Tenía que pasar algún día. Y será el primer fin de semana de diciembre, cuando la todavía invisible FA Cup inglesa saltará al primer plano con su segunda ronda, con un enfrentamiento largamente esperado: MK Dons-AFC Wimbledon. Los unos juegan en Tercera y los otros sufren en la Cuarta categoría. Pero, seguro, ni el derbi de la Premier entre el West Ham y el Chelsea, que se disputará el mismo fin de semana, tendrá, a priori, una carga emocional tan acentuada como ese encuentro de Copa en el MK Stadium. Para los hinchas del AFC Wimbledon no va a ser un simple partido. Es la hora de la venganza. No por ganar, simplemente por estar ahí, enfrentándose su equipo al club que en 2002 comenzó a asesinar y que en 2004 enterró al Wimbledon FC, el club de su alma.
La corta historia del MK Dons (fundado como tal en el 2004) estará por siempre ligada a la muerte del original, y legendario, Wimbledon. En el 2001, Charles Koppel, entonces presidente de los Dons (el apelativo histórico del Wimbledon), anunció su intención de trasladar el club a la ciudad de Milton Keynes, argumentando su decisión no sólo en las fuertes deudas que ahogaban al club y al descenso de afluencia de hinchas, sino, también, al plan propuesto por Pete Winkelman, un afamado promotor musical que tuvo la idea de construir un complejo deportivo importante en Milton Keynes con un estadio de primer nivel. Con el tiempo se dio por hecho que Winkelman (probablemente la persona más odiada por los fans del Wumbledon) había comprado primero a Koppel y después a la FA, que el 28 de mayo de 2002 sorprendió a todo el fútbol británico aprobando la solicitud de un traslado que un año antes había rechazado.
A partir de ahí, el Wimbledon FC estaba tocado de muerte. Trasladado el club 56 millas al norte de Londres, un grupo de aficionados decidió, sólo dos días después de la trágica noticia, fundar un nuevo club desde la nada y así, el 30 de mayo de 2002 nacía el AFC Wimbledon, que solamente tomaba, según palabras de sus fundadores, «el alma de nuestra historia». Más de mil hinchas se sumaron la primera semana a la llamada del nuevo club y en su primer partido oficial, en la Novena categoría del fútbol inglés, el coqueto estadio de Kingsmeadow se llenó con más de 4.500 aficionados. Desde entonces, raro es el partido al que no asistan más de 3.500 y en Manchester, en la final del play-off de ascenso a Cuarta en mayo de 2011 se contaron no menos de 8.000.
El nuevo Wimbledon tuvo que comenzar desde lo más bajo mientras al moribundo original sus gestores fueron aumentándole deudas, en la Segunda categoría, para, en la primavera de 2003 trasladarse definitivamente a Milton Keynes y cambiar de nombre a MK Dons el primero de julio de 2004, cuando Winkelman limpió de deudas (se habló de veinte millones de libras) el club y acabó de traicionar a todos los que había convencido asegurando que “nunca” cambiaría el nombre sin la aprobación de sus abonados. El promotor volvía a engañar a todos con la complacencia de la federación, que había impuesto como una de las condiciones para aprobar el traslado que no llevaría a cabo ese cambio de nombre sin el apoyo popular. Así, el Wimbledon FC, fundado en 1889 y que tras ascender a Primera en 1977 se hizo con un nombre mítico en los libros del fútbol británico, había muerto. De la peor manera.
A partir de ahí ya coexistían los dos clubes. Los unos (MK Dons) perdiendo ya sin disimulo la raiz de su nacimiento y los otros (AFC Wimbledon), ignorando, cuando no despreciando, y odiando a quienes les habían asesinado el alma. Mientras la comunidad futbolística británica miraba con simpatía el empuje y cabezonería del nuevo Wimbledon, el MK era conocido como el Franquicia FC y bajo el liderazgo de la federación de hinchas, los aficionados de otros clubes boicoteaban los partidos amistosos contra el club, lo que provocó que tuviera serios problemas para disputar encuentros de pretemporada. El MK descendió en 2006 a Tercera mientras el Wimbledon iba ascendiendo sin prisa pero sin pausa desde la Novena categoría, hasta que el 21 de mayo de 2011, en un inolvidable final de play-off frente al Luton Town en Manchester decidida en la tanda de penalties, regresó al profesionalismo, la Cuarta division, la ‘League 2’. Separados por una categoría, sólo la FA Cup o la Capital One Cup podían, de momento, unir sus caminos. Y eso se produjo en el sorteo de la segunda ronda de la FA Cup, el 14 de noviembre.
“Es sólo un partido de fútbol y algún día tenía que suceder. Uno ganará y el otro perderá, pero hay que mirar adelante”, se apresuró a admitir Karl Robinson, el manager del MK, consciente de todo lo que rodea al encuentro. “Es algo que todo el mundo parecía esperar y me han dicho que es el sorteo de segunda ronda más grande de toda la historia. No sé qué pensar”, añadió el entrenador, mientras el tipo más buscado en el club, Pete Winkelman, acogió el sorteo con una sola palabra, “Fantástico”, sabedor de que las emociones se encontraban a flor de piel entre los aficionados de sus rivales.
En la oficialidad de la otra acera, el presidente del Wimbledon, Erik Samuelson, también quiso restar trascendencia al encuentro. “Tenemos once años de historia y nos medimos por nuestros propios logros, no por viejas rencillas, pero es comprensible que habrá quien espere a ese día de una forma muy especial”, advirtió el dirigente. Pero entre los hinchas las sensaciones no son tan simples. “Prometí que nunca pondría los pies allí y lo voy a cumplir. Veré el partido con mis amigos, en Kingsmeadow. Y ya está”, sentenció al ser interrogado Simon Wheeler, presidente de la asociación de aficionados del AFC Wimbledon que todavía mantiene la llama de su antigua filiación: “Nos arrancaron a nuestro club de nuestra comunidad, de nuestra vida. Es impensable que pueda darles una libra”.
No se sabe cuál será la asistencia de público, pero la policía en Milton Keynes está avisada ante cualquier clase de problema. En las gradas del MK Stadium se citan no más de 10.000 aficionados por partido, pero ese día será irremediablemente especial. Se espera que no muchos tomen el ejemplo de Wheeler y sí recorran esas 56 millas para ver el partido, probablemente, más especial de sus vida. Sobre el papel, lógicamente, el MK es el favorito. No sólo está una categoría por encima, sino que el Wimbledon, que el pasado curso llegó a soñar con un nuevo ascenso, no disfruta precisamente esta temporada de felicidad en sus resultados. Pero los hinchas de los verdaderos Dons, los del AFC Wimbledon, tienen en su alma el recuerdo de los Crazy Gang, el empuje de su historia, el peso de su leyenda y la rabia acumulada durante estos ocho años esperando este día. Para ellos la venganza no es ya ganar, sino el hecho de jugar. Los enterraron pero sobrevivieron.Y han regresado. Y allí estarán sus chicos, en Milton Keynes. 56 millas, ocho años…Una venganza.
De aquel Wimbledon FC quedará en la retina, en algunos libros, unos pocos artículos y en los recopilatorios a los que se puede acceder en internet, la leyenda de los Crazy Gang, la cumbre en la historia de un pequeño club que pasó de la nada a codearse con la aristocracia del fútbol inglés, que fue el primero en todo el siglo XX que jugando fuera del mundo profesional eliminó a un equipo de Primera (el Burnley) en 1975 y que trece años después, en 1988, tomó al asalto el mítico Wembley, en la final de la propia FA Cup. En la pandilla loca liderada por su presidente de honor Vinnie Jones destacaron Laurie Sánchez, un joven Dennis Wise, John Fashanu, John Scales o Terry Phelan. Y el 14 de mayo de 1988, esos locos de azul que aún le tomaban medidas a lo que significaba jugar en Primera arrodillaron contra todo pronóstico al poderoso Liverpool dirigido por Kenny Dalglish, que contando con jugadores como Beardsley, Barnes, Houghton, Aldridge o Grobbelaar habían conquistado la Liga un mes y medio antes con una superioridad aplastante.
Laurie Sánchez, inglés de Londres e internacional por Irlanda del Norte, dio forma a la mayor sorpresa de la historia en las finales de la FA Cup. 1-0. Suficiente. Mítico, histórico y legendario… Porque la mística quiso que David Beasant, portero de los Dons que había sido rechazado pocos años antes por los Reds, atajase un penalti a John Aldridge. Aquellos eran los días en los que acudir a Plough Lane se convertía en un suplicio para cualquier rival. Nunca quiso aquel Wimbledon tomar como ejemplo el fútbol del Ajax, ni fue el precursor del actual Arsenal o del Barça de Cruyff. Era, simplemente, un equipo de barrio que había conquistado la eternidad y a cuyos hinchas les encantaba contemplar las dotes intimidatorias de sus chicos. Como en un cuento, y no de hadas precisamente, aquel equipo llegó a codearse con la aristocracia del fútbol inglés, se dio el gusto de superar en la clasificación al Manchester United de Alex Ferguson y consiguió que cuando el fútbol era todavía un fenómeno local, Europa descubriera que había un club llamado como el famoso torneo de tenis que era capaz de desafiar a cualquiera. Ellos fueron los Crazy Gang, la pandilla chiflada que a pesar de sus malos modos enamoró a todos los buenos y veteranos hinchas ingleses. Los mismos que, desde Luton a Newcastle, desde Brighton a Leeds pueden escupir en el suelo cuando se les nombra a un tal Pete Winkelman.
* Jordi Blanco es periodista. En la web: notas-de-un-forofo.blogspot.com.es
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