Seguramente ésta haya sido la pregunta más repetida al ver los planteamientos de Jémez y Oltra contra el Barça y de Caparrós contra el Madrid. En los tres casos, cinco goles en el casillero del conjunto visitante y escaso peligro por parte del local, por más que cuatro errores individuales graves maquillaran el resultado en Riazor. En los tres duelos vimos una constante: el equipo inferior no se encerraba atrás ni priorizaba condicionar el juego del rival, sino que trataba de ser ofensivo y exaltar las virtudes propias a pesar de que ello conllevara dejar kilómetros a sus espaldas. El resultado ya lo conocemos, como también sabemos que era más que previsible, pues la mayoría de conjuntos de potencial netamente inferior que han obtenido resultados favorables (o han estado cerca de ello) frente a los dos gigantes de nuestro fútbol lo han hecho con planteamientos extremadamente defensivos. Pues bien: si cualquiera podía imaginar el resultado, ¿cómo es posible que tres sabios del fútbol (sus trayectorias lo demuestran) realizaran estos planteamientos?
Tal vez la respuesta la diera Michael Laudrup, cuando aún era entrenador del Mallorca, en una entrevista concedida a Gol Televisión. En la misma declaró que, para un equipo medio como el suyo, el problema de los enfrentamientos contra Madrid o Barça iba mucho más allá del propio encuentro en sí. Y no se refería precisamente al golpe moral que podía producir una goleada, pues venía nada menos que de evitar que José Mourinho debutara con victoria en la Liga y de empatar en el Camp Nou en la temporada en la que este estadio probablemente viera al mejor equipo de la historia del club. Concretamente, explicó que el enorme desgaste realizado ante equipos de potencial tan superior penalizaba sobremanera en los siguientes choques. Como sucede con todas las máximas que existen en el fútbol, se pueden extraer datos que confirmen o refuten esta teoría. Sin embargo, seguramente haya más datos que le den la razón.
Y es que ante la amenaza de equipos dantescos se suele cambiar por completo la filosofía habitual en pos de alcanzar la competitividad en el choque. Para ello, se varían de manera rotunda los planteamientos y, consecuentemente, la filosofía de trabajo durante la semana previa, tratándose de mentalizar a los jugadores de que cumplan un rol completamente distinto del que es habitual. Para llevarlo a cabo, el futbolista tiene que hacer un esfuerzo mental (y a veces también físico) muy superior al que está acostumbrado a realizar. No solo durante los 90 minutos del choque, sino también los días anteriores. Y es que en muy poco tiempo se ha de preparar un equipo para hacer algo completamente distinto a lo que está habituado. Independientemente de que ello lleve a un éxito mayor o menor, el desgaste efectuado es enorme, pagándose las consecuencias en las jornadas siguientes.
Tal vez esto es lo que quieran evitar los técnicos que dan descanso a titulares habituales al enfrentarse contra los grandes. Seguramente, éste sea el motivo de que otros como Caparrós u Oltra no modifiquen su planteamiento habitual ni su rutina de trabajo. Y es que, a un partido, cualquier esfuerzo es poco a la hora de alcanzar un resultado. Pero si se trata del torneo de la regularidad, probablemente no compense variar todo para disputar tres puntos que, aún así, dificílmente se obtendrán. Y es que la Liga es una carrera de fondo en la que un sprint de dudosa conveniencia a mitad de carrera puede ser fatal.
* Rafael León Alemany.
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