Tres temporadas de dictadura blaugrana y merengue en los torneos nacionales han terminado gracias al Atlético de Madrid. La distancia sideral en lo presupuestario, que se evidencia semana tras semana en el campo, entre los dos grandes y la plebe hacían temer un futuro dañino para el campeonato español, y ese miedo persiste aunque el triunfo rojiblanco sea un canto a la esperanza. Seguirá pasando si no varía el modelo actual, porque el triunfo en la Copa del Rey cabe entenderlo como una gesta que no debe llevar a engaño y que sustenta su milagro en diversos motivos.
El primero: Simeone. Estamos, para mi gusto, ante el entrenador del momento en Europa. Sus conquistas no están a la altura de su prensa. Aún se filtraban voces críticas por un juego no especialmente atractivo, cierto en algún caso pero absolutamente justificado si tenemos en cuanta la materia prima. El argentino ha exprimido el nivel de una plantilla limitada en cuanto a calidad técnica, pero gigante gracias al concepto de equipo que ha construido el Cholo. De haber jugado una final abierta, alegre y de campo a campo se habría llevado en la mochila los elogios fáciles de parte de la opinión pública y tres o cuatro goles en el saco (por supuesto, ni hablar del título). Uno saca rendimiento cuando potencia lo mejor que posee y minimiza las cualidades del rival. El Madrid se sintió incómodo en todo momento y le costó mucho crear fútbol.
La obsesión rojiblanca era frenar al segundo mejor jugador del mundo. Cristiano Ronaldo se vio sometido a una jaula constante de ayudas para ofrecer a Juanfran un respiro. No hubiera podido con el portugués en el uno contra uno y, quizá, ni siquiera en el uno contra dos. La solidaridad se duplicaba y triplicaba con la asistencia de Koke, Gabi y hasta Diego Costa. El capitán personificó el planteamiento atlético. Gabi apareció por todas las zonas del campo, ganó los balones divididos, evitó que su equipo cayera metros hacia atrás y desquició a Cristiano. Sus palabras en la prensa reconociendo que buscaban sacarle del partido no fueron interpretadas como se debía, dado que nunca habló de juego violento o de faltas (que las hubo, no nos vamos a engañar). Al igual que Mourinho reclamó menos permisividad para Lewandovski, la estrella blanca sufrió infracciones, pero curiosamente las más duras terminó cometiéndolas él mismo y le llevaron a la caseta.
El plan perseguía un partido cerrado, con poco ritmo, en el que atacar a través de la defensa. Se adelantó el Madrid y complicó la tarea porque el Atlético sufre más que nunca cuando tiene que generar juego. Ahí es donde el Cholo agradeció a la providencia que Arda Turan se recuperara a tiempo. Allí donde sus compañeros temían perder el balón, se la daban al turco. Pero con el marcador en contra no es suficiente mantener la pelota y había que encontrar a la pareja de delanteros de la temporada. Se ejemplificó toda el curso en un encuentro. El equipo entero trabaja unido para que Costa y Falcao fabriquen algo. Lo hicieron juntos en un contraataque de manual histórico atlético. En este análisis uno piensa que Diego López no falló, pero que Casillas sacó varias de esas en su carrera.
Con el partido empatado todo volvía al guión previsto y solo se trataba de resistir, resistir y resistir. El Atlético es muy fuerte en eso, tanto física como mentalmente. La culpa no es solo de Simeone, también de su equipo de trabajo, que transmite la misma intensidad que él y que mantiene al equipo concentrado en cada porción de césped que pisa. Según pasaban los minutos parecían más enteros que su rival.
Para ganar esa final a un equipo que te supera en 400 millones de presupuesto se necesita recurrir a una cierta justicia poética. Hubo suerte, sí, no se puede negar. Tres pelotas a los palos se acumulan muy pocas veces. Era la carta que el Atlético había sumado durante catorce años de cosas raras en su contra. No olvidemos que venía de perder en casa contra Madrid y Barca después de dos autogoles cada cuál más extraño. Esta vez la suerte ayudó al trabajo y a los merecimientos colchoneros.
Y por supuesto, Courtois. Cuando te enfrentas a algunos de los mejores jugadores del mundo necesitas que el portero tenga un gran día, y el belga construyó su clip promocional de aspirante a mejor portero del mundo en dos o tres años. En los pocos momentos donde la resistencia flaqueó esperaban dos metros de guardameta.
El Atlético rompió el duopolio por orgullo, casta, trabajo y sentimiento atlético. Los entrena un exjugador, reconocido hincha del equipo. El capitán salió de la cantera y lleva el escudo por dentro. A su lado le echa una mano Mario Suárez, que también creció en el Manzanares, y completa el centro del campo Koke, que corrió como un poseso a por la pelota cuando se adelantó el Madrid porque no quería volver a perder contra ellos.
Corazón atlético impulsado en los momentos de extenuación por la mejor afición. Como en cada una de las finales que visita, se hace oír más que nadie. Esos gritos de resistencia penetran en los músculos fatigados de los jugadores que sacan lo que ya no queda. El espectáculo en las finales del Atleti suele repartirse a partes iguales entre el césped y la grada.
Por último, hay un campeón nuevo porque no se engaña. Sabe que es inferior y sabe dónde están sus oportunidades para ganar, aunque sean menores que las de su rival. Eso no significa salir derrotado, todo lo contrario. Conocer tus limitaciones y tus virtudes te hace más fuerte y, sobre todo, te proyecta la ilusión de superarte para lograr una hazaña. Ahora el Atlético ya está listo para perder otros catorce años si hace falta porque ganó el partido que tenía que ganar. Ha clavado su bandera en el Bernabéu.
* Alberto Pérez es periodista.
– Fotos: Andres Kudacki (AP) – Pierre-Philippe Marcou (AFP)
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