Hace ya casi dos meses, Iker Casillas dijo: «Firmo quedar a 25 puntos del Barça si ganamos la Décima». Exagerara en sus palabras o no, la primera parte de las mismas va camino de cumplirse a rajatabla. Supongamos que también lo hiciera lo segunda: que, pese a haber rivales de nivel similar o quizá superior, pese a ser muchísimas veces detalles ínfimos los que deciden el campeón, el Madrid consiguiera alzarse con su anhelada décima Copa de Europa. ¿De verdad compensaría quedar a 25 puntos del Barça?
Para el aficionado medio que no tiene problema en ver a su equipo tan solo en un par de ocasiones al mes seguramente la respuesta sea afirmativa, pues disfrutaría solo de las noches de gloria europea, especialmente de la definitiva, la que algún día podría contar a sus hijos y nietos. Pero, ¿y el madridista que no se pierde un partido? El que acude siempre al estadio, llueva o truene. El que renuncia a salir a cenar los viernes con tal de poder pagar la plataforma de pago en la que emiten los encuentros. El que, pese a tener una apretadísima agenda, siempre encuentra un hueco para ver a su Madrid aunque ello implique perder horas de sueño o de otras actividades de asueto. El desafortunado, tan abundante en estos días por la coyuntura económica, cuya única vía de escape de la triste realidad en la que vive es su Real Madrid. ¿De verdad unas cuantas noches de gloria europea compensan a estos aficionados de los pinchazos que se dan con una frecuencia inusitada, en los que su equipo muestra un nivel tan inferior al que es capaz de mostrar incluso cada tres días como demostró el curso pasado? ¿En serio compensa ver cómo los jugadores solo muestran su máximo nivel en los días señalados, haciéndoles sufrir en los demás? ¿O ver cómo el entrenador acusa reiteradamente a los mismos, tanto si fuese para tratar de eludir responsabilidades como para intentar invertir la situación?
Cambiando de perspectiva, cabe recordar que el éxito de cualquier club gigantesco consiste en llegar al momento en que se deciden los títulos con opciones en todos ellos, sin tener cabida la excepción en ningún caso en la Liga. Luego se podrán ganar todos o ninguno, pues ya los rivales contra los que se dirimen los campeonatos no son de nivel inferior, además de alcanzar los detalles mínimos e incontrolables niveles de decisividad inverosímiles. No se puede exigir ganar un título por las causas anteriores, mas sí competirlo hasta el final. Justamente este fue el mayor logro de Mourinho en sus dos primeras temporadas como entrenador del Real Madrid, indudablemente mejores que las de las ligas de Schuster pues, aunque en una de ellas se ganara una competición menos importante, en ambas el Real Madrid estuvo a la altura acorde de un club de su potencial. Pues bien: pase lo que pase, aunque los libros de historia, si se ganase la Décima, dijeran lo contrario, esta va a ser la peor temporada de José Mourinho como entrenador del Real Madrid, precisamente por lo señalado en cuanto a la Liga.
Pero volvamos al quid de este artículo: ¿sería mejor para el aficionado del mismo modo que para los libros de historia? Obviamente, se trata de una cuestión subjetiva intrínseca a la personalidad de cada uno. Pero me cuesta creer que varias noches épicas, redondeadas por la mayor de todas, compensen un sufrimiento casi semanal con el propio equipo. Porque la felicidad, por mucho que se olvide, se halla en el camino y no en la meta. Y, sobre todo, por las sensaciones que transmite la afición respecto a Cristiano Ronaldo. En una temporada en las que sus cifras están siendo inferiores, en la que dijo estar «triste» a principios del curso, se ha convertido en un jugador indudablemente amado por la afición. Y ello porque para él no hay rival pequeño, competición perdida ni resultado suficiente amplio: siempre quiere más. Siempre lo intenta, siempre se deja hasta la última gota de sudor en el campo, siempre tiene esa ambición propia de un club con la historia del Real Madrid. Y es en esas noches grises, tan lejanas de la gloria eterna, donde el aficionado madridista renueva su fe en Cristiano pues para él, por grande que sea, no hay noche pequeña. Porque esa es la condición sine qua non para el aficionado: que la entrega de su equipo sea completa, que dispute cada partido y cada torneo hasta el último aliento. Si puede redondearse con la guinda más preciada, mucho mejor, pero jamás servirá para compensar todo lo anterior, por mucho que en su momento consigan venderlo unos y créerselo otros. Porque nada hará olvidar al madridista entregado estas noches aciagas en las que no consigue identificar el comportamiento de su equipo (en todos los sentidos) con el escudo que lleva bordado en su camiseta y en su chándal.
* Rafael León Alemany.
– Foto: EFE
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