Durante las tres primeras temporadas del Barça de Guardiola, seguramente Valdés fuera el mejor portero del mundo para el contexto de un grande. Es decir: teniendo que intervenir más fuera del área pequeña que dentro de ella y debiendo participar muy poco pero con acierto extremo. Para ello se valió de sus grandes fuertes: el uno contra uno, la anticipación a los envíos a la espalda de los centrales, el juego con los pies y una gran concentración. Al mismo tiempo, estuvo a un nivel alto en las estiradas, en las paradas a tiros a bocajarro gracias a sus buenos reflejos y no desentonó en demasía en los envíos aéreos.
Así, Víctor se convirtió en muchísimo más de lo que habría cabido esperar cuando Van Gaal lo hizo debutar en 2002. Ya entonces había superado el sufrimiento con el que defendió la portería de los equipos pertenecientes a las categorías inferiores del Barça desde los 10 años. Como tantos otros niños que ocupan la demarcación más difícil que existe en el fútbol, Valdés sufría jugando por la presión extrema que supone saber que un solo error puede resultar decisivo, sintiendo el pánico a fallar que prácticamente cualquiera que haya jugado de guardameta alguna vez ha sentido.
Y es que, si simplemente ser portero es harto complicado, serlo de un equipo al que atacan muy pocas veces lo es aún más. Y ello por distintas razones: no va a haber oportunidad de enmendar el fallo anterior, mantener la concentración resulta más complicado y, sobre todo, hay demasiado tiempo para pensar. Pensar más allá de lo estrictamente necesario para una toma de decisiones que debe ser rápida y ejecutada prácticamente de manera automática es fatal para un arquero. Esos minutos en los que, mientras tu equipo juega en campo contrario, te torturas pensando en el error que acabas de cometer y le das mil vueltas a cuáles deben ser tus próximas decisiones son el principal enemigo del portero. Porque conducen a repetir el fallo y, sobre todo, porque la tensión y el sufrimiento te atenazan impidiéndote decidir con claridad, haciendo que el simple hecho de estar practicando el deporte que teóricamente amas se convierta en una tortura.
Pero Víctor fue capaz de sobreponerse apoyado en una fuerza de voluntad inquebrantable, en un sentimiento de lealtad a quienes le guiaron en su camino incuestionable y, cómo no, a poseer el talento innato que permitía alcanzar objetivos que compensaban lo demás. Muy revelador es el hecho que él mismo confesó: “Una terapia psicológica a los 18 años me hizo cambiar el modo de ver la portería”. La psicología, importantísima ya de por sí en el mundo del deporte, se convierte en el factor decisivo, imprescindible y más determinante en un portero.
Conseguir hacer de la misma su mejor virtud fue lo que consiguió que Valdés pasara de niño sufridor a portero número uno pasando por meta con buenas cualidades que no terminaba de explotar. Tal vez, el mejor ejemplo de ello lo vimos en la victoria del Barcelona sobre el Real Madrid en el último Clásico liguero celebrado en el Bernabéu. En dicho encuentro, el de L’Hospitalet regaló un gol a los pocos segundos del encuentro como consecuencia de un error garrafal en el pase bien aprovechado por Di María. Su fuerza mental, contagiada al resto del equipo y mostrada en su persistencia en seguir jugando con los pies y en el acierto en sus restantes intervenciones fue clave para que un partido que amenazaba con convertirse en goleada madridista estuviera a punto de serlo culé (1-3).
Esta capacidad para evitar que un error se convirtiera en un mal partido o que una mala actuación deviniera en una mala racha fue tal vez el factor que hizo alcanzar la cima a un Víctor que ya se acercaba a ella desde la final de París 2006. Muy por encima de su progresión en ciertas facetas, pues era esta seguridad descomunal lo que le hacía ser enormemente superior a aquel portero ciertamente irregular, como tantos otros que juegan en la élite mundial.
Me inclino a pensar que hubo un factor por encima de los demás que explica esta sustancial mejora: formar parte del equipo. No ser simplemente el último eslabón para evitar el gol cuando la defensa se ha visto superada, sino formar parte del juego de equipo de manera indiscutible. Aunque siempre había mostrado cierta tendencia a jugar con los pies, no fue sino Guardiola quien le convirtió en pieza indispensable del entramado del juego posicional del equipo. Así, integrando al portero en el juego, no solo consiguió mejorar la fluidez, sino también anular el aislamiento del meta, que ya no solo tenía que estar pendiente de sus paradas, sino también del juego colectivo. En este contexto, Víctor, tras cometer un error, en lugar de recrearse en el mismo debido a que no le llegaban, seguía atentamente el juego colectivo de su equipo, tratando de detectar los flancos débiles del rival para iniciar a través de los mismos el juego cuando se le entregara el balón, lo que se hacía con gran frecuencia.
Actualmente, por razones que desconocemos, esto ha dejado de suceder. Valdés ha vuelto a ser un elemento aislado dentro del equipo, dejando de ser parte del juego. Pese a que la anterior campaña bajara algo su nivel (sin que llegara a ser preocupante en absoluto, como sí lo es ahora), la auténtica causa de su actualmente pésimo estado de forma me parece esta. Mejor dicho: de la existencia de un mal estado de forma. Pues cometer errores es inevitable, pero la terapia de Guardiola unida a su fuerza mental se había revelado brillante para evitar baches continuados. Seguramente, un grande como Valdés volverá a brillar pese a no formar parte del juego colectivo. Pero, si no vuelve a ser parte del mismo, será inevitable que vuelva a atravesar altibajos pronunciados en su estado de forma.
* Rafael León Alemany.
– Foto: EFE
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