‘A propósito de Otto’

por el 17 marzo, 2013 • 14:23

No es más que una canasta en un rincón de Missouri. Otro trozo de madera que, sin embargo, alberga más historia de la concebible.

Cuelga desnuda, a la vista del paseante casual, en el corazón del condado de Scott, no muy lejos del curso del Mississippi y la frontera con Illinois. Inmune al paso del tiempo, nunca dejará de ser su canasta.

Bubba no ha pasado mucho por allí desde que marchase a la universidad. Fue hace dos veranos, cuando el Potomac sustituyó al Mississippi y los entrenos de hora y media a los de tres. Cuando abandonó Sikeston y llegó a la capital, pronunciado salto teniendo en cuenta de dónde venía.

Porque pocos casos encontraríamos de tal abrigo del entorno como el de Otto Jr. Se puntualiza el junior pues es su progenitor, leyenda de instituto en el sur de Missouri, quien porta, no sin orgullo, el senior en una familia particularmente ligada a la cultura de la pelota. Padre, madre, tíos, tías y primos. Se puede imaginar que en casa de los Porter el baloncesto trasciende la categoría de mero pasatiempo. Fue por eso que, en una decisión que denotó más conciencia que sobreprotección, el muchacho prefirió no tomar parte en ningún momento en el afamado circuito AAU, esa imperdible cita estival que entrenadores y scouts universitarios y de equipos profesionales marcan en rojo.

‘’Fue una decisión mía. Mi primo jugó el AAU y siempre me cuenta que debería haberse quedado trabajando más su tiro. Yo sólo quería mejorar, así que no marché, me centré en mi juego, en el gimnasio o en casa’’.

Otto Sr. no es de distinto convencimiento. El circuito, para el cabeza de familia, no habría contribuido al aprendizaje de su hijo. Más bien le habría llevado a adquirir vicios y actitudes producto de un método, en su opinión, diversificado.

‘‘No le quería ver expuesto a ese tipo de juego. Es un chaval centrado y desinteresado y esa opción no me parecía lo mejor. Quieren que viajes por todo el estado. Somos bastante familiares y, habiendo jugado, sé cuáles deben ser sus prioridades’’.

Así, el muchacho pasaría dos veranos jugando en casa, en Missouri, en partidos y campus regionales y entrenado con su tío. Lo esencial, decían, era formarse. Estudiar el juego, entenderse como parte de él y saber cómo explotar sus virtudes. Ya aprendería a competir en la universidad.

¿Y los equipos? El circuito es, año tras año año, un pozo de talento donde destacar supone recibir innumerables llamadas por día, pero el cabeza de familia confiaba como nadie en las posibilidades de su hijo. ‘‘Si eres lo suficientemente bueno, acaban por encontrarte’’. Más en estos tiempos modernos, a Otto no le faltarían pretendientes.

El enlace con Georgetown se concretó más bien tarde. Fue en abril del 2011, no mucho después de haber visitado el campus en DC. Tanto Bill Self como Frank Haith, recién llegado a Missouri, se interesaron por ese chico altote del que habían empezado a hablar en serio ese mismo enero.

Al parecer, en medio de las fértiles tierras del sur de Missouri había un chaval bastante mejor de lo que decían los rankings, que no había ido al AAU y conducía el tractor de la familia en su tiempo libre. Era de Sikeston, vivía en Morley, donde jugaba y estudiaba, y pasaba algún que otro día en casa de la abuela, en Haywood City.

Otto, que así se llamaba, o Bubba, como le conocían, eran tan puro como su lugar de origen.

Botaba, era capaz de superar a su par en un par de movimientos y correr la pista, fruto de sus años como base; y finalizaba cerca de aro con la misma comodidad con que lo hacía desde el triple. Asimismo, gozaba de un físico aventajado, con unos brazos que llegaban a todas partes. Pero lo mejor era que no se volvía loco. En los Porter siempre han entendido que el camino rápido erra al mismo ritmo. Que, dispuesto el esfuerzo, todo resulta más sencillo.

Su ética de trabajo asombró en Georgetown desde el primer instante. Robert Kirby, el hombre que lo reclutó, a él y a cuatro chavales más: «Le encanta currar. Es lo único que conoce».

Por la ribera del Potomac no pueden estar más satisfechos con él. Entrenadores, compañeros y aficionados. Otto-matic, rezan las pancartas en el Verizon. Y, de cuando en cuando, le ovacionan. El jueves 14 fue la última. En el Madison. Con seis fallos y sólo tres tiros de campo encestados, pudo no parecer su mejor día. No lo fue, pero, en un partido sintomático, ejerció de motor de una maquinaria que si está tan bien engrasada es, en buena parte, gracias a su labor.

En su ética de trabajo cabe una mentalidad colectiva que hace mejor al de al lado. Todos se benefician, además, de la atención prestada por las defensas a su estrella, en un intento de estas por evitar lo que aconteció en Nueva York a finales de febrero.

Los Hoyas, ya acariciando los primeros puestos del ranking, habiendo derrotado a conjuntos de la talla de Notre Dame, Marquette y Louisville, se presentaban en el Carrier Dome para un tarde de sábado que quedaría grabada en las retinas de los allí presentes. No porque se retirase el #15orange de Carmelo, que también, sino por la mayúscula actuación de Porter. Al de Sikeston le entró todo, y de toda clase. Hizo absolutamente todo para que su equipo se llevase de la última visita al Carrier una victoria de incomparable valor. Doce aciertos, con cinco triples, para una estadística final de 33 puntos, 8 rebotes, 5 robos de balón y 2 asistencias.

Tras tal exhibición y la victoria cosechada en Washington dos semanas después, Georgetown no pudo obtener el trébol de victorias ante los Orangemen, los rivales de siempre, en un enfrentamiento de semifinales de un torneo que no será lo mismo las próximas temporadas. En lo que acabó no siendo la última comparecencia de ‘Cuse como parte de la Big East, Otto terminó en diez puntos y una intervención un tanto apagada.

Fue una noche, de cualquier manera, especial. Por el disputado partido y, sobre todo, por la nostalgia del ayer. Muchos grandes conjuntos y jugadores son los que han pasado por una conferencia en vías de drástica transformación.

«Otto Porter es el mejor all-around que he visto en esta liga. No creo que haya visto uno mejor».

Jim Boeheim, quizá movido por la emoción del instante, con los ojos llorosos tras el cristal de la gafa, lo afirmaba con rotundidad. Decía además que, si suya fuera la decisión, a nadie antepondría a Porter en un hipotético draft.

Que nadie es mejor que Bubba, el hijo de Otto y Elmanor. El primo de Dominique y Michael. El del acento sureño, el de la canasta colgada y los veranos con el tío.

«Vas por niveles. Primero juegas con tus primos. Una vez te haces mayor, todos los primos jugábamos con nuestros padres».

Este parece ser el siguiente escalón.

* Gabriel Pevida


– Foto: Mary Altaffer (AP)




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