Ganar ayuda a ganar

por el 15 diciembre, 2014 • 10:26

Man-United-Liverpool

Tras la victoria ante el Almería el pasado viernes, los periodistas le pedían explicaciones a Ancelotti por la falta de rotaciones en el Madrid y las consecuencias que podría tener a medio plazo esa posible acumulación de fatiga. El técnico italiano respondió con una frase categórica que esconde mucho más contenido que el que su sencillez aparenta: “No hay desgaste porque ganar ayuda a ganar”. La ilusión por seguir ganando cuando las cosas van de cara puede más que el cansancio –el Atlético selló la pasada liga ganando nueve partidos consecutivos entre marzo y abril, cuando se predecía que reventaría aquella plantilla tan corta–. Esa dinámica positiva, que hace competir desde el convencimiento en lugar de hacerlo desde la rutina, se retroalimenta y todo se acaba reflejando en los resultados. Y en ese cruce de estados de ánimo se encontraban Manchester United y Liverpool: un choque entre la fe ciega del que lleva cinco partidos consecutivos ganando sin poder escribirse demasiado sobre el cómo, frente a la fe obligada de un equipo huérfano de liderazgo y hundido en lo emocional.

Costaba recordar un partido entre dos grandes de la Premier que salieran de inicio con tres centrales. Van Gaal repitió el 3-4-1-2 con el que venció al Southampton, con Carrick de libre escoltado por Jones y Evans, Valencia y Young como carrileros, un doble pivote con Fellaini de ancla para dejar vuelo a Rooney y Mata haciendo de enganche con Wilson y Van Persie. El propio Van Gaal explicaría luego que él elige su once buscando dañar al rival, y la velocidad de Wilson había sido clave para dejar en el banquillo a Falcao. Mientras, Brendan Rodgers sentaba a Mignolet –Brad Jones sería titular–, salía sin nueve al uso y revolucionaba su dibujo armando un 3-4-3 con Gerrard y Allen en la medular y Coutinho y Lallana partiendo desde las bandas para acabar ocupando la zona de la mediapunta con el objetivo de sangrar al rival entre líneas y filtrar balones a Sterling, ubicado como delantero centro.

La puesta en escena del Liverpool fue magnífica. Los tres atacantes se repartían a los tres centrales en una presión alta y agresiva, y si no conseguía robar con facilidad era porque la claridad que da Michael Carrick en la salida consiguiendo siempre un primer pase limpio que facilitase la fluidez en la secuencia de pases que le sucede ha sido quizás el gran acierto de Van Gaal para seguir creciendo en ese arte paciente que es el juego de posición. Pasado el minuto 10, Lallana comandó un contragolpe e interpretó de forma brillante el gran desmarque de Sterling para que De Gea le sacara un mano a mano que sería la antesala del primer tanto del partido. El cúmulo de despropósitos tácticos en la jugada del gol duele a la vista. Joe Allen no se escalona en la ayuda cuando Valencia encara a Alberto Moreno, por lo que supera a ambos con una sola acción –el caño al sevillano–; Lovren (central zurdo) tarda en salir a por el ecuatoriano, que tiene todo el tiempo del mundo para elegir dónde poner el centro; Coutinho abandona la marca de Rooney con una desidia inaceptable cuando el inglés comienza el ataque a la zona de remate, y –lo más gordo– Gerrard no cierra el posible pase atrás, responsabilidad primaria del mediocentro cuando un rival apura línea de fondo. Una ocasión para cada equipo en medio minuto y el resultado producto de la calidad de cada portero: todo lo que pasara después ya lo había condicionado De Gea.

El 1-0 no cambió el partido. Los locales conseguían buenas asociaciones para superar esa primera línea de presión, fundamental para encontrar superioridad en el mediocampo, donde Fellaini, Rooney y Mata podían con Gerrard y Allen. Ninguno de los dos equipos producía demasiado, pero mientras Sterling se volvía a topar con De Gea, los carrileros del United rompían el partido. Dos asistencias suyas –el segundo de Young a pierna cambiada para el gol de Mata– mandaban el partido al descanso con 2-0, amortizando de forma insuperable el fútbol producido por su equipo en este primer tiempo.

Rodgers dio entrada a Balotelli por Lallana en el intermedio para pasar a jugar con dos puntas (5-3-2) y reforzar el centro del campo bajando a Coutinho a la posición de interior y colocando a Allen a su misma altura, quedando Gerrard como pivote único. El Liverpool fue a más y el delantero italiano participó en esta mejoría, pero no hubo manera de que De Gea se bajara de ese pedestal en el que lleva descansando de un tiempo a esta parte.

La ilusión de despertarse de este mal sueño en el que lleva atrapado el Liverpool desde principio de temporada sigue estando en la recuperación de Sturridge y en el continuo agigantamiento de la figura de ese pedazo de futbolista que es Raheem Sterling, que demuestra a cada encuentro una inteligencia futbolística anormal en su edad. Como delantero centro marró en la definición, pero su repertorio de desmarques de ruptura y su sublime interpretación de una demarcación antinatural para él dejó una nueva señal de que no estamos ante un talento común.

Pocas cosas pueden fortalecer más a un equipo en formación –que no deja de ver cómo su enfermería es el camarote de los hermanos Marx– que estas seis victorias consecutivas. Este debe ser el punto de partida de un crecimiento desde el camino inverso: crecer en el juego a partir de los resultados, de la confianza que dan estos para desarrollar un estilo cuya ejecución exige mucha seguridad en sí mismo: las dudas, el titubeo y la inseguridad con el balón en los pies castiga con sangre al juego de posición. Todo será más fácil si Van Gaal consigue hacer de ganar un hábito.

* Alberto Egea.


– Foto: Reuters




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