"La audacia tiene genio, poder y magia. Comienza ahora, ponte en marcha”. Johann W. Von Goethe
“El fútbol argentino parece estar esperando su desastre de Hillsborough. Más que preguntarnos por qué existe violencia, como dice Alabarces, deberíamos preguntarnos por qué no hay más, si todo está dado para eso. La escalada de violencia parece prenunciar la muerte de un futbolista en cualquier momento” (11 de marzo de 2013, Perarnau Magazine)
Este debería ser el artículo acerca de los octavos de final de la Copa Libertadores. Y en cierta forma lo es. Pero no se contará aquí nada del juego, lamentablemente no. Lo ocurrido el jueves por la noche en La Bombonera nos lleva una vez más a analizar hechos ajenos a la pelota, pero en el cual todos los participantes que la rodean son parte. El esperadísimo clásico entre Boca y River terminó de la peor manera, o mejor dicho, ni siquiera llegó a terminarse y pasarán los días hasta que finalmente se conozcan responsabilidades de unos y otros y las sanciones que se determinarán.
Las imágenes recorrieron todo el mundo. Cuando el equipo de River se disponía a volver al campo de juego para la segunda parte, fueron agredidos en la manga. Las consecuencias: quemaduras de primer grado e irritación en la vista para los más afectados. Aún se desconoce si fue un gas o un líquido (sería un ácido) el elemento con el cual atacaron al plantel millonario. Tampoco se conoce si la agresión fue desde las tribunas o desde adentro de la manga. Las imágenes que muestran las cámaras de seguridad sí permiten asegurar que el alambrado perimetral próximo adonde se encontraba el camino al vestuario visitante fue dañado por la afición local.
Luego de más de 70 minutos (con los jugadores heridos sin recibir mayores atenciones médicas) con todos los protagonistas dentro del campo y con la aparición de los presidentes de ambos clubes, el veedor de la Confederación Sudamericana dio por suspendido el partido. Llamados con altos mandos de la CONMEBOL (y el celoso resguardo de un hombre de la empresa que tiene los derechos televisivos del torneo, aseguraron la decisión de Roger Bello, quien jamás demostró la jerarquía necesaria para tomar una determinación de esa magnitud.
Mientras tanto, el entrenador de Boca, Rodolfo Arruabarrena se quejaba y ejercía presión para la reanudación. Daniel Osvaldo se acercó a preguntar por el estado de los futbolistas rivales (un gesto prácticamente solitario), pero luego siguió la decisión del resto de sus compañeros, quienes hacían un acting y se predisponían a una reanudación que jamás se dio. El bochorno llevó a que los futbolistas de River se vieron presos dentro del campo por un rato eterno; si se acercaban a otra salida llovían todo tipo de objetos. Arruabarrena les dijo a sus dirigidos que fueran junto con sus rivales hacia el túnel para evitar que siguiera el hostigamiento. Sus futbolistas no le hicieron caso, y no solo eso: levantaron los brazos en señal de saludo a los hinchas que quedaban en la cancha. Tras largos minutos de anunciada la suspensión, los únicos que seguían en el estadio eran aquellos que pretendían alguna venganza (más) contra los futbolistas visitantes.
Un dato más para aquel que no esté empapado de la realidad del fútbol argentino: el encuentro se disputaba –al igual que la ida y que (casi) todas las competiciones domésticas– sin la presencia de público del equipo visitante.
Si usted señor lector desea evitar las reflexiones personales del autor, pase al siguiente subtítulo, un análisis de los actores involucrados.
Se es lo que se es. Y en mi caso soy muy futbolero, muy argentino y muy de Racing. Jamás lo oculté ni lo ocultaría, los tiempos en los cuales se intentaba hacer creer a la gente que el periodista debe ser un ente desapasionado, por suerte, se han acabado. Otra cosa es no ser ecuánime, o intelectualmente deshonesto.
Pero partiendo desde ese lugar, todo lo ocurrido en el Boca-River no me sorprende en lo más mínimo. Es más, creo que ningún futbolero que más o menos transite los campos en Argentina podría afirmar que esto le parece increíble. Cambiarán las formas o la magnitud, pero no el fondo. No por nada, la tercera nota que escribí para el Magazine fue un extenso análisis de la violencia en el fútbol argentino. Algunos muertos que ya pasaron a ser ilustres olvidados en una cuenta anónima que no deja de agigantarse fueron el disparador aquella vez. Ya no los recuerda nadie.
Es muy difícil no caer en el facilismo, en la sentencia tajante y estúpida, en el lugar común. Hacer un repaso rápido por buena parte de lo escrito y lo dicho en los grandes medios nacionales al respecto de los incidentes es insalubre. Porque se suele opinar con liviandad y en la búsqueda de la primicia o el impacto. Así, a los pocos minutos de la suspensión algunos afirmaban que el juego se iba a continuar a las 48 horas de la conclusión. Tachín-tachín y si la pegamos, metimos un pleno, y si no, nadie lo recuerda.
¿Qué es lo que me lleva a volver a una cancha de fútbol profesional como espectador? Las condiciones de seguridad no existen, el confort no parece una palabra acorde a la experiencia en un estadio, los horarios suelen acomodarse a lo que la televisión quiere y no a lo que mejor le sentaría al aficionado, el espectáculo en el campo de juego no es sensacional (aunque algunas mejoras se vieron en el último par de años) y ya ni siquiera existe ese duelo mimético con la hinchada rival en el cual las cargadas iban de un lado al otro. Por supuesto, las cifras de víctimas no se redujeron en este tiempo sin visitantes.
La respuesta que puedo esbozar en estas horas es que el peso identitario que construimos como hinchas por estos lados es de una potencia tal que te lleva a tomar decisiones que escapan a la razón. Si ponderáramos en una balanza los pros y contras de ir a un campo, probablemente muchos no volveríamos. Pero están los amigos, nuestro pasado, los vínculos afectivos, la relación con tu viejo desde ese día que te llevó por primera vez a la cancha o el lugar donde te diste aquel abrazo inolvidable junto a un desconocido al que jamás volviste a ver, pero que por un instante se convirtió en un hermano de toda la vida. ¿Se puede dejar eso? ¿No sería una forma de entrega de uno de los rituales más lindos que tenemos cientos de miles de personas (por no decir millones) cada semana o quince días?
Ya en otra oportunidad, este sitio, se trató el tema de la institucionalización de la violencia en el fútbol argentino y de la capacidad de inserción de los barras de los diferentes clubes en el poder real. A nivel local, regional o nacional. De cómo los diferentes partidos (del color que sean) han sacado usufructo del poder de los barrabravas y que allí radica la principal diferencia del fenómeno barras con el fenómeno hooligan.
El aguante, el ser hincha de la hinchada y todo otro montón de frases propias de la cultura barra, se metió en la cabeza de muchísimos aficionados, formen parte de la barra o no. Pero estos son los que hacen el negocio gordo y los que se llevan ganancias fastuosas.
Ahora bien, vayamos al caso puntual de esta serie de tres Superclásicos en poco más de diez días. Apenas a 96 horas de la disputa del primero de los juegos, saltaba la bomba: el secretario de Seguridad, Sergio Berni, afirmaba que si Boca Juniors no incluía en la lista del derecho de admisión (un listado que deben dar los clubes de personas a las cuales por un motivo fundado les prohíben el ingreso al evento deportivo) a la cúpula de la barra, la Policía no prestaría la seguridad para el clásico. Boca finalmente lo hizo y el partido se jugó. La historia en verdad venía de arrastre.
Gustavo Grabia, periodista de Olé, firmó esta nota hace menos de un mes en la cual se preguntaba los motivos de la remoción del juez Manuel de Campos de las causas contra los barras del club de la Ribera a tan solo ocho días del primer Boca-River. ¿Quién es de Campos? Se trata de uno de los pocos personajes que realizó acciones concretas en este tiempo contra alguna hinchada, en particular contra La Doce (la barra de Boca) y que llegó a destapar la relación entre el club y la barra. De hecho, allanó La Bombonera, probó los vínculos entre empleados de Boca y la entrega de carnés irregulares a la barra (para su posterior alquiler y usufructo económico) y era aquel que se ponía a la cabeza de los operativos de seguridad en cada partido en que los Xeneizes eran locales. Habrá quienes crean en las casualidades, pero sin De Campos en el medio se violaron diferentes instancias de seguridad el último jueves.
De Campos era enemigo para el PRO (el partido de Mauricio Macri, expresidente de Boca, candidato a presidente y padrino político de Daniel Angelici, actual mandamás del club), así lo indica este artículo de La Nación, en el cual se señala que la bancada de diputados de este espacio lo tenía en la mira por su investigación contra la Doce y que en la causa por la muerte del fiscal Nisman era otro de los señalados a los cuales apuntar. Había que sacarse a un jugador del medio y la Cámara de Apelaciones finalmente logró su cometido en circunstancias llamativas, como bien señala Grabia.
Sebastián Varela del Río, periodista de Clarín que ha vivido de cerca los últimos años del mundo Boca, agregó un dato que también explica cierto accionar. En su cuenta de Twitter (@sebavdr) publicó: “Recordemos que Daniel Angelici tenía todo listo para ser secretario de la Conmebol. Por eso no pisó el campo de juego anoche”. Apenas una aparición fugaz en la manga, el rostro abatido y una serie de dichos inverosímiles en la jornada posterior.
Probablemente, la carrera política de Angelici haya labrado su acta de defunción. Su gestión deportiva venía siendo deficitaria desde casi todos los planos pasibles de análisis y su reelección dependía en gran parte del suceso deportivo de este año. De ahí que Boca armara un dream team, que trajera a Daniel Osvaldo pese a su sueldo de jugador de elite y que soñara con repatriar a Carlos Tévez en julio. ¿El sueño de Angelici terminó?
Suceda eso o no, sus declaraciones en la tarde del viernes fueron un insulto a la inteligencia de todos. Hablar de “dos o tres inadaptados” de “complot” y de estupideces semejantes lo exponen aún más. Primero, porque está claro a esta altura que alguien violento en un campo de juego en Argentina está lejos de ser un inadaptado, muy por el contrario se mueve a la perfección en las reglas del juego imperantes. Segundo, mientras De Campos avanzaba en diferentes investigaciones, Angelici y demás oficialistas negaban conocer a los barras. Otros, como el caso de Juan Carlos Crespi, realizaban la mejor declaración en años al respecto al decir que los Doce Apóstoles “eran la barra de Cristo”. En este realismo mágico ya nada sorprende. Si solo dos o tres inadaptados bastan para vulnerar las medidas de seguridad hacia el equipo visitante, quiere decir que esas medidas eran nulas o escasas. Si se comprueba que la agresión fue desde dentro del túnel, la historia ahí ya pasaría a tener otro color, más bochornoso incluso.
Lo del jueves pasó en Boca, sí, pero podría haber pasado en cualquier otro club masivo de la Argentina. Todas estas instituciones tienen en su pasado reciente hechos de violencia significativos, nadie puede arrojar la primera piedra. El episodio de la Promoción en Córdoba en el caso de River; Racing y el asesinato de un socio en su sede social y la nula reacción de sus directivos; San Lorenzo y el ingreso de un hincha para agredir al entrenador de Huracán en pleno partido; Independiente y los asados fastuosos de la barra en pleno campo de juego; los clásicos rosarinos y sus víctimas en un juego de verano… Todo pasa, diría desde el más allá Julio Humberto Grondona.
Más allá del escándalo que se generó en la opinión pública, lo peor es que los avisos estaban al alcance de cualquiera. Fue hace dos meses, en la Primera C. Se enfrentaban Laferrere y Dock Sud y el juego terminó con autos incendiados, policías heridos, la barra del equipo local asediando el vestuario visitante y los jugadores del Docke en entrevistas telefónicas con la televisión contando cómo eran rehenes y el temor por su integridad dada la situación de peligro. Pero claro, eran equipos remotos del ascenso de zonas totalmente marginales del Conurbano. A nadie le importan. Los heridos y muertos también se miden por su rango social. El 5 de Dock Sud vale menos que el 5 de River, aunque sea igual de grave que cualquiera de ellos sea herido cuando realiza su labor.
Y claro, también hay que meter en el combo a los dirigentes sudamericanos. Porque el problema, además de ser argentino, también es regional. ¿O no fue en Brasil que los jugadores de Tigre fueron agredidos en una final de Sudamericana al entretiempo? No salieron a disputar el complemento y sin sumario alguno, el vencedor de la Copa fue Sao Paulo. Arsenal de Sarandí también sufrió agresiones durísimas en su visita a Belo Horizonte para un juego ante Atlético Mineiro. Pero claro, son Arsenal y Tigre, tampoco le importan a nadie.
Aquí se trató el problema enorme de la dirigencia del fútbol sudamericano. Juan Ángel Napout intenta dar vuelta la página, pero sus primeras decisiones de fondo no parecen traer aires de cambio. No solo por los 70 minutos que les llevó a los hombres de la CONMEBOL la decisión de la suspensión. Esta semana se resolvió, por ejemplo, adelantar los duelos de cuartos de final de la Libertadores. ¿El motivo? Facilitar la preparación de los seleccionados de cara a la Copa América. ¿No podían preverlo siendo el mismo ente organizador o al menos anunciarlo más de una semana antes?
El jueves era el día del futbolista en Argentina. Parábola de todo, por la mañana la tristísima noticia de la muerte de Emanuel Ortega, futbolista de San Martín de Burzaco (cuarta división) que había sufrido un golpe en la cabeza contra un paredón en una acción de juego, sacudía a todos. Futbolistas Argentinos Agremiados pidió la suspensión de la actividad del fin de semana, más a modo de homenaje que para trabajar en una solución a todos los campos con negligencias en el país, y esta fue concedida por la Asociación del Fútbol Argentino.
Los jugadores de Boca y River salieron al campo con mensajes de recuerdo para con Ortega. Una vez que pitó el inicio del partido (al igual que la semana anterior en Núñez), las cortesías entre colegas se terminaron y el juego fuerte al filo de la mala intención se hizo presente. Incluso Osvaldo pareció agredir verbalmente a Carlos Sánchez durante el juego con temas extradeportivos. Todo vale, pues nos vienen inculcando hace años que si no ganás, no existís, que el segundo es el primero de los perdedores, que hay que ganar como sea. Y el mensaje se hizo carne en muchos.
La ausencia total de solidaridad entre colegas fue una gota más en un vaso que se colmó rápidamente. Incluso en el día después, Daniel el Cata Díaz defendía la actitud que habían tomado dentro del campo. Ya no había pulsaciones a mil ni reflexiones en caliente. Hay un punto que es real: los jugadores son piezas de un circo en el cual, si hubieran salido de la mano de sus rivales algunos los hubieran señalado de cagones o traidores o gallinas y hubieran sufrido alguna visita incómoda en la semana. Es en este fútbol argentino en el cual un jugador de Gimnasia debió dejar el club por intercambiar su camiseta con Juan Sebastián Verón en un clásico platense. Imposible no pensar en que con tan solo un Juan Román Riquelme en cancha (uno que era políticamente incorrecto por señalar a la barra y no visitarlos en los penales), la actitud del plantel de Boca habría sido otra. Su sombra se prolonga más y más con su ausencia.
Ya nadie piensa en el pobre Ortega y la fatalidad va a volver a estar a la vuelta de la esquina en 15 días en las categorías de ascenso. Mientras Agremiados realiza para la galería una medida carente de sustento, sus propios afiliados dan muestras de una nula solidaridad de clase.
Excluyamos a todos aquellos –que los hay– que cobran un dinero espurio por defender intereses particulares. Se expusieron solos en estas horas con sus centros a medida para los protagonistas de turno. Estará en cada uno dimensionar quién es quién en esta historieta. Pero pensemos en los otros, en aquellos que comunican y forman opinión. La ausencia total de rigor a la hora del análisis, la opinión o la información generan una mala praxis constante de la profesión.
Aplicar un tono dramático a hechos que no lo tienen (una lesión de un futbolista, un cambio mal realizado, etc.) inflama la cabeza de un público que termina creyéndose en serio esto de que es un tema de vida o muerte. ¿Es tan grave perder un clásico? ¿Es tan grave irse a la B? ¿Es tan grave no ser campeón? Se exige desde la prensa un rendimiento de elite a los deportistas, cuando si ese filtro se aplicara a sus propios rendimientos, muchos deberían de dejar sus ocupaciones muy rápidamente. Cuando el mensaje perverso que se baja es que si no ganás, no existís, cómo podés pretender luego que el que pierde (o está por perder) no entre en pánico. Más aún si construyó una épica del triunfo y la mar en coche.
Con tanto por contar y por hacer, las tiras deportivas (que deberían de llamarse futboleras) de cada día se quedan en lo mismo de siempre. No existe el más mínimo interés en desentrañar y hacerle llegar al público de qué se trata este juego. Para polémicas y dichos cruzados hay páginas y páginas. El panorama no es alentador. Pero a la hora de elevar la voz y poner un tono preocupado de ocasión, las vestiduras rasgadas se cuentan por centenares. Plop.
Si fue o no gente de la barra la que atacó a los jugadores de River cuando salían al segundo tiempo, se determinará con el correr de los días. Lo que sí es seguro que los que tiraban botellazos desde la platea para impedir la salida del campo de los futbolistas, no lo eran. Enfocar el tema de la violencia únicamente en la relación barra-justicia-policía-dirigentes no es una foto general del problema. Es más amplio.
No bajan 40 mil extraterrestres semana a semana en las canchas. No. La gente tampoco se transforma cuando entra a un estadio. No. Simplemente se libera y realiza muchas acciones que en otras situaciones de su vida no realizaría. Desde insultar, escupir, hasta arrojar objetos. Ni siquiera tiene que ver con una carencia educativa, al contrario, es un rasgo cultural. “No estás en la cancha”, solía decir la maestra en la primaria cuando alguien decía algún insulto o tenía una actitud reprobable. En la cancha todo se puede. En la cancha podemos dejar de lado muchas normas de conducta y escabullirnos en el anonimato. De ahí que hablar de “dos o tres inadaptados” sea una estupidez total, como así también señalar a los barras como a los únicos malvados. Muchos comparten sus códigos (ya sea de vestimenta, léxico o gestas) sin ser de ese grupo, a veces de manera pasiva, otros incluso poniendo el cuerpo. Hay un sistema y una mitología que los sostiene y que incluso los convirtió en objeto turístico. Como así también en elemento de exportación: en esta Libertadores se vio cómo la gente de Tigres de Monterrey canta los temas que las hinchadas argentinas han popularizado en los campos. Aguante for export.
Víctima, cómplice y victimario. En esas tres categorías oscila el hincha de a pie. Estas líneas del sociólogo Pablo Alabarces así lo muestran.
Es imposible ser optimista. El sistema sigue en marcha y pese a que cada vez el límite esté más y más allá, muchos perdimos la capacidad de asombro. Algunos se han escandalizado en estas horas (y no es que esté mal) por las agresiones a los futbolistas de River. ¿Habría generado el mismo revuelo si los heridos –incluso al punto de ser heridas mortales– hubieran sido hinchas? Ya vimos que si los futbolistas heridos no son de primer cartel, no generan mayor interés. Resistámonos a creer que el valor diferencial de aquellos es su gran valor como activo de los clubes, tengamos algo de fe aún en el género humano.
El famoso AFA Plus (sistema ideado de la Tessera del tifoso italiano, sistema que alejó a las familias, pero no a los violentos de las canchas) aún no salió a la luz y nadie confía en que sea efectivo. Incluso no hay novedades acerca de cuándo comenzará a entrar en vigencia pese a los anuncios rimbombantes. Tal vez, como afirma Alabarces, la solución haya que esperarla en el último de los actores señalados. Suena también a respuesta idílica, y por eso mismo el porvenir no suena demasiado encantador.
* Diego Huerta es periodista y editor del sitio web “Cultura Redonda”.
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