"La audacia tiene genio, poder y magia. Comienza ahora, ponte en marcha”. Johann W. Von Goethe
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Los resultados lo ignoraban, pero el Madrid que había surfeado en la cresta de la ola del juego bueno y bonito en los meses de octubre y noviembre se estaba apagando para aparecer solo a fogonazos en el cierre de 2014. El transcurrir de los partidos quitaba la razón a los que aludían a la fatiga física de los componentes del once tipo como causa del bajón, pues la línea defensiva y Toni Kroos no han dejado de exhibir una solidez inabordable en este tiempo, pero quizá la fatiga cognitiva –ese término que recuperó Juanma Lillo hace un par de años y que tan bien explicó el profe Dani Fernández– producto de la acumulación de partidos, de la intensidad y desgaste mental que implica la importancia de estos y de la creatividad que exige el modelo de juego actual del Madrid, sí haya tenido que ver en este déficit de inspiración que arrastra el ataque de los de Ancelotti en los últimos partidos.
Edgardo Bauza se ahorró filigranas y planteó el partido que pedían rival y escenario. Replegado en 4-1-4-1 con Mercier como pivote y Ortigoza como auxilio cercano, San Lorenzo procuró juntar las líneas al máximo, acumuló jugadores en el carril central hasta dejar inactiva esa zona donde finalizan las diagonales los extremos y donde tanto produce Benzema, y llevó su intensidad al límite para hacer incómodo y arrítmico el partido, consiguiendo que el juego del Madrid no fluyera. Al conjunto blanco le costaba hacer frente a este panorama en ataque organizado. La movilidad constante y la permuta de posiciones de los atacantes era continua –Benzema caía a ambas bandas mientras Bale y Cristiano alternaban de extremo y de nueve–, pero el tapón creado por el Ciclón en el centro obligaba al Madrid a salir por los costados, donde la implicación de los extremos en defensa y las ayudas de los mediocentros dejaban en inferioridad al Madrid en cada envite en banda. Las pocas ocasiones del Madrid en la primera parte llegarían por errores en la elaboración de los argentinos, que sufrían en transiciones pero que se beneficiaron de la falta de lucidez en las contras de la BBC. Las dificultades de los de Bauza para salir tras robo morían poco después de pasar el centro del campo, donde los imperiales Ramos y Pepe acertaban siempre a anticipar y cerraban con éxito las espaldas de Carvajal y Marcelo, haciendo imposible ese pase filtrado a la carrera de Cauteruccio soñado por el técnico argentino. Como decía Frank Marshall, un mal plan es mejor que no tener plan, y de Bauza, que con sus recursos no podía aspirar a mucho más, aunque se le adivinaba el final, podía tener su premio en un partido largo donde las prisas ofuscaran al Madrid y el paso del tiempo hiciera creer a sus jugadores.
Pero donde no llegaba el juego llegó el escudo. En estas finales donde todo pesa, el Madrid tiró de grandeza para que Sergio Ramos, que lleva siete meses editando los libros de historia para que su no tan lejano afianzamiento como central de auténticas garantías se eleve al pedestal donde descansan las leyendas que todos sabemos, hiciera bueno otro lujo de Kroos desde el córner y destrozara las esperanzas del equipo sudamericano. El Madrid recordó a Efim Boguljubow, aquel genio del ajedrez de principios del siglo pasado que sobre sus partidas comentaba: “Si juego con blancas, yo gano porque tengo el primer movimiento. Cuando juego con negras, también, porque soy Boguljubow”. Y el Madrid fue Boguljubow. Llevaba casi dos meses ganando porque su juego aplastaba, pero el día en el que se deja redactado para la posteridad qué equipo es el mejor de hoy, el Madrid ganó porque es el Madrid. Por aquella histórica y arraigada cultura de club que le permite ganar sin bordar el juego, sin ser favorito o cuando nadie lo esperaba. Porque es el Madrid. La misma mano invisible que le lleva a elegir competiciones cuando sobra plantilla para intentar conseguirlo todo –las cuatro Champions del Madrid moderno dejaron temporadas ligueras en las que llegó al final sin opciones o las dilapidó centrándose solo en dicha competición–; idiosincrasia contraria a la del Barça, que desde que Cruyff le enseñara que la grandeza no se entiende sin la excelencia, ganó cuatro Champions que acabaron en cuatro dobletes Liga-Champions, y rara vez ganó un torneo sin ser favorito absoluto al inicio. Quizá sea en ese ADN, en esa forma de entender la grandeza donde se encuentran el Madrid y un Ancelotti que ya es junto a Guardiola y Ferguson el técnico europeo con más títulos internacionales en la historia, pero que sigue teniendo ese lunar de haber conquistado solo tres ligas en sus quince temporadas como entrenador de un equipo de élite con aspiraciones reales de salir campeón.
Al inicio de la segunda parte, y como sucediera en Almería, un Isco deslucido iba a soltar ese destello que lo hace un tipo decisivo. Una asistencia suya a Bale ante el desconcierto de una zaga argentina que dio por hecho que el galés estaba en fuera de juego acabó en el definitivo 2-0 que corroboraba el idilio del de Cardiff con las finales. Tras el 2-0, el partido moriría. El Madrid gestionó el resultado sin ambición de masacrar y a los ofensivos cambios de Bauza –adelantó líneas y buscó más agresividad en la presión– le siguió faltando ese punto de calidad técnica que tanto acusó su plantel. Le vendrá bien el parón al Madrid para airearse. La recuperación de Modric, la puesta a punto de Jesé y el regreso del mejor James –tras la lesión, mucho menos participativo– serán claves para una cuesta de enero que marcará el devenir de una plantilla a la que no se le podría perdonar una temporada más en la que no pelee por el todo.
* Alberto Egea.
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