Justo cuando pensábamos que el Liverpool había encontrado su camino, hemos tenido otra decepción. Una de esas que nos vuelve a sembrar dudas cuando el tiempo ya ha pasado a convertirse en juez. ¿Habrán sido los partidos en el Emirates y el Etihad un momento de claridad en la tormenta y no una reivindicación del trabajo de Brendan Rodgers?
Las derrotas ante West Bromwich y Zenit, sobre todo si analizamos cómo se produjeron, reviven las alarmas sobre la capacidad del actual mánager del Liverpool para devolver al club de Mersey a la élite de la Premier. Incluso después de haber reforzado su plantel en enero con jugadores que vienen a cubrir posiciones hasta ahora pobremente defendidas por sus ocupantes.
Uno de ellos es Daniel Sturridge. Cuando todavía ha pasado muy poco tiempo para que su personalidad desbarate lo conseguido en la cancha, el inglés aporta mucho más que la mera velocidad y el desborde estéril de Raheem Sterling. Es el segundo delantero bastante cerca de lo ideal para complementar a Luis Suárez, tanto en gol como en creación y colaboración defensiva.
No obstante, cuando no puede contar con él por lesión, como ante el West Bromwich, Rodgers prefiere cambiar a un parapléjico esquema con cuatro centrocampistas centrales (Lucas, Gerrard, Henderson y Shelvey) que no hacen otra cosa que estorbarse, en lugar de la sensata e irremediable elección de Sterling. El resultado no podía ser otro.
Su desconfianza en José Enrique le hace cambiar repetidamente la conformación de su defensa, algo para nada aconsejable. No lo utilizó ante Sunderland, Manchester United ni Arsenal por miedo a que sucumbiera ante Adam Johnson, Ahsley Young y Theo Walcott, y cambió a Glen Johnson de banda. Lo hizo titular ante el City, pero cuando se le vino la noche encima lo cambió por Skrtel y pasó a Agger a la banda.
La defensa flaquea constantemente –Agger a la cabeza–, Reina no para de hacer de las suyas, a Gerrard lo tiene jugando al lado de Lucas y le limita su producción ofensiva. En el último mes ha mantenido establemente a Henderson y a Downing, lo cual tiene su lado bueno pues evita las permanentes modificaciones de principios de temporada, pero ninguno llega a ser lo que el equipo necesita.
A Henderson le otorga una función de media punta, sin embargo apenas interviene en la construcción porque el resto de los jugadores no lo ve como un referente ofensivo. Pierde demasiadas pelotas –como la del gol de Hulk– y tampoco potencia la posesión que Rodgers tanto ansía. Es el resultado de las prisas, presiones y rotaciones sufridas en su corta carrera.
La llegada de Coutinho le resuelve semejante dilema si llega a interpretarlo como tal. Puede valerse de la experiencia de Gerrard para una posición más retrasada y la frescura y la movilidad del brasileño para funciones estrictamente creativas.
Al parecer, la tozudez es una condición que cualquier entrenador debe poseer en su currículum para aspirar al banquillo de Anfield. Rodgers no ha sido menos y ha probado recónditas variantes que difícilmente podían entregarle el rendimiento esperado. En San Petersburgo se asemejó a Benitez: iba 2-0 debajo en el marcador y sacó a Sterling para meter a Lucas.
Estamos delante de una situación donde claramente la mano del técnico tiene mucho peso, pues el desmembramiento orgánico del equipo requiere de una mente que devuelva el rumbo a los buenos jugadores del plantel y trace contrataciones y propuestas futbolísticas coherentes. Rodgers tiene una gran carga sobre sí mismo que ha administrado con bastante solvencia, quizás por sentirse seguro en el cargo.
Tiene a un psicólogo que asegura que le toman 18 meses para retirar las capas de la personalidad de un individuo, sea un atleta o un asesino. Más bien necesita enfocarlo en recuperar la personalidad de una plantilla que con el tiempo ha perdido toda clase de identidad y espantar los temores de aquellos, como Downing, que han vivido pensando más en un posible fracaso en lugar de cómo imponer sus propias virtudes.
La ausencia de los beneficios económicos de la Champions le impide competir con las chequeras del City y Chelsea o con el monopolio comercial del Manchester United. Estamos ante un paciente que no va a ser salvado por un milagro, pero ¿hasta qué punto debemos ser justamente eso, pacientes?
John W. Henry y la junta son conscientes de que la recuperación del conjunto no va a suceder de la noche a la mañana y Rodgers necesita tiempo para arreglar lo que descompusieron Rafa Benítez y Kenny Dalglish y lo que Roy Hodgson no tuvo toda la pericia para resucitar. La goleada al Swansea despeja engañosamente la nube sobre su cabeza, pero todo tiene un límite y si desde ahora no nos acercamos al puerto es muy difícil que podamos anclar en él.
Rodgers construyó un equipo y un estilo en un club de ínfimos recursos como el Swansea, pero su escasez de experiencia lo desprovee quizás de las armas necesarias para enfrentar una situación tan delicada como la del Liverpool. No estamos seguros de si podrá introducir cambios, adaptarse a los futbolistas que tiene y construir un equipo competente basado las virtudes de su plantilla. No puede pretender únicamente transmitirle a los jugadores su manera de pensar, sino también interpretar lo que ellos pueden brindarle.
Como en un guión, la acción nunca modifica al personaje, es este, con su voz y su verdad, quien construye la trama.
Brendan Rodgers nos transmite seguridad, ¿pero será una muestra real de que él confía en lo que hace y por ende, podemos confiar en él?
* Alejandro Pérez.
– Fotos: Action Images – EFE
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