"La clave del éxito no es jugar como un gran equipo, sino jugar como si el equipo fuera una familia". Stephen Curry
Nadie imagina ni intuye el tenis sin Rafa Nadal. La temporada pasada estuvo en el dique seco, entre algodones, como si de un permiso pactado entre el campeón del mundo, sus rodillas y sus médicos se tratara. El tenista sufrió una tendinopatía rotuliana y se especuló incluso con una rotura parcial de dicho tendón. Las lesiones que afectan a los tendones son una amenaza en la carrera de todo gran deportista. En ocasiones han llegado a suponer un antes y un después en sus brillantes trayectorias.
Prometió volver y lo ha hecho de manera brillante. Ha pasado de estar más cerca del puesto 10 que del 1 de la ATP a pisar los talones de Novak Djokovic y amenazar con arrebatarle la hegemonía mundial. Qué alegría siento cuando ya no veo a Rafa con esa cinta blanca circundando su rodilla a la que ya, desgraciadamente, nos tenía acostumbrados.
Todo el mundo se pregunta cómo ha sufrido Rafa esa metamorfosis, cuál ha sido el secreto, la poción mágica, el remedio que le ha catapultado a lo más alto otra vez. Ha vuelto más rápido, con un tenis más agresivo y con excelentes resultados en la mayor parte de las facetas del juego, como una mayor tasa de éxito en los primeros servicios o un descenso en los errores no forzados. Esa recuperación no sólo se debe a un solo factor, sino que hay varios incluidos en la ecuación que han obrado el milagro.
Si hay una cualidad que destaca sobremanera en Nadal es su fortaleza mental. Es lo que ha llevado a desesperar a uno de los tenistas con mejor palmarés de la historia como es Roger Federer. Aún recuerdo sus lágrimas sobre la hierba de Wimbledon cuando, a pesar de haber jugado un tenis sobresaliente, fue arrollado por un Rafa de matrícula de honor. Esa capacidad analítica, esa voluntad incansable a modo de martillo pilón es la que aburre a sus rivales, minando la moral del oponente, punto tras punto, hasta que acaban por claudicar y agitar la bandera blanca. Esa proyección en la pista es una virtud que Rafa tiene de forma innata y que atesora también fuera de ellas. En este caso, superando una grave lesión.
En numerosas ocasiones, los pensamientos que se introducen en nuestras cabezas actúan como limitadores de nuestras capacidades; ideas del tipo no voy a volver a jugar minan la confianza. El secreto de su éxito está en la ausencia de este cuestionamiento. Aunque resulte increíble, con demasiada frecuencia nuestro comportamiento actúa en perjuicio de nuestros intereses, y de un modo sorprendente se nos resisten metas que resultarían sencillas de conseguir, y las que son difíciles hacen que nos derrumbemos. Las causas de ello las encontramos en el funcionamiento de nuestro cerebro, pues mientras el sistema educativo se preocupa por el entrenamiento del hemisferio izquierdo, es el hemisferio derecho el responsable de nuestros logros. De todos modos, aún hay quien no es consciente de que la mayor parte de nuestra mente reside en nuestro inconsciente. Esa positividad innata, esas ganas de recuperarse, esa tenacidad y empeño en volver a ser el de antes, el de siempre, han obrado una gran parte del milagro.
Durante este tiempo, Rafa ha estado apartado física, pero no mentalmente, de las pistas. Ha depurado un estilo personal, ha modificado algunos de sus golpes y la posición en la pista. Su tenis desde el fondo ahora se ejecuta un metro más cerca de la red. El golpeo de la bola es más agresivo, buscando su encuentro en lugar de aguardar a que ésta llegue.
Eso también ha sorprendido a sus rivales, que han estudiado de forma milimétrica cada uno de los gestos, sus golpes ganadores, buscando ese talón de Aquiles que no son capaces de encontrar.
El campeón se ha sometido a una terapia con inyecciones de factor de crecimiento, pero con una asociación, la de un tratamiento inventado por un español y con nombre de muñeco de Barrio Sésamo: EPI. Los factores de crecimiento son proteínas que regulan los procesos clave de la reparación tisular y que ejercen diversos efectos sobre el crecimiento celular, metabolismo, locomoción, contractilidad y diferenciación celular que son esenciales para la reparación de los tejidos. Se encuentran flotando en la sangre, dentro de las plaquetas, que son las células que llegan más precozmente a un foco lesional, desencadenando la respuesta inflamatoria que concluirá en la reparación del daño tisular.
Las siglas EPI corresponden a Electrolisis Percutánea Intratisular. Es un tratamiento cuya virtud consiste en cauterizar el tejido fibrótico, de mala calidad y responsable del dolor y la pobre función del tendón, para que sea sustituido por otro que posea mejores condiciones. Es una terapia que se ha popularizado en los últimos años en Medicina Deportiva porque se ha observado su efectividad, acortando los plazos de recuperación y acelerando la reincorporación a la actividad física.
La clave es la unión de ambas terapias de modo secuencial. En un primer momento, la EPI actúa eliminando el tejido enfermo, de mala calidad y poco útil, dejando el lecho expedito para la segunda fase del tratamiento. Es ahí cuando se aplica la terapia con factores de crecimiento con una función complementaria: regenerar. Hay una simbiosis entre los dos tratamientos: la destrucción y la formación. De esta manera, la nueva cicatriz es más elástica, con mayores propiedades de contractilidad y de resistencia, asemejándose al tejido rico en colágeno que es el tendón sano.
Ambos tratamientos se pueden aplicar en diferentes tipos de lesiones, ya sean agudas como tendinitis agudas, roturas fibrilares o procesos crónicos, como el citado caso de Rafa Nadal.
A partir de ahora, Rafa sólo va a portar una cinta cuando compita y no va a ser la de la rodilla, sino la del pelo. Aún no conocemos los límites de esta persona que decidió hacerse zurdo para mejorar y ser más competitivo en lo que hacía. El mejor deportista español de todos los tiempos.
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