No me gustan los obituarios y menos si son de un amigo. Llenarlo de elogios suena a cortesía desmesurada. Revelar sus defectos, a revancha inmerecida. ¿Qué decir? Pietro era mi amigo. Pietro Mennea. Su simple nombre suena a velocidad. Pietro era un cabroncete. El cabroncete más rápido que he conocido. No el hombre más rápido de la historia, aunque por un tiempo llegó a serlo. Pero sin duda, el velocista mejor trabajado de la historia, el que más rendimiento sacó a su enjuto chasis.
Duele saber que se ha ido rápidamente, como hacía todo. Todo salvo calentar. Pietro era el hombre más lento del mundo en los calentamientos. Trotaba con desgana, con esa media mueca en los labios que le daba un acento de no sé qué parte de Italia. Digo no sé qué parte porque una cosa es entender el italiano y otra descifrar ese acento tan peculiar. Sí claro, de Barletta. Pietro era de Barletta, pero siempre le dije que eso me sonaba a motocicleta.
Lo más rápido de Mennea no eran las piernas sino su cabeza. Una mente prodigiosa, un chip ultraveloz. En manos de otra mente y de otro entrenador, Pietro habría sido un velocista del montón, pero tuvo la suerte de ser listo y encontrarse con don Carlo, il professore Vittori. He ahí otro ser privilegiado, quizás el entrenador más capacitado del mundo de la velocidad junto a Tom Tellez. No es que don Carlo lo sepa todo del sprint: si se me permite la boutade, diría que él inventó la velocidad. La metodología del entrenamiento de velocidad. Vittori es el ABC del sprint y Mennea fue su mejor hijo.
Entrenaban en Formia, debajo de Roma, en un centro de alto rendimiento de los años 70. A la sombra del hotel Miramare pasamos largos meses entrenando juntos porque Vittori también era entrenador de salto de altura y me daba collejas para corregir la técnica. Mennea se partía la caja con las lecciones del professore. Claro que yo me la partía cuando le veía doblado por los suelos tras sus series de 150 metros…
Ya sabréis que Mennea fue plusmarquista mundial de 200 metros y también campeón olímpico en Moscú’80. Decían de él que corría las curvas de maravilla, pero yo les digo que corría las rectas como nadie. El récord logrado en México’79 y su oro olímpico surgieron de esas remontadas imposibles en las rectas, tras gestionar las curvas con prudencia. Pietro iba de menos a más, de ahí que en el hectómetro sufriera como un perro. «Porca madonna!», soltaba tras cada carrera de su prueba maldita, como esperando que llegaran los 200 y explayarse en el tramo recto. Le birló el oro de Moscú a Allan Wells en una de esas rectas sublimes a lo tren locomotora.
La mayor hazaña que le vi fue la posta del relevo 4×400 precisamente en Moscú, donde rompió todos los cronos y las expectativas. «¿¡Dónde va!? ¿¡Dónde va Pietro!?», se oía gritar a españoles e italianos en la tribuna soviética. Pietro desatado, enloquecido, hijo blanco del viento, surgiendo de la oscuridad para darle a Italia un bronce milagroso.
Mennea era tan grande que no cabía en sí mismo. Si leyera estas líneas diría eso tan suyo de «vaffanculo, testa di cazzo!» mientras guiñaba un ojo reclamándole al professore Vittori otra serie más, otro ejercicio más. Se ha ido demasiado rápido, pero qué podíamos esperar de Pietro…
– Foto: Sporting Heroes
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