Fue Cesare Prandelli, posiblemente el táctico más acertado de la Eurocopa, pero que erró en la final. Por valiente. A golpes comprendió porqué se habían encerrado en el armario el croata Slevan Bilic y el francés Laurent Blanc. Y no digamos el portugués Paulo Bento. Todos ellos percibieron dos factores: había que cortar el flujo poderoso de España por la izquierda (Alba-Alonso-Iniesta) y cerrar las líneas de pase de Xavi. Los tres técnicos rivales lo consiguieron. Durante cinco partidos completos, Xavi no existió porque no pudo ser Xavi. Sin jugadores profundos, sin bandas abiertas y con la zona central apelmazada, nunca tuvo a quien pasarle el balón con malas intenciones. Fue intrascendente. El propio Xavi lo reconoció. No pesaba en el equipo por más kilómetros que recorriera aunque, por lo menos, dirigió con acierto la presión posicional para perjudicar la salida de balón de los rivales.
Xavi es un activador. Es él quien intuye las autopistas sin arcenes que se dibujan sobre el césped, pero se convierte en un pasador sin influencia cuando no tiene a quien cederle el cuero. Recordaréis lo que le ocurrió en 2007 en el Barça, cuando la desidia de algunos compañeros le volvió igualmente intrascendente. Los dedos acusadores le señalaban a él, sin ver que era responsabilidad de sus colegas estáticos. Con la Selección no ha sido problema de actitud de Xavi ni de sus socios, sino decisiones tácticas. Las propias de Vicente del Bosque, que prefirió sacrificar el ‘factor Xavi‘ priorizando la protección trasera, retirándole opciones de pase: sin profundos, sin extremos, sin autopistas, la agonía de Xavi, gran damnificado también por los aciertos de los seleccionadores rivales, que optaron por ahogar la izquierda española y cerrar los pequeños caminitos que Hernández parecía vislumbrar. Hasta que llegó Prandelli y su gran Italia, equipo majestuoso en todo el torneo, valiente en la final.
Italia presiona arriba a España, no abajo. Y de forma agresiva en vez de agruparse y esperar como hicieron Croacia, Francia y Portugal. Valentía italiana con una consecuencia automática: espacios. La presión generaba espacios si cualquier jugador español conseguía zafarse de su sombra, lo que no era extraordinariamente difícil vista la calidad técnica del equipo. Si robaba Italia en dicha presión, a cerrarse. Si un jugador español burlaba a su sombra, espacios abiertos para el placer de Xavi, a quien sus diez monstruosos compañeros construyeron un hábitat formidable: estaba en su salsa, por vez primera en todo el torneo. Con Pirlo aprisionado entre Cesc y Busquets y con Iniesta centrándose, Xavi pudo caer a izquierdas para recibir limpio de Xabi y esa fue la avenida que desembocó en las grandes autopistas. No, no fue casualidad que Xavi volviese a ser el arquitecto de la final. Encontró el contexto idóneo para volver a tirar de escuadra y cartabón.
– Foto: EFE
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