confluyen factores, el físico no acompaña o el cansancio pasa tributo. Pero hoy, ya ves, sin necesidad siquiera de ser messiólogo existen algunos factores que actúan para él como el tópico del cohete situado en salva sea la parte. Por una parte, la interna, han dudado del personaje, le han hartado y quiere desmarcarse de la situación a base de goles, que no diga nadie que decidirá elecciones y presidentes por capricho personal. Por otra, la externa y quizá más importante, ese grito de Munch que ha rechinado tanto en nuestros oídos (sí, proferido por Él), le habrá cargado las baterías de competitividad, depósito especial que Messi necesita sentir rebosante cuando sale de boxes.
El barcelonismo nunca goza de descanso, esa es otra de sus vitales coordenadas, aunque sería aconsejable que reflexionara (otro imposible) sobre el panorama. Todo el mundo en campaña electoral, con algunos candidatos aún en la sombra, por cierto, cenáculos repletos de conspiraciones para completar directivas, programas, alianzas y cuanto cabe en proceso similar, que es excesivo, y el equipo a su aire, asido al argentino, como el resto del club, directiva actual incluida. Para empezar, su presidente accidental, que no recuperará la confianza y credibilidad perdida a toneladas de no mediar gloria. Y si triunfan los de corto, resulta que le devolverán al primer puesto en la parrilla de salida, ese que ahora parece patrimonio de Laporta sin necesidad siquiera de probar en pista su nuevo prototipo, el de la segunda ocasión. Cada elección histórica ha guardado su intríngulis y pequeña historia particular, pero nunca ha ganado opositor cuando el equipo ha rendido mínimamente bien, capital detalle que marcará las próximas semanas hasta el extremo de que algunos partidarios del cambio cargados de evidentes razones empezarán a rogar a los cielos para que su equipo pierda, si no quieren hipotecar el futuro con otro mandato en manos de los conocidos monos con kalashnikov, que, encima, repetirán desatados, eufóricos tras sobrevivir al estropicio que ellos mismos han causado y blandiendo la carísima remodelación del estadio. En el terreno de los prodigios inexplicables quedaría, un suponer, que el Barça celebrara títulos en Sant Jaume, vitoreara a Messi, siguiera con el asturiano en los banquillos y, de remate, cambiara de inquilinos en el amplio palco de directivos. Lo nunca visto, lo imposible en 115 años.
Disociar una cosa de otra, arriba y abajo según dicte un mercurio enloquecido, resultaría inteligente, práctico, aconsejable. Sin embargo, nunca se logró antes, jamás se hizo. O hay derrumbe en resultados o no hay relevo presidencial, qué pena para entidad tan previsible y primaria manera de proceder. De repente, volvamos en bucle al inicio, quedarán borrados por arte de magia, por dos segundos de escasa memoria, esa inacabable relación de desaguisados, meteduras de pata, incapacidades, mentiras y el largo etcétera protagonizada por directiva tan intervencionista como mediocre, tan incapaz como arriesgada para el buen gobierno de la entidad. La tropa que debería pasar cuanto antes a la historia como los dinamitadores de la mejor época jamás vivida. Costosa factura aún pendiente de pagar en su justo alcance, por mucho que Bartomeu siga visitando platós negando lo sucedido y queden hoy única y exclusivamente aferrados a Messi, sin otro remedio para la jaqueca que los goles del astro.
Así va la cosa, dando bandazos. Igual no lo recordamos, era costumbre de la casa hasta que llegó Guardiola y mandó a parar, enviadas las excusas al crematorio de trastos inservible. Ahora, lo que diga Messi, lo que golee y punto y que rece el creyente, el agnóstico y hasta el ateo para mantener la inspiración del astro, el hombre que dicta incluso la corriente de las mareas favorables a la navegación de este inmenso paquebote blaugrana de teoría labrada en cartón piedra, sempiterno barco de papel. Un abrazo y a conservarse.
Poblenou, en calma chicha, por ahora
* Frederic Porta es escritor y periodista.
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