Iker Casillas no pisa el gimnasio. Eso le dijo a Iñaki Gabilondo en una entrevista en Canal + a principios de octubre. Casillas dijo que no lo necesitaba, que no le iba bien y que con su talento innato le bastaba para saltar como un canguro.
En 2012 ya trascendió que el gimnasio de Valdebebas era algo semidesconocido para el capitán de la selección española. Por la imagen que ilustró la noticia, en la que aparecía haciendo trabajo de core con balón medicinal en compañía de Silvino Louro, preparador de porteros, ya entendimos que el trabajo que realizó tuvo poco que ver con el curl de bíceps y el press banca. Tampoco lo esperábamos, ya que los ejercicios de aislamiento suman poco al rendimiento en deportistas de equipo, pero sorprendió saber que el cancerbero no complementaba su trabajo de campo y bajo palos con sesiones de gimnasio, ni siquiera fuera como fórmula de propiocepción.
Para que no quedara como mero postureo –Casillas suele cultivar con sus declaraciones una imagen campechana y alejada de conductas narcisistas–, Sergio Ramos nos sacó de dudas con un tuit.
Por otro parte, en siete años que llevo en el Madrid, es el primer día que veo al melón (Iker), en el gimnasio. Increíble pero cierto.— Sergio Ramos (@SergioRamos) February 1, 2012
No hacer trabajo de gimnasio no es ni bueno ni malo. Hay grandes porteros que rinden sin trabajo específico de gimnasio y hay otros que rinden a gran nivel con visitas al gimnasio antes y después del entrenamiento de campo. El propio Casillas fue considerado durante años uno de los mejores porteros del mundo, si no el mejor, sin ese trabajo en la sala de máquinas.
Hoy, sin embargo, declaraciones como la que abría el texto se interpretan como signos de dejadez. Casillas está bajo sospecha tras encadenar distintos errores técnicos que le costaron goles a su equipo. Hemos charlado sobre ello con dos entrenadores de porteros, Javi García, antes en el Sevilla y actualmente en el Swansea galés, y Jon Pascua Ibarrola, del Mamelodi Sundowns sudafricano. Ambos son entrenadores de club, no van de la mano de ningún entrenador. Ninguno de los dos han querido que se incluyeran citas suyas en el reportaje, pero sí han accedido a compartir su experiencia alrededor del trabajo con porteros para completar con su análisis los hechos observables.
Empecemos por lo observable. En 2011, un año antes de que Casillas descubriera la sala de máquinas de Valdebebas, el entonces portero suplente del Barcelona, José Manuel Pinto, había colgado cuatro ejercicios distintos de potencia de piernas que hacía en el gimnasio para ser mejor portero.
Como vemos, tiene poco que ver con el trabajo de las salas de pesas del gimnasio de barrio: gomas, poleas, movimiento de todo el cuerpo e imitación de la acción de juego. Podría completarse su transferencia al juego incorporando el atajo o despeje de balón al final. De esa forma, combinaría el entrenamiento de los distintos impulsos de tren inferior contra la resistencia de las poleas con la concentración y la técnica necesarias para poner la mano entre el balón y la portería. En todo caso, entendemos que el supervisor o entrenador de porteros tendría sus motivos para obviar el balón.
Hay un trabajo de gimnasio que poco tiene que ver con las máquinas de aislamiento y que puede ayudar a los porteros a mejorar su potencia de piernas. Queda claro que Casillas siempre fue un elegido en esta suerte y tal vez durante años no necesitó de este tipo de ejercicios para llegar a los balones con un brinco lateral. La duda, en todo caso, está en si este talento se ha contaminado de autocomplacencia y por ello ha dejado de crecer.
Pongamos otro ejemplo. Durante la pasada pretemporada trascendió un vídeo muy curioso de Casillas y Keylor Navas, el otro portero del Real Madrid. El ejercicio consistía en superar un listón con un salto lateral con la pierna que queda al exterior.
Al inicio vemos al costarricense superar el listón con técnica y frecuencia óptimas (es impresionante cómo encadena los saltos y sincroniza la pierna libre). Casillas, por el contrario, es incapaz de orientar el cuerpo, salta con la pierna más interior –por lo que se obliga a cruzar las piernas para superar la cuerda en un gesto raro e ineficiente– y no logra encadenar los saltos pliométricos sin descansar.
¿A qué se debe esa torpeza? ¿Falta de potencia en el salto? ¿Falta de coordinación motriz? ¿Desconcentración, tal vez? Es imposible juzgar con solo ese vídeo, pero sí hay detalles que nos pueden dar pistas sobre qué le sucedía a Casillas. Quedémonos con los goles que encajó en la derrota con España en Eslovaquia en el partido de clasificación para la Eurocopa. Revisando las caídas de Casillas tras ser superado, se percibe falta de tensión, una cierta flojura en el gesto, abandono del cuerpo. Podemos intuir, pues, cierta falta de intensidad. Podemos relacionarla con su estado de ánimo. O podemos estar equivocados.
Para no perdernos, dejaremos la dimensión psicológica de los porteros y Casillas en particular para más adelante. Antes, intentaremos completar la faceta física de su preparación.
Desde luego, hacer sentadillas con 150 kilos a su espalda no es la solución a sus problemas de rendimiento, pero existen movimientos como el salto pliométrico a gran altura o ejercicios de potencia que pueden ser de utilidad. Muchos porteros los usan y hoy hay clubes de fútbol, rugby y otros deportes que emplean levantamientos de halterofília como herramienta para mejorar la velocidad y la potencia en los gestos de competición.
Sea como fuere, ya dijimos que el trabajo en la sala de máquinas no es imperativo. La única norma casi universal en la alta competición es la necesidad de hacer un trabajo de propiocepción. O sea, de prevención de lesiones.
Es una parte fundamental del rendimiento deportivo y suele encontrarse bajo la supervisión de los fisioterapeutas y los médicos de cada club. Como dijo Xabier Azkargorta en una ocasión, igual que un coche de Fórmula 1 necesita cuidados más específicos que un turismo cualquiera, un futbolista requiere de más mimos que los amiguetes que se juntan los miércoles noche para el partidito de fútbol sala. Es parte del precio de la profesionalidad.
Por supuesto, raro es el jugador que disfruta con ellos. Suelen ser trabajos aburridos y repetitivos, de estabilización en superfícies inestables, de movimientos cortos en series largas, estiramientos y demás. El que haya hecho rehabilitación tras romperse un tobillo o una rodilla puede hacerse una idea. Los jugadores lo odian. Pero lo hacen hasta en la liga sudafricana. La pregunta es: si Casillas no pisa el gimnasio, ¿es que no hace esos ejercicios de propiocepción? En caso de que no, ¿por qué? ¿Es alguna clase de privilegio? Si lo fuera, ¿cómo se lo toma el resto?
Partamos de la base de que el trabajo de propiocepción no solo puede hacerse en el gimnasio, pero esa hipotética conducta tendría un componente más mental, así que la dejamos pendiente.
Hay otras tres funciones del gimnasio en el entrenamiento de porteros: trabajo del core y los abdominales, del tren superior y del tren inferior. Entendemos que no forman parte de la preparación de Casillas. Sí forman parte de otros porteros de élite. Sabemos que Reina o Valdés sí integran esas funciones en su rutina, pero, como decíamos, tampoco es cuestión de poner la cruz a los porteros que no se preocupan de fortalecerse: no hay leyes inamovibles en ello. Hay quienes prefieren una estructura fuerte para chutar más duro o lanzar el balón más lejos con la mano, hay quienes trabajan para aguantar mejor los golpes y aterrizajes y hay quienes minimizan el trabajo que puede hacerles más pesados. Es algo muy personal.
Hablando de gustos, y para cerrar el repaso a la parcela física, si es que podemos parcelar el entrenamiento de un portero, hay que contextualizar. Hablamos de Iker Casillas. Casillas es raro. Casillas se activa con calentamientos que no llegan, ni por volumen ni por intensidad, al 30 % de los de la mayoría de sus compañeros. Casillas ha sido leyenda sin ser un portero excesivamente participativo, pero sí extremadamente decisivo y puntual. Sirven como ejemplos la final de Champions contra el Bayer Leverkusen de 2002, la del Mundial de 2010 o la de Copa en Mestalla en 2011. Y luego, Casillas tiene flor: cuando por fin falló en un momento cumbre, en la pasada final de Champions, Sergio Ramos le redimió en la última jugada, forzó la prórroga y el de Móstoles terminó levantando la Décima.
En el otro lado de la moneda, sus críticos han apuntado una cierta desidia en su preparación y un estancamiento en su rendimiento. La falta de participación a la que aludimos en el párrafo anterior significa falta de apoyo a los defensas, por ejemplo. La puntualidad de sus paradas en momentos para la historia es proporcional a la exactitud con la que sus balones largos terminan con posesión rival. Y lo proverbial de su fortuna es tan parte de su leyenda como su errático juego aéreo. Pasan los años y esas tres taras siguen pendientes.
Fred Vergnoux, entrenador de Mireia Belmonte, suele decir que su trabajo consiste en sacar a su nadadora de la zona de confort. Los resultados están allí. Kilian Jornet podría ser otro ejemplo de superación constante de su nivel. Cristiano Ronaldo, por cierto, también.
Durante años, a Iker se le perdonaron todos esos pecados, pero ahora tiene una lupa encima. Por poner un ejemplo contrario, Víctor Valdés hizo el recorrido inverso. La exposición inicial vino acompañada de suspicacias y desconfianza, pero pulió su juego de pies, perfeccionó su participación en la salida del balón y las coberturas a su defensa hasta ser el mejor y trabajó la gestión del área para convertirse en un titán. Esa progresión no se advirtió jamás en Casillas, y ahora parece evidenciarse. Veamos si podemos adivinar las causas.
La primera polémica que tuvo Fabio Capello cuando volvió al banquillo del Real Madrid, en el verano de 2006, fue la filtración de que pensaba poner a Diego López como portero en lugar de Casillas. López acababa de subir al primer equipo, se ajustaba al perfil de porteros grandotes del gusto del italiano (Illgner, Buffon, Antonioli) y, en general, sabía hacer más cosas pese a no ser tan decisivo como Casillas. Tal vez Capello advirtió otro motivo para cargarse a quien ya entonces era un tótem del club: Casillas no entrenaba bien. Lo dijo hace dos temporadas Arrigo Sacchi, que había sido director deportivo del club entre finales de 2004 y diciembre de 2005.
Sea como fuere, Capello dio marcha atrás y Casillas terminó jugando las 38 jornadas de liga y los siete partidos de Champions en los que el equipo se jugaba algo. No hubo más dudas sobre el mostoleño hasta que José Mourinho le dejó en el banquillo en el ya famoso partido en La Rosaleda el 22 de diciembre de 2012. El equipo llevaba tres empates y tres derrotas en 16 jornadas y marchaba a 13 puntos del líder, el Barcelona de Tito Vilanova. Casillas había dejado el rival a cero en seis ocasiones, pero había encajado 14 goles (menos de uno por encuentro). En Champions era mucho peor. Terminada la liguilla, el Real Madrid había recibido nueve goles en seis partidos y había quedado segundo de grupo tras el Borussia Dortmund.
Con la titularidad de Antonio Adán, Mourinho señaló a Casillas como culpable de los males del equipo e inició así, queriendo o sin querer, un infierno para quien venía de ganar la liga de los 100 puntos y la Eurocopa con el brazalete de capitán puesto. Por supuesto, las críticas a Casillas arreciaron en algunos sectores del madridismo. En algunos casos, con los motivos futbolísticos que anteriormente hemos apuntado. En otros casos, con motivaciones extradeportivas. Había nacido la historia del topo.
No voy a extenderme más de tres párrafos con el tema, lo prometo, pero es necesario tocarlo porque los deportistas son un todo, el entorno suele tener un papel y, en el caso que nos ocupa, lo que sucedió fue gordo.
A Casillas empezaron a llamarle topo en foros, redes sociales y conversaciones de aficionados por entender que de su relación con la periodista Sara Carbonero la segunda sacaba informaciones del vestuario que no debería. En paralelo, se filtró que había compadreado con Xavi y Puyol pese al contexto semibélico de los enfrentamientos entre Barça y Madrid, lo cual se interpretó como un acto de deslealtad y sumisión.
Y, a todo ello, el periodista Diego Torres sacaba crónicas de lo que sucedía en Valdebebas, en los despachos del Bernabéu y en el vestuario del Real Madrid casi a diario en El País. Generalmente, esas crónicas dejaban a Mourinho como un tirano con comportamientos ególatras y obsesiones casi enfermizas. Hoy, buena parte de lo que allí se contaba y mucho más está en el libro Prepárense para perder, pero entre 2011 y 2012 era munición para los mourinhistas. En las crónicas de Torres, Casillas aparecía regularmente como el único que no se plegaba a los caprichos del portugués, ya fuera alzando la voz en el vestuario o en el campo o ninguneando con su actitud a Jorge Mendes, representante del entrenador y que tenía acceso libre a los entrenamientos y ágapes del equipo gracias a Mourinho.
Sin entrar en acusaciones, solo constatando certezas, diremos que el señor Torres, de quien difícilmente se puede discutir su notable ojo analizando dinámicas de juego, no recogió ninguno de los errores del capitán merengue en aquel inicio de curso ni lo ha hecho en las temporadas posteriores. Por contra, nunca tuvo problemas en dedicar espacios amplios a errores técnicos o de posicionamiento de Álvaro Arbeloa o Marcelo, anécdotas que ilustraran los ataques de divismo de Cristiano Ronaldo o piezas que desgranaran la falta de sacrificio defensivo de Benzema o Bale. El desequilibrio de trato para con Casillas se convirtió en motivo de sospecha y la afición hizo sus deducciones sobre las fuentes de Torres, quien sabe hasta qué punto ciertas. El capitán quedó señalado. El torbellino emocional de Casillas también vino de aquí.
Como los futbolistas son seres vivos dependientes del contexto y el fútbol es un juego cuyos matices y variables son inabarcables, no se pueden fragmentar y aislar las causas de un descenso en el rendimiento. Las emociones importan, pero los errores de técnica o decisión, las condiciones de forma o los aspectos contextuales, como la táctica y el rival, no existen por separado. Es un todo.
Pongamos un ejemplo que nos servirá para ilustrarlo. Casillas empezó el Mundial de 2010 acumulando despejes malos, un error de bulto en el gol de Suiza del primer partido y su ya crónica falta de apoyo a los defensas en la salida del balón. Nadie lo criticó y terminó como el segundo héroe nacional tras Andrés Iniesta.
La temporada siguiente, y hasta hace pocas semanas, su confianza parecía rota, su lenguaje no verbal evocaba tristeza. ¿Era por sentirse atacado por parte de su propia afición? ¿Porque jamás nadie le criticó y le está costando –años– aceptar esas críticas? Imposible saberlo. Ancelotti, en todo caso, ha decidido poner de su parte y apostar por él con todo. He aquí un ejemplo de cómo una decisión técnica puede afectar a las emociones y al rendimiento. Veremos hasta qué punto. En el momento de escribir estas líneas, el equipo lleva once victorias seguidas y Casillas ha recibido un solo tanto en contra en sus últimos cinco partidos.
En definitiva, la frase de Casillas acerca de su relación con el gimnasio explica en parte por qué fue discutido más allá de motivos extradeportivos. Más allá de que no le conozcan en la sala de musculación, Casillas apenas ha mejorado en sus principales déficits, véase las salidas por alto, su participación en el juego o los desplazamientos de balón, lo cual significa que apenas los ha trabajado. Tampoco ha mantenido su fiabilidad en lo que sí destacaba, caso de los reflejos o la potencia de piernas en el salto lateral. Se ha vulgarizado, y en un equipo como el Madrid, eso significa ser discutido.
No se trata del gimnasio. Se trata de poner atención a los detalles.
* Pau Farrás es periodista.
– Foto: Men’s Health
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