"Cada acto de aprendizaje consciente requiere la voluntad de sufrir una lesión en la propia autoestima". Thomas Szasz
En arrebato pontificio, Messi ha puesto los goles, Busquets los robos, Iniesta la inteligencia y el Camp Nou el grito de “¡Santo Subito!”. A la Santísima Trinidad de Wembley, Xavi-Andrés-Leo, partido cumbre de este Barça, hoy se suma Busquets con su paso al frente para proclamarse sucesor de sucesores, culminando un partido difícil de detallar por su apabullante riqueza. Cada pieza en su sitio, sin invadir el terreno de las otras como había sucedido en tantos partidos anteriores: juegan los que saben y rematan los que deben. Ya no vemos a Messi en el círculo central queriendo ser el iniciador de todas las jugadas, sino a espaldas de Ambrosini, donde su puñal resulta certero.
Ay, ¿por qué se ha llegado hasta aquí? ¿Por qué se permitieron llegar hasta aquí? Porque aquí no se llegó por casualidad, ni fruto de un día tonto. Los mismos que estaban hartos de aquella presión enfermiza por los detalles de Pep, los mismos, lloraban ahora desconcertados, anonadados. ¿Qué nos pasa? Y pasaba que era el juego con todos sus atributos: la agresividad con balón; la intensidad en las recuperaciones; el respeto a la manera de moverse y a las posiciones de un juego que no por nada se llama posicional; la intencionalidad en el avance; la búsqueda de los espacios; el olvido de lo superfluo; y la atención a esa exigencia mayúscula del fútbol de elite que es correr, correr y correr. Poquito a poco, este Barça había ido cediendo en cada una de las parcelas. No mucho: solo un poco. Pequeñas concesiones. Pep ya no estaba; Tito tampoco. Todo valía, somos muy buenos. Por todo esto se había llegado hasta aquí.
Por dichas razones el Barça ha tenido que jugar una final histórica en unos octavos de final. Quizás dirán que la ha jugado desde el corazón, pero ha habido muchísima cabeza en semejante remontada. Desde la forma de plantarse en el campo a la ambición de anticiparse a todo; desde la ubicación de las piezas hasta el sentido del juego. Gran agresividad con balón, sí, pero también movilidad constante, Messi en su sitio -a espaldas de Ambrosini y no en su cara-, Iniesta dirigiendo, Alves profundizando y Busquets en todas partes, cardenal áureo de las recuperaciones. Esta remontada no habría sido posible sin los goles de Messi, las anticipaciones de Mascherano y la inteligencia táctica de Iniesta y Xavi, pero habría sido imposible sin ese dueño de los espacios y los robos que es Sergio Busquets, el amigo invisible de todos, el líder silencioso sobre el césped.
El Barça deja una impresión soberbia y aplastante, pero también la reflexión sobre porqué se dejó ir tanto en noches menos glamourosas. Vuelve Tito y se reencontrará con el verdadero rostro del Barça, el que no debe perder de nuevo. Ha ganado una final, pero todavía no la final.
– Foto: Miguel Ruiz (FC Barcelona)
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